3- EL EJEMPLO

3- EL EJEMPLO

Creo que tenía más o menos 14 años aquella vez que acompañé a mi padre un día que le tocaba predicar en Trujillo, un pueblo de Cáceres. Como somos cinco hermanos, esa era una de las raras ocasiones en la que yo estaba a solas con mi padre. En algún momento de la conversación, mi padre comenzó a hablarme sobre sus años de hijo pródigo, y me contó (algo que para mí en ese momento fue chocante) que él, mi padre (del que yo tenía la imagen como de que siempre fue un creyente perfecto), había fumado y bebido. Notaba en su voz al hablar ese temblor que tiene cuando se emociona por algo. Hace mucho tiempo de ese día pero recuerdo dos cosas claramente. Lo primero, es la sinceridad con la que me habló mi padre. Podía notar en sus palabras cuánto daría por cambiar esos años perdidos, y entendí que ese camino no valía la pena. Y lo segundo, es la decisión que tomé. Mi padre no me estaba sermoneando, sólo me estaba contestando una pregunta que le hice sobre su pasado, pero en aquel momento tomé una decisión y le dije: “papá, yo nunca voy a fumar o beber”. Tomé una determinación conmovida por el testimonio de mi padre. Después de los años, cuando se me presentaron ocasiones de fallar a mi promesa, no me costó decir que no quería un cigarro aunque me lo ofreció el chico que me gustaba. En mí estaba clarísimo como el agua: aquello no me interesaba en absoluto.

Sé que mi padre fue dirigido por Dios aquel día, porque el que hizo esa obra en mí fue el Espíritu Santo. Dios obró de esta manera en mí, a través del testimonio de mi padre.

No es necesario que tus hijos conozcan todo tu pasado o cada pecado que has cometido, desde luego que no, y hay que tener sabiduría sobre cómo y cuándo contar ciertas cosas. Por ejemplo, cuando son pequeños, estas historias pueden confundirlos más que otra cosa, porque aún no comprenden muchas cosas de este mundo. También quiero decir que si te ríes cuando hablas de los pecados que has cometido, o las locuras que hiciste, consigues exactamente el efecto contrario: que piensen que aquello es divertido, que ellos también deberían probarlo y que no está tan mal si lo hacen. Con esta historia de mi vida te quiero mostrar cómo el ejemplo que nos dan nuestros padres vale más que mil sermones.

El ejemplo de un padre o madre que ora, busca a Dios y camina en el camino del arrepentimiento humildemente ante el Señor, nunca se borrará de la memoria de un hijo, y siempre será un testimonio vivo irrefutable del poder de Dios para ese hijo. Por muchos dilemas teológicos que tenga, problemas que vea en la Iglesia o tentaciones del mundo, siempre sabrá en el fondo de su corazón, aunque lo niegue, que hay un Dios vivo porque lo vio en sus padres. Si en la Iglesia aparentas una cosa y en casa eres otra completamente diferente, no creas que tus hijos no se van a dar cuenta. Cuando un padre habla sobre el perdón en la Iglesia, y llega a casa y despotrica sobre alguna persona a la que odia, está minando la fe de sus hijos. Les está mostrando que lo que predica no es real, que no es necesario cambiar, sino solamente aparentar. En un hijo esto crea una profunda sensación de hipocresía, de decepción, y de rechazo hacia Dios y la Iglesia. Yo diría que ésta es una de las principales causas por las que los hijos de creyentes se apartan de Dios. Si no ven en sus padres un ejemplo del poder del Dios que cambia, les va a costar mucho creer que este cambio es posible para ellos mismos. Según el  pastor Carl K. Spackman (1) un 19,3% de los jóvenes por él encuestados manifestaron que la hipocresía en la iglesia era la razón decisiva para su abandono de la fe, aunque yo creo que en realidad es más alto.

Esto no significa que tengas que ser un padre perfecto, no lo eres, ni lo serás. Fallas y fallarás; eres humano. Pero un hijo siente el corazón de un padre. Si buscas a Dios con un corazón sincero: intentando cambiar, reconociendo tus errores, buscando a Dios, enseñando con amor, etc., por más errores que tengas, esto no va a pasar desapercibido a tus hijos, (aunque hacérselo saber tampoco está de más). Creo firmemente que a la edad adecuada (preadolescencia- adolescencia..) deberías considerar hablar a tus hijos de algunas de esas cosas de tu pasado que deseas que ellos no repitan, con sinceridad, expresando tu arrepentimiento por ello, para  que ellos vean el cambio que Dios está haciendo en ti.

En mi país (Finlandia) hay un dicho que dice “todos servimos para algo, y si no servimos para otra cosa, por lo menos servimos para ejemplo de lo que no hay que hacer”. Quizá tu pasado puede ser ese ejemplo de lo que hay que evitar, pero haz que tu presente y tu futuro sean un ejemplo de sinceridad delante de Dios y de los hombres.

Nuestro ejemplo es imprescindible para que nuestros hijos conozcan a Dios y vean que es posible tener una relación personal con él. Muchos creyentes creen que es suficiente con que sus hijos vayan a la Iglesia y a la Escuela Bíblica Infantil para que se conviertan y vayan por el buen camino. Pero no es así. Piénsalo bien. ¿Cómo conociste tú a Dios? ¿Le conociste porque te impusieron una serie de conductas, costumbres y normas? ¿Porque te contaron unas cuantas historias de la biblia? ¿Verdad que esas cosas no fueron suficientes? Hubo seguramente un momento en el que, fuera de todo eso, te encontraste con la verdad de tu pecado y la verdad de un Dios cercano con poder para perdonarte y salvarte.

Normalmente para aprender a leer es suficiente con ir a la colegio, para aprender historia es suficiente con ir al instituto, pero para conocer a Dios no hay escuela que valga. Dios no es una asignatura que se pueda estudiar, es una persona que hay que conocer. Doy gracias a Dios por las escuelas bíblicas infantiles, pero no podemos delegar en ellas la tarea que nos corresponde como padres. Ellos son un apoyo a nuestra labor, y desarrollan ministerios increíbles, pero la tarea de instruir al niño en su juventud es de los padres (2). No vale mirar para otro lado, te toca a ti.

¿Cómo conocemos a otras personas? Cuando somos pequeños primero conocemos a nuestra familia. Nos enseñan quien manda y que nos quieren, nos dicen qué se espera de nosotros. Después nos presentan a otros adultos y nos enseñan cómo debemos comportarnos con ellos y que debemos hablarles con respeto. También nos presentan a otros niños en el parque y en el cole y nos enseñan a no pegar, a compartir los juguetes, etc. Nuestra labor no es enseñar a los niños cómo es Dios en un libro, en la teoría. Nuestra labor es presentarle a una persona: nuestro amigo, salvador y Señor Jesús; y cómo comportarse con Él. Preséntale a tus hijos a Jesús, tu amigo, que está siempre contigo. Enséñales cómo hablas con Él, enséñales como Él te responde, enséñales el libro precioso que te ha dejado con sus maravillosos consejos, su palabra eterna, la biblia.

Los niños aprenden por imitación: ven lo que hacemos y lo repiten. Cómo hablamos, cómo caminamos, cómo agarramos las cosas, cómo nos relacionamos con las personas, cómo reaccionamos ante el peligro, etc. Mi madre es la que tiene fobia a que los niños se acerquen a las ventanas, pero yo a veces me sorprendo con la reacción visceral e instantánea que tengo ante la misma situación. Me quedó grabado su temor. Así es con todo, con lo bueno, y con lo malo. Siempre se dice que “vale más un hecho que mil palabras”, y todos hemos oído aquel mal dicho de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Y la verdad es que el testimonio, el ejemplo que damos en casa, es lo que queda grabado en nuestros hijos, no tanto nuestras palabras.

Asegúrate de que ellos ven que Dios es real para ti, léeles historias de la biblia, compárteles lo que aprendes de su palabra, muéstrales como él ha respondido a tus oraciones, que ellos vean la naturalidad con la que hablas con Dios y cómo te relacionas con él en tu diario vivir. No hacen falta muchos conocimientos teológicos para eso. Sólo ser transparente y natural.  Mostrar lo que Dios hace en ti. Dios es un Dios natural. Él no tiene nada que ver con el misticismo y la superstición. Él es Padre, Amigo y Señor, y debemos enseñar a nuestros hijos a relacionarse con Dios de esas 3 maneras:

Padre: Te ama incondicionalmente, te provee de todas tus necesidades, puedes confiar en Él.

Amigo: Sabe compadecerse de tus problemas, (3) ha pasado por las mismas dificultades que tú, siempre está ahí para escucharte y aconsejarte.

Señor: Merece reverencia y respeto, es el que manda, es poderoso y soberano para hacer cualquier cosa.

Asegúrate primero de que Dios es todas estas cosas para ti también.

________________________________

  1. Carl K. Spackman “Transmitiendo la fe a nuestros hijos” (Ediciones Las Américas: Méjico 1992)
  2. Proverbios 22:6
  3. Hebreos 4:15-16

2- DECISIONES

2- DECISIONES

Cuando pienso en mi infancia, recuerdo una etapa completamente feliz: despreocupada y llena de luz. Recuerdo los juegos de mi infancia, la tranquilidad en mi casa, los viajes y las vacaciones familiares: recuerdo felicidad. Si tú vieras mi vida desde fuera, dirías que tengo mucha suerte por la familia y la vida que tengo, y ciertamente es así. Sin embargo no siempre lo vi de esa manera. Tuve una infancia feliz, crecí en la Iglesia, no tuve mayores dificultades en mi vida, pero llegada la adolescencia, la autocompasión y el rencor fueron mis compañeros habituales. Me encerré en mí misma, me sentía en un hoyo profundo y culpé a todos los demás de mi situación. Me sentía sola, así que culpaba a mis amigos por no preocuparse por mí y darme de lado. Me sentía mal con mi físico, así que culpaba a mis profes y el sistema educativo por no motivarme a hacer deporte desde pequeña. Era inconstante, así que culpaba a mis padres por no haberme obligado a acabar lo que empezaba… (¿Empiezas a ver un patrón de pensamiento?) Pero fui yo la que no me acerqué a los demás, fui yo la que dejé las clases de baloncesto y de piano… etc., fui yo.

Mientras iba creciendo seguí con el mismo patrón, tomé lo que aprendí en el seminario con 18 años, y lo que aprendí de psicología en la universidad; y lo utilicé contra todos, especialmente contra mis padres. Lo usé para analizar detalladamente cada uno de los errores que (según yo) habían cometido y para señalar que lo que me pasaba era culpa de ellos por lo que hicieron. Les culpaba por mis sentimientos negativos y por mis problemas. Ahora sé que no fue por su culpa. Por dentro, había dejado que mis pensamientos rondaran sobre cosas incorrectas, y al final me fue imposible negar que no había más responsable de ello que yo (sólo faltaba que les echara la culpa de mis pensamientos tambiénJ).

Cuando Dios comenzó a tratar con mi vida, vi claramente que, a pesar de sus errores, mis padres hicieron todo lo que supieron y pudieron. Me amaron y me enseñaron. Me dieron responsabilidades y confiaron en mí. Me enseñaron a hacer cantidad de cosas y siempre respetaron mis decisiones. Ahora agradezco a Dios por mis padres y puedo contar con orgullo las cosas que me enseñaron. Son un grandísimo ejemplo de amor a Dios y entrega a su obra. Cuando alguien me pregunta dónde aprendí a hacer algo, la respuesta casi siempre es: “lo aprendí de mis padres”.

Tengo que decir que una de las cosas que más influencia tuvo en mi vida fue el hecho de que mis padres respetaran mis decisiones en cuanto a mis gustos, preferencias y elecciones. Por ejemplo cuando sentí de parte de Dios que debía quedarme un año a estudiar en el seminario en Finlandia, simplemente me preguntaron si estaba segura y al verme decidida arreglaron todo para que pudiera quedarme. Ese año fue una grandísima bendición para mi vida. Su confianza en mi me hizo madurar, me hizo darme cuenta de que tenía que pensar bien mis decisiones porque las consecuencias de ellas iban a caer sobre mí. Me arrepentí de algunas de ellas, pero aprendí.

El pensamiento moderno nos dice que somos consecuencia de la educación que recibimos de nuestros padres, de la cultura, de la época, y de los sucesos que marcan nuestra vida; como abusos, divorcios en la familia, guerras, etc. Y no voy a negar la influencia de todas estas cosas y de muchas más, ya que marcan nuestros pensamientos y nuestras emociones, pero en mi opinión hay un gran riesgo en esta manera de pensar. Y es que se puede usar como excusa para eludir nuestra responsabilidad sobre nuestros actos.

Puedo decir: “sí, soy alcohólico, pero es culpa de mi padre que también lo era” o puedo decir “sí, odio, pero es culpa de los que me hicieron daño” o puedo decir “es verdad que no pago impuestos, pero es que es culpa de la crisis”. El ser humano tiende a proyectar la responsabilidad de sus actos, como se dice comúnmente, “echarle la culpa a otro”.

La palabra de Dios nos enseña que cada uno es responsable de sus propios actos, y al final cada uno dará cuentas de su propio comportamiento. Cuando te presentes delante de Dios no podremos decirle “Dios, es verdad que yo hice tal cosa pero es que aquel me hizo tal otra”. Dios dirá “tranquilo que de aquel ya me encargo yo, pero tú eres responsable sobre lo que TU hiciste, así que eres culpable.” Sean cuales sean las circunstancias, siempre tienes la opción de escoger qué vas a hacer. Con la ayuda de Dios todo patrón de conducta o de pecado «generacional» puede romperse. No hay excusas.

Respecto al tema que nos atañe, la relación entre padres e hijos, cada uno tiene su propia responsabilidad. Los padres tienen la responsabilidad de orar, enseñar, guiar, de dar ejemplo y de los demás temas que trataremos en este blog. Pero la responsabilidad de elección es de cada persona, siempre. Igual que tú como padre has sido y eres libre de elegir, tu hijo también lo es. Si es pequeño aún, no podrá escoger con qué habitación se queda o cuánto recibe de paga, pero respecto a su corazón, siempre escogerá él mismo. Escogerá si odia o perdona, escogerá si se abre al mundo o si se cierra, escogerá si miente o si dice la verdad, y ahí no hay ningún otro responsable que él. A veces como padres quisiéramos protegerlos de todo y  tomar decisiones por ellos, pero la verdad es que al final cada uno escoge su propio camino.

Supongo que algunos padres y madres estarán ahora mismo echándose las manos a la cabeza y pensando “¿Cómo puedo siquiera pensar en dejar escoger al cabeza loca que es mi hijo/a?”.

Entrenar a tus hijos para tomar decisiones responsables es bastante sencillo en realidad y se puede comenzar cuando son aún pequeños. Simplemente debemos ir poniéndolos ante elecciones sencillas con consecuencias claras. Por ejemplo: “Hijo, puedes ir a casa de la abuela (opción 1) que te llevará al parque (consecuencia 1) O puedes venir conmigo a comprar (opción 2) y escoger tu nueva mochila del cole (consecuencia 2)”. Las primeras veces querrá hacer las dos cosas, pero debemos recordarle las consecuencias de su decisión y mantenernos firmes en la consecuencia prometida. La complejidad de las elecciones irá creciendo con la edad y también irá creciendo su capacidad de tomar decisiones meditadas y responsables.

Cuando los niños aprenden a tomar decisiones y a cargar con las consecuencias de las mismas se desarrolla la autoconfianza, y ellos maduran. Ser adulto es ser responsable para tomar buenas decisiones y afrontar las consecuencias.

crecer

Hay muchas decisiones que tus hijos tomarán en la vida: decidirán respecto a sus estudios, trabajo, pareja, etc. Y debes prepararlos para tomar esas decisiones de manera meditada y responsable. Pero sobre todas las demás decisiones está la más importante: “¿Qué pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”(1).

Aunque cada uno tenemos que tomar nuestra propia decisión, Dios nos llama y nos lleva a sus pies. Uno es el que siembra y otro es el que siega(2), pero el crecimiento lo da Dios (3). Cristo es el que hará la obra redentora en tus hijos, así como la hizo en nosotros. Ésta es la mayor decisión para la que debes prepararlos.

En Semana Santa de 2013, mi esposo y yo recibimos una enorme bendición. Nuestro Samuel, de 6 años en ese momento, entregó su vida a Cristo. Con motivo de la Semana Santa emitían por televisión la miniserie “la Biblia”, la cual vimos con los niños. En el momento de la crucifixión Samuel comenzó a llorar y me dijo: “mamá, esto pasó de verdad ¿a que sí?”. “Sí hijo, Jesús murió por nosotros” respondí. Unos minutos después Samuel me dijo: “mamá, yo quiero ser amigo de Jesús”. Seguro que yo lloré más que él mientras hacíamos la oración de fe. Aún me emociono recordando ese momento. Salió de mi hijo tomar esta decisión. Sin nadie predicándole en ese momento, él comprendió que se hallaba en el momento de tomar una decisión. Nosotros le habíamos contado con anterioridad las historias de la Biblia, por supuesto, pero nunca lo empujamos hacia ésta decisión. Y al saber esto espero que comprendas, igual que yo comprendí aquel día, que la palabra de Dios había dado su fruto, que en ninguna manera aquello era mérito nuestro como padres, sino que era obra de Dios.

Ahora intento enseñar a mi hijo a vivir con responsabilidad, conforme a las consecuencias de la elección que ha tomado. Cuando hace algo malo no le hablo de un Dios lejano y castigador al que no conoce y ante el cual tiene que arrepentirse; sino que le digo que Jesús, su amigo, está triste por lo que él ha hecho y debe pedirle perdón. Antes de ir a dormir le digo: “Dale gracias a tu amigo Jesús por este día” Y él habla con Dios personalmente. Los padres no somos mediadores en la relación de nuestros hijos con Dios, porque hay un solo mediador (4). Ellos deben aprender a dirigirse a Dios personalmente.

En mi caso, como ya te he contado, pensaba que la culpa de mi dolor era de los demás. Por tanto pensaba que la solución al problema era cambiar a los demás, o que los demás se disculparan conmigo. Cuando me entregué al Señor y Él comenzó ese precioso proceso de restauración que sólo Él puede hacer, comprendí que ni la psicología, ni cambiar el pasado, ni cambiar a las personas, ni ningún razonamiento o argumento podían transformarme. Lo que me sanó, rescató y me hizo libre de todo mi pasado, fue el poder de Dios. Él perdonó lo que yo hice mal y Él suplió lo que los demás hicieron mal, tan pronto como YO personalmente tomé la decisión de poner mi vida en SUS manos. Al final lo que hizo la diferencia fue entregarme en las manos de Dios. Nadie más que Dios puede hacer esta obra en tus hijos.

Querido padre o madre que lees esto. Haz tu parte.

Pero confía y ora: Dios es más que poderoso para suplir donde tú no alcanzas.

___________________________________________

  1. Mateo 27:22 RV60
  2. Juan 4:37
  3. 1 Corintios 3:6
  4. 1ª Timoteo 2:5

1- LA ORACIÓN

sin-titulo

Aún recuerdo la sensación que me inundó después de haber nacido mi primer hijo, Samuel. Me sentí abrumada, sobrepasada por la responsabilidad y por el cambio que supuso en mi vida. Me rondaban la cabeza pensamientos como: “¿lo haré bien?” o “¿me odiará algún día si fallo?”. Pensaba en cómo fueron mis padres y las áreas débiles en mi vida, y decía para mí: “¿Cómo podré evitar cometer errores? ¿Cómo podré enseñarle bien sin “contagiarle” mis debilidades, errores y fracasos? ¿Cómo evitar que mi historia se repita en él?”.

Entonces recordé una cosa que me contó mi madre. Cuando llegamos a España vivíamos en Vitoria, en el País Vasco, y en aquella época había aún mucha violencia terrorista. Ella me contó que en un momento empezó a sentir temor y pensaba “¿cómo podré criar cuatro hijas en medio de esta violencia?” Entonces Dios le habló por medio de su palabra y le dio paz.

“Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles. Si el Señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes. En vano madrugáis, y os acostáis muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados. Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa.” Salmos 127:1-3

Y así fue. Dios siempre nos guardó y no nos pasó nada. En medio de mi mar de dudas comencé a entender estos versículos y Dios me dio paz. Vi que Dios había cuidado de mí, vi que Dios había sanado mi corazón y que, sí, mi pasado no había sido perfecto e indoloro, pero vi que la sanadora mano de Dios había cubierto todo aquello y que Él era más poderoso que todo.

Mis padres lo podían haber hecho mejor o peor, pero el que siempre estuvo en control fue Dios. Estuvo en control porque sé que ellos oraron, oraron, oraron y volvieron a orar.

Si has llegado hasta este blog, es porque te interesa aprender sobre la familia cristiana, seguramente quieres mejorar como padre/madre y te felicito por ello. Eso es lo primero que hace falta. Pero lo más importante que debes comprender es que vas a necesitar a Dios en esta tarea. Uno puede esforzarse todo lo que puede como padre, pero al final cada hijo tomará su propia decisión: seguir a Jesús o no, y eso es lo que determinará el futuro de tu hijo. Por eso lo mejor que puedes hacer es comenzar a orar por tu hijo YA.

Esto no quiere decir que no debas animarlo, exhortarlo, corregirlo y hacer todo lo que está en tu mano por tu hijo, estas cosas son tu responsabilidad también. Lo que quiero recalcar es la importancia de regar en oración toda área en la vida de tu hijo, así como tu labor como padre. Ora por su futuro cónyuge, ora por sus estudios, ora por su carácter, ora por sus amistades, ora por sus decisiones de futuro. Lee libros como “El poder de los padres que oran” (1) y lee allí todas las áreas de la vida de tus hijos por las que puedes orar; pero sobre todo ora por su situación espiritual. Ora porque Dios haga la obra de salvación en su corazón, por que si conocen a Dios, Él suplirá todo lo que les falta conforme a sus riquezas en gloria (2). Suplirá en perdón, en amor, en conocimiento, en paz, en salvación, en todo lo que no alcanzaste a suplir para tu hijo… en TODO.

En mi vida he tardado mucho tiempo en comprender la importancia de la oración. Siempre he sido una persona más de acción, por eso a mis ojos pasar el día orando era como no hacer nada y sentarse a esperar. No cometas el mismo error que yo. Como dice Romanos 9:16, uno quiere hacer las cosas bien y uno corre de un lado para otro intentando hacerlas, pero el resultado está en manos de Dios quien tiene misericordia de nosotros y nuestra imperfección. Así que no depende de cuánto hagas, sino de cuánto dejes que Dios haga en ti y a través de ti. Es su obra al fin y al cabo. Intentamos apropiarnos de ella de muchas maneras, pero ya lo dice la frase: “la obra de Dios”. ¿De quién es la obra? ¡¡DE DIOS!! Es su obra en ti, es su obra en tus hijos. Tú no puedes hacer la obra ni siquiera en ti mismo, no puedes cambiarte un ápice. Todo lo que obtengas por ti mismo es paja, es corruptible. Lo que Dios produce en ti es más valioso que el oro. Ten pues tu propio esfuerzo por basura, para ganar lo que merece la pena (3). La carga que Dios da es ligera, si pesa mucho es porque estás tratando de cargar más de lo que te toca.

Haz lo que te toca: orar, amar, enseñar a tus hijos; y déjale a Dios lo que a Él le toca: dar el crecimiento a la buena semilla plantada en sus corazones que a su tiempo dará fruto. Orando, tus hijos estarán en manos de Dios. Nunca te canses de orar, tengan la edad que tengan. La oración funciona, y tiene un doble efecto: hacia dentro y hacia afuera.

Hacia dentro, la oración te cambia y hace que crezcan los frutos del espíritu en ti: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio (4). La oración te hace estar en paz en medio de cualquier tormenta, tus pies están firmes sobre la roca. El efecto hacia afuera es que Dios cumple su perfecta voluntad, Él toma el control de todo y suple lo que necesitamos en su tiempo.

Una querida amiga mía preocupada por el bienestar de sus hijos en el colegio recibió de Dios una preciosa palabra: “Yo cuido de tus hijos, aún cuando eres tú la que está con ellos”. Dios es quien te enseña a cuidar de tus hijos, el que te enseña amor y misericordia, el que te dirige en cómo hablarles y enseñarles. Tu principal tarea como padre es presentarte conjuntamente con tus hijos en oración delante de Dios cada día encomendándolos a ellos y a ti mismo como padre delante de Dios como hacía Job (5).

En la pared de mi casa pinté un mural que dice: Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará.” (6) y es que he descubierto que en la vida cristiana todo se trata de confiar en Dios. ¿Tienes dificultad económica? Confía en Dios. ¿Tienes dudas respecto a tu futuro? Confía en Dios. ¿No sabes cómo educar a tus hijos? Confía en Dios. Cada prueba que enfrentas te lleva a un mismo punto, a confiar en Dios y aceptar su voluntad.

La lección más importante que he aprendido sobre la oración es que cuando pones toda tu confianza en Dios, Él siempre contesta. Poner tu confianza en Él significa no sólo orar, sino también poner tus emociones y planes en sus manos. Si pones tus emociones en sus manos, te niegas a preocuparte, porque sabes que Él tiene el control y todo va a estar bien. Si pones tus planes en sus manos, no vas a correr a solucionar los problemas de la forma ilegal o inmoral, sino que confías en que Él hará y esperas a ver cuál puerta Él abrirá. ¿Verdad que ahora «confiar en Dios» no parece tan sencillo? ¿Estás dispuesto a esperar su respuesta? ¿Estás dispuesto a esperar su tiempo?

¿Sabéis que para Dios no existe el tiempo? Delante de él están el pasado, el presente y el futuro simultáneamente. Nosotros vivimos con las prisas, mirando el reloj constantemente, frustrados porque Dios no se ciñe a un horario, ni atiende a las demandas “urgentes” que le presentamos constantemente. Él no tiene prisa, porque delante de él todas las cosas ya fueron hechas, ya nos fueron dadas (7). Él sabe cuando tienen que suceder las cosas para que sea perfecto. La oración te enseña a olvidar el reloj (tiempo chronos) y vivir en su tiempo (el tiempo kairos), el tiempo perfecto del cumplimiento de su palabra, en el que aquello en lo que Él ha estado trabajando sale a la luz, y es manifestado; el cumplimiento de su palabra y de su poder. Cuando vives en el tiempo de Dios, vives en su paz. Padre, madre, no desesperes, si le entregas tu vida y tus hijos, Él siempre va a estar en control.

________________________________________________

  1. “El poder de los padres que oran” Stormie Omartian. Unilit. 2001
  2. Filipenses 4:19
  3. Filipenses 3:7-9
  4. Gal 5:22-23 NTV
  5. Job 1:5
  6. Salmos 37:5
  7. Efesios 2:5-6