6- LA CASA POR EL TEJADO

6- LA CASA POR EL TEJADO

Cuando entregué mi vida al Señor a los 16, descubrí que no sabía orar. Bueno, en realidad descubrí que no sabía nada de Dios. Me sentí totalmente perdida. A pesar de haber escuchado una media de dos predicaciones semanales durante toda mi vida hasta la fecha, descubrí que no tenía ni idea de cómo dirigirme a Dios. Sabía el padre nuestro, cómo orar delante de la gente haciendo que sonara bien, sabía toda la teoría y las cosas que no se deben decir… me habían enseñado mucho y muy bien, pero toda aquella información estaba hueca de significado para mí. Por primera vez en mi vida me encontré delante de un Dios vivo que se había cruzado en mi vida y no sabía qué decirle. Si me hubieran puesto delante un examen del seminario creo que lo hubiera aprobado sin problema, pero me hallaba ante algo nuevo y desconocido para mí: un Dios real fuera de toda aquella información que tenía.

Poco a poco, Dios me fue enseñando cómo caminar de su mano. Él fue abriendo mis ojos y pude decir como Job: “de oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (1). Y por la gran misericordia de Dios lo he podido decir muchas veces desde entonces, experimentando cada día más de su verdad.

A esto es lo que yo llamo tener “conceptos vacíos”. Es tener un conocimiento de algo, incluso poder definirlo o explicarlo, pero sin vivirlo ni experimentarlo, sin saber cómo se hace realidad en la vida de uno.  Es como saber toda la teoría de la conducción sin haber conducido un coche. Yo tenía toda la información del mundo, pero cada uno de esos conceptos estaba vacío. Sabía qué era la oración, pero no sabía orar. Sabía que Dios es amor, pero no lo experimentaba en mi vida. Y un larguísimo etcétera.

Éste es un mal común en los hijos de los creyentes. Es un hándicap (dificultad) con el que nacemos. Es como si hubiéramos comenzado a conocer a Dios al revés. Un creyente de primera generación conoce a Dios primeramente y después empieza a conocer la palabra, los mandamientos, las tradiciones de la Iglesia, etc.  Los hijos de cristianos comenzamos al revés. Primero conocemos la Iglesia, las leyes y las rutinas religiosas y después, en el mejor de los casos, un día conocemos a Cristo. Es como si comenzáramos la construcción de una casa por el tejado. El tejado es muy bonito y nos resguarda un poco y podemos sentirnos seguros durante un tiempo, pero si nos falta el cimiento que es Cristo, tarde o temprano todo caerá.

Para un hijo de cristianos es muy fácil creer que Dios es religión, que Dios es tradiciones, que Dios es  mandamientos: porque es lo que experimenta lo único que ve al principio. Así, hasta el día que conoce a Cristo. Eso es todo lo que Dios es para él: una estructura que nos puede satisfacer más o menos, pero sin cimientos, sin contenido, sin corazón, y sin vida.

Estos “conceptos vacíos” generan dos clases de respuestas extremas muy opuestas, pero igual de malas.

Por una parte están los que comienzan a servir a Dios súper jóvenes y se ofrecen como voluntarios a todo y hacen de ese “activismo” el centro de sus vidas. Algunos lo hacen porque les gusta la Iglesia y las cosas que se hacen en ella y por tanto se vuelven una parte muy activa de ésta. Otros lo hacen por ayudar a sus padres. Quizá te preguntas ¿Por qué esto puede ser muy malo? Porque si no  han tenido un encuentro personal con Cristo, lo hacen sin entender que debemos servir a Dios por amor y que no es por obras, sino por fe. Aman la Iglesia, la obra, pero no aman a Dios. Éste fue mi caso. Servía en la Iglesia desde los 15, y entregué mi vida al Señor con casi 17. Y aún después de eso, tardé mucho en darme cuenta que a Dios le importaba mucho más mi corazón y que le dejara a él obrar en mí, que el hecho de que yo no parara de hacer cosas “para Él”. Lo malo de este extremo es que puedes caer en un engaño. Puedes creer que estas bien delante de Dios, que lo amas y estás haciendo lo correcto porque haces todo lo que se supone que hay que hacer, pero sin conocer a Dios en realidad e incluso sin haber nacido de nuevo.

El otro extremo es el contrario. Estos hijos de creyentes están decepcionados con Dios por una de dos: o están decepcionados con sus padres y/o líderes o personas de referencia en la Iglesia, o están decepcionados con la iglesia como organización. Han mirado a las personas para encontrar a Dios porque no le conocen, pero como han salido decepcionados no quieren saber nada de Dios ni de la Iglesia. Lo malo de este extremo es que mientras no miren a Cristo, eso es todo lo que van a ver: decepción.

Me maravillo viendo que hay muchos hijos de creyentes que no caen en estos extremos, que ven más allá de la religión y las personas y encuentran a ese Dios poderoso que les ama. Dios llama a la puerta, y muchos abren. ¡¡¡Qué grande es la obra de Dios!!!. Nunca podré recalcar lo suficiente la importancia de enseñar a nuestros hijos a Cristo, a un Cristo vivo fuera de toda religiosidad.

Como progenitor debes intentar asegurarte de que tus hijos conocen al Dios que hay tras la obra, que lo experimenten, que lo amen. Para Dios lo que importa no es lo externo, lo que se ve por fuera, sino el corazón. Por tanto, tú tampoco debes dejarte engañar por el espejismo de que “si mi hijo se porta bien y asiste o participa en la iglesia, todo está bien”. Puede que así sea, pero puede que no.

Para conocer la situación espiritual de tus hijos, mira sus frutos. Busca el fundamento, el cimiento, la base: ¿hay una relación personal con Cristo? De nada sirve que la vida de nuestros hijos aparente ir bien. Un edificio bonito sin cimientos, tarde o temprano caerá.

Nota para hijos: Dios es un Dios personal. Has visto y oído muchas cosas, pero deja todo eso un poco a un lado y dirígete a Dios personalmente. A veces toda esa información que nos dan otras personas entorpece un poco a la hora de acercarse a Dios, porque esperas que tus experiencias sean como las de olos demás. Deja eso. Dios trató a Moisés con una zarza, a Elías con un huracán, a Jonás con una ballena, a David con un leones, osos y gigantes, y quién sabe cómo quiere tratar contigo. Saca a Dios de los moldes de la religión y de todo lo que otros te contaron. Dios quiere tener una relación personal contigo y va a ser única e irrepetible. Sólo acércate a Él sin expectativas y Él te mostrará quien es y  lo que quiere hacer contigo.

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  1. Job 42:5

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