En el curso de discipulado de nuestra Iglesia, hay un ejercicio, muy cortito pero muy profundo, que trata sobre las prioridades. Te animo a que lo hagas, dice así:
Ordena éstas cinco áreas en el orden de importancia que deben tener en nuestra vida con un número del 1 al 5, siendo el 1 el más importante y 5 el menos importante. (No hablamos de lo que nos lleva más tiempo sino de lo que debe ser la pasión de nuestro corazón).
– Vocación (Trabajo, estudios).
– Necesidades espirituales y emocionales de la familia (devocionales, tiempo en familia). Se refiere a la familia nuclear: cónyuge e hijos.
– Vida espiritual, relación con Dios.
– Ministerio cristiano, servicio a Dios. El ministerio no son sólo las actividades que se realizan en la Iglesia. Es una actitud de ser luz y bendición de Dios en el lugar que estemos y sea lo que sea que estemos haciendo.
– Otras actividades (aficiones, deportes, compras, recados, la casa, etc.)
No sigas leyendo hasta que lo hayas hecho, aunque sea mentalmente, así podrás reflexionar con mayor profundidad en éste capítulo.
Bien, creo que estarás de acuerdo en que la relación con Dios debe ser el número 1. Si Dios no está en el trono, en el centro de tu vida, ninguna de las otras áreas va a funcionar como debe. Cuando Él reina en nuestras vidas, todo lo demás se va colocando en su lugar por si sólo. (1)
Seguramente también estarás de acuerdo con que el último lugar (número 5) lo ocupan las “otras actividades” por ser lo más superfluo y postergable. La limpieza, las aficiones, trámites etc. son importantes y necesitan su tiempo de dedicación, pero no pueden en ningún caso ser más importantes que las otras cosas de la lista. No puedes faltar al trabajo por quedarte limpiando tu casa o desatender a la familia por atender tus aficiones. Si esto sucede tienes que examinarte y cambiar tus prioridades porque ahí hay algo que realmente se ha torcido.
Vayamos a lo polémico. El número 2. La cuestión está entre el trabajo, la familia y el ministerio. Tengo un punto de vista muy claro respecto a este asunto así que te lo voy a decir claro, sin rodeos ni anestesia: alguien puede sustituirte en cualquier labor que estés desarrollando en la Iglesia o en tu trabajo. Duele, pero es cierto, no eres imprescindible. Eres necesario sí, pero no eres imprescindible en estos lugares. Alguien puede sustituirte en tu trabajo, como amigo y en muchas facetas, pero hay una cosa en la que eres irreemplazable. Nadie puede sustituirte como padre/madre. Los hijos abandonados por sus padres sienten añoranza toda su vida del hueco dejado por el progenitor ausente. Si tu madre vuelve a casarse tras la muerte de tu padre, tu padrastro puede ser muy bueno, fantástico y maravilloso, pero nunca sustituirá a tu padre completamente. Hay niños adoptados que añoran y buscan a sus padres biológicos aún después de décadas aunque amen muchísimo a su familia adoptiva. Cuando falta un progenitor hay un gran hueco vacío en la vida de un hijo.
Quizá piensas que éste no es tu caso, pero déjame decirte que hay varias maneras de estar ausente. Quizá lo primero que venga a tu mente es el abandono del hogar o la muerte, pero hay otras formas de ausencia. ¿Nunca has oído eso de “estar solo en una multitud”? Pues también sucede en el hogar. A los padres absortos en su trabajo, su ministerio o sus amistades fácilmente se les escapa la soledad y el abandono que pueden sentir sus hijos. Ausencia es no estar en los momentos importantes para el niño. Ausencia es no presenciar o no interesarse por los logros o aprendizajes obtenidos por el niño. Ausencia es mirar para otro lado (tv, móvil, ordenador…) cuando tu hijo intenta enseñarte o contarte algo importante para él (que puede ser algo insignificante para ti, como que encontró un bicho, pero que para él es un mundo). Ausencia es dar por hecho que nuestros hijos serán creyentes porque van a la iglesia, que saben que los amamos porque traemos dinero a casa o que crecerán sanos porque comen espinacas. Ausencia es no invertir tiempo, fuerzas y amor en nuestros hijos dando por hecho que «saldrán bien». Si hacemos esto un día llegarán a la adolescencia y estallarán en rebeldía y diremos: “¿de dónde viene esto de repente?” Cuando resulta que el dolor de nuestra ausencia en nuestros hijos ha ido creciendo en ellos durante años.
En algunas culturas es comúnmente aceptado pensar que la mayor muestra de amor hacia tus hijos, es trabajar de sol a sol para que a ellos no les falte nada económica y materialmente. Sin embargo estoy segura de que si das a escoger a tus hijos entre pasar tiempo contigo o tener un juguete nuevo para jugar ellos solos, escogerán el tiempo en familia. Ausencia es rodear a un niño de juguetes y dejarlo solo. Los lujos, las posesiones o el estatus social no pueden suplir la necesidad que tienen los hijos de estar con sus padres.
En la cultura evangélica, es comúnmente aceptado pensar (sobre todo en el caso de los pastores y líderes) que es correcto y necesario que cuando alguien de la iglesia tiene una necesidad, las necesidades de nuestros hijos pueden esperar. Obviamente debes servir en la iglesia y a los hermanos en la fe en la medida que puedas. También debes discernir que no todos los reclamos que tus hijos hacen son realmente necesidades. El problema viene cuando sistemáticamente eliges satisfacer las necesidades de otros antes que las de tus hijos.
Quizá no estés de acuerdo conmigo, pero leamos qué dice la palabra de Dios en 1Timoteo 3:1-5 Si alguien aspira al cargo de obispo, no hay duda de que ambiciona algo muy eminente. Es necesario, pues, que el obispo sea irreprochable, casado una sola vez, casto, dueño de sí, de buenos modales, que acoja fácilmente en su casa y con capacidad para enseñar. No debe ser bebedor ni peleador, sino indulgente, amigo de la paz y desprendido del dinero. Que sepa gobernar su propia casa y mantener a sus hijos obedientes y bien criados. Pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá guiar a la asamblea de Dios?
No quiero entrar en polémica, simplemente quiero que veas que Dios da mucha importancia al cuidado del hogar. De hecho, está poniendo la familia antes que la Iglesia. La palabra dice que antes de guiar la casa de Dios, debe uno saber gobernar su propia casa. Por tanto va primero. La Biblia según Johanna, diría “¿de qué le vale al hombre si ganare el mundo y perdiere los de su casa?”(2) y perdonadme el cambio que he hecho para explicar la idea.
Igual que los hijos aprenden en el hogar, los padres también aprendemos en el hogar. Cuando éramos hijos aprendimos a RECIBIR misericordia, amor, paciencia, enseñanza. Ahora que somos padres, debemos aprender a DAR misericordia, amor, paciencia, enseñanza… No menosprecies el ministerio de enseñar a tus hijos. A veces ambicionamos el ministerio, el “obispado” como dice la palabra, y pensamos que ESE es el punto principal de nuestras vidas. Eso es lo que nos da sentido a la vida y despreciamos el sacerdocio del hogar. Debemos recordar que el primer ministerio que tiene el creyente casado es para con su familia. Pablo decía: “ojalá todos pudieran ser como yo (que soy soltero y estoy feliz así), pero la casada se debe a su esposo y el casado a su esposa (e hijos)”(3).
Si te ayuda, tómalo como un campo de entrenamiento. Si eres capaz de mostrar amor a tus hijos, serás capaz de mostrar amor a otros creyentes. Si eres capaz de enseñar a tus hijos la palabra y a conocer a Dios; serás capaz de enseñar a otros creyentes.
Ministrar a tu familia es TU ministerio. Y en esa tarea nadie te puede sustituir, no lo puedes delegar o ignorar sin graves consecuencias.
Si te acabas de dar cuenta que has estado ausente para tus hijos en ciertos ámbitos, no temas. Aún hay solución. Puede que cueste, pero los hijos, por rebeldes o dolidos que estén, anhelan volver a la intimidad con los padres por mucho tiempo de ausencia que haya habido. Pídele a Dios que te ayude a mostrar amor a tus hijos, sé sincero con ellos y háblales desde el corazón. Pídeles perdón por lo que haga falta. Eso no te va a hacer ser menos a sus ojos, sino todo lo contrario. Acércate a ellos, escúchales y muéstrales de esa forma tu amor por ellos. Así ellos tendrán un buen ejemplo para seguir. Nunca es tarde para Dios. Él siempre está trabajando en nosotros y nuestra familia.
Antes de seguir quiero puntualizar algo. La familia que es tu responsabilidad es tu familia nuclear: cónyuge e hijos. También incluye otras personas dependientes que puedan estar a tu cargo como padres ancianos, etc. Remarco esto porque si bien ocasionalmente el resto de la familia va a requerir de tu atención y ayuda, creo que es necesario una cierta separación o distinción. No tienes las mismas obligaciones para con tus hijos que para con tus sobrinos, ni la misma obligación para con tu cónyuge que para con tus hermanos. Está bien que los ayudes si puedes, pero tu primera responsabilidad económica y de tiempo es la familia nuclear. La palabra enseña que cuando contraes matrimonio tu núcleo familiar cambia. Antes tu familia más cercana eran tus padres y hermanos, pero ahora ya no. Tu cónyuge es parte de ti mismo, igual que tus hijos, aunque en otro sentido, el resto de tu familia no va incluida en este lugar de tus prioridades.(4)
Esto nos deja debatiendo el número tres entre trabajo y ministerio.
El ministerio es mucho más que tener un puesto en la Iglesia. Ministrar significa “repartir o administrar lo que Dios te ha dado”. ¿Dios te ha dado entendimiento?, pues debes repartirlo a quien lo necesite. ¿Dios te ha dado amor? ¿Te ha dado frutos de su espíritu? De gracia recibiste, da de gracia (5). Ministrar es ser luz del mundo, ser un instrumento de restauración, en la Iglesia y en este mundo herido. Demasiadas veces se limita el ejercicio del ministerio al local de culto. Cristo no vino a encerrarse en cuatro paredes sino que fue allá donde había necesidad. Por esa razón, deberíamos entender ministerio como una forma de vida más que como un puesto o título. (Ad)ministrar lo que Dios nos ha dado es responsabilidad de cada creyente.
Ahora bien, tener un puesto en la Iglesia conlleva una responsabilidad. Lleva tiempo, planificación y esfuerzo, por eso a veces choca con nuestro trabajo secular.
Obviamente debes trabajar con esfuerzo, haciendo todo como para el Señor, siguiendo el ejemplo de José, que allá donde estaba trabajaba con excelencia y el Señor lo prosperaba ya fuera esclavo, prisionero o gobernante. Con excelencia, como si sirvieras al Señor, disfrutando de tu trabajo. Es necesario que trabajes y que te esfuerces en mantener tu familia. En tu trabajo también puedes encontrar muchísimas maneras de bendecir esta sociedad y ser sal y luz.
Sin embargo creo que el ministerio debe ir antes que el trabajo en tu corazón. No quiero decir con esto que debas dejar de trabajar por actividades de la Iglesia, o faltar al trabajo cada vez que hay un evento familiar. Esa no es la cuestión. Lo que quiero decir es que como Pablo, debes “hacer tiendas”(6) para mantenerte; sin embargo, no es tu empleo el que te provee, es Diosa través de tu empleo. Dios provee para tu casa, con o sin trabajo. Con cuervos, harina o aceite que no acaban, una moneda en la boca de un pez, maná en el desierto, agua de la roca y en mil maravillosas formas.
Hoy trabajas en una empresa y el año que viene puede que trabajes en otra. Tu empresa puede irse a la ruina y tu situación laboral puede cambiar en cualquier momento. No podrás llevarte a la eternidad ningún mérito laboral que hayas obtenido. Allí ninguna posición empresarial importará lo más mínimo. El trabajo es un medio, no un fin. Necesitamos un trabajo para mantenernos mientras servimos y seguimos a Cristo. Si tu empleo no te permite asistir nunca la iglesia ni pasar tiempo con tu familia, ponlo en las manos del Señor, él proveerá lo que necesitas si tu anhelo es hacer la voluntad de Dios (7). Debes actuar con cordura, administrando todos tus bienes y tu tiempo con sabiduría, como en la parábola de los talentos (8), para obtener la mejor cosecha eterna.
Resumiendo, el orden, en mi opinión, debería ser el siguiente:
1- Vida espiritual, relación con Dios.
2- Necesidades espirituales y emocionales de la familia.
3- Ministerio en la Iglesia.
4- Vocación.
5- Otras actividades.
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1 Parafraseando Mateo 6:33
2 Traspolando Marcos 8:36
3 Parafraseando 1ª Corintios 7
4 Génesis 2:24
5 Mateo 10:8
6 Hechos 18:1-3
7 Mateo 6:33
8 Mateo 25:14-30