MENTIRAS QUE A VECES CREEN LOS HIJOS DE PASTOR 1

MENTIRAS QUE A VECES CREEN LOS HIJOS DE PASTOR 1

TENGO QUE SER PERFECTO

Algunos hijos de pastor no son conscientes de que esta mentira está instaurada en su corazón, pero muy probablemente lo esté. ¿Alguna vez pensaste cosas como?:

«tengo que ser el ejemplo de lo que mi papá predica»
«no quiero defraudar a mis padres»
«si no soy perfecto estaré defraudando a Dios»
«no quiero ser tropiezo para que se comparta a alguien el mensaje de salvación»
«conozco la verdad, se me exigirá mucho, tengo que ponerlo TODO en práctica»
«tenemos que dar un buen testimonio, una buena imagen como familia pastoral»
«la congregación amará más a mi papá si soy perfecto»
«si no sonrío y digo que va todo bien, todos pensarán que mi papá es un mal pastor»

Lo curioso del perfeccionismo de los hijos de pastor es que no le exigimos a los demás lo que nos exigimos a nosotros mismos. Ellos no tienen porqué ser perfectos, pero nosotros sí. Los demás pueden ser humanos y cometer errores pero nosotros no. Los demás merecen gracia pero nosotros…

Las personas en la Iglesia toman el derecho de «opinar casualmente» sobre lo que decimos y hacemos. Ellos no se atreven a acercarse a nuestros padres para comentarles nuestros fallos como harían en el caso de otros niños. «Eres hijo de pastor, no puedes hacer eso» (aunque todos los demás niños lo están haciendo), «¡pastorcito silencio!» (mientras que todos los niños gritan). Personas bienintencionadas con pequeñas frases que sumadas ejercen una influencia grande, instaurando la mentira de que TÚ tienes que ser perfecto, TÚ no puedes fallar.

La perfección humana es inalcanzable, sólo Cristo fue perfecto. Nosotros lo expresamos en agradables términos cristianos como si eso lo hiciera posible. «Con Dios se puede», «es que no tengo suficiente fe», «si tan solo me esforzase más», «si tan solo no hubiera dicho eso», «si yo fuera más paciente o más amoroso!».

Obviamente la vida Cristiana es una santificación progresiva que debemos trabajar y desear. Obviamente tenemos que examinarnos delante de Dios y tratar de ser mejores cada día. Nuestro corazón tiene que estar como el de David, perfectamente entregado a Dios (aunque pecó en algunos momentos). Tenemos que tratar de alcanzar la rectitud de Job (aunque él tampoco estuvo exento de pecado). La meta de perfección en nosotros debe ser «fallar lo menos posible». Pero la mentira que llega a los hijos de pastor es «tu no puedes fallar». Y ésto es imposible porque «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios».

Entonces nos volvemos perfeccionistas. El perfeccionismo crea una meta inalcanzable, de la cual deriva una laaaaaaarga lista de puntos que debes cumplir. Nunca serás suficientemente espiritual, nunca orarás lo suficiente, nunca tendrás suficiente discernimiento o experiencia o amor o quien sabe que más.

Cuando eres perfeccionista piensas «o lo hice perfecto, o lo hice mal». Haberlo intentado no sirve. Trabajaste todo el año con los jóvenes con amor y dedicación, pero una vez gritaste a un joven, así que eres un mal líder. Predicaste con unción y autoridad pero citaste mal un versículo, así que no vales para predicar. Esto te susurra la mentira que se ha colado en tu interior. Comienzas a tener miedo al rechazo, miedo a fracasar, miedo a lo que otros pensarán, miedo a no saber algo, miedo a defraudar a Dios, miedo, miedo, miedo…

La necesidad de ser perfecto no solo genera un torbellino de ansiedad y frustración, también destruye tu confianza en ti mismo.
Cuando todo lo que haces no es perfecto, es un fracaso, tú te conviertes en un fracasado (o eso es lo que piensas), lo que te convierte en un estúpido sin remedio, lo que te quita todo el valor y la confianza en ti mismo.

Llegados a éste punto, tienes cuatro opciones.
Opción 1. Morir intentando,,,, intentando,,,, intentando ser perfecto.
Opción 2. Distorsionar la realidad para poder al menos sentirte exitoso. Mentirte a ti mismo. Auto engañarte diciendo, de vez en cuando consigo esa perfección, por tanto solo tengo que seguir intentándolo con más fuerzas.
Opción 3. Muchos hijos de pastor optan por renunciar e irse. Renuncian a la Iglesia y a Dios y al ministerio porque nunca podrán alcanzar el nivel que se auto exigen y sienten que los demás les exigen.
Opción 4: conocer la verdad que te hace libre. «tengo que ser perfecto» es una «santa» herejía que te destruye.

Aplicas estos versículos a los demás, pero, ¿los aplicas a ti mismo?
Romanos 3:23 «todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios»
A DIOS NO LE PILLA POR SORPRESA QUE SEAS PECADOR E IMPERFECTO. CREEME, LO SABE
Juan 3:16 «De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda»
DIOS TE AMA!! TE AMA Y TE AMA Y TE VUELVE A AMAR!! MURIÓ POR TI.
Romanos 8:38-39 «ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.»
TU IMPERFECCION NO HACE QUE DIOS DEJE DE AMARTE. NI TU MISMO PUEDES SEPARARTE DEL AMOR DE DIOS.
Juan 6:37 «al que a mi viene, no le echo fuera»
AUNQUE HAYAS FALLADO MIL VECES LOS BRAZOS DEL PADRE SIEMPRE ESTÁN ABIERTOS PARA TI.

Dios no nos obliga a seguirle, ni a servirle, ni espera nuestra perfección. Él podía habernos obligado a servirle, habernos doblegado como títeres sin voluntad, pero Él nos creó por amor, porque deseaba una relación íntima y de amor con nosotros. Todo lo que Él desea de nosotros es amor, y frutos de ese amor. Si estás haciendo cosas porque se supone que es lo de deberías hacer como hijo de pastor o como cristiano, no está bien.

Ese diálogo interno que mantienes diciendo «tengo que ser mejor, tengo que hacer esto, no puedo hacer aquello» tiene que cambiar. Dios no te impone nada. Él te da a elegir. Por supuesto que desea nuestra santidad y entrega total, pero desea que ese sea el fruto de una relación de amor entre los dos y no de una imposición religiosa.

Prueba a cambiar el «tengo que» por «quiero» «deseo» «elijo».
«deseo amar más a Dios»
«elijo orar más»
«amo tanto a Dios que quiero servir a mis hermanos»

Resumiendo: Debemos tratar de mejorar y conservarnos íntegros ante Dios. Debemos tratar de aprender más y aplicar más la palabra de Dios. PERO, si fallamos, eso no echa por tierra toda nuestra vida espiritual anterior. Es una debilidad en la que Dios puede hacerse fuerte en nosotros y mostrar su gloria. Hijo de pastor, Dios te ama como eres.

Basado y modificado del libro «Tengo que ser perfecto» por Timothy L. Sanford. Disponible en Amazon (busca en el amazon de tu país, el precio varía según la moneda del país.

Si no eres hijo de pastor y estás leyendo esto, te ruego que examines la forma en la que nos tratas. No nos exijas una perfección que no existe, que tu mismo no puedes lograr y que nos pone un peso que nos mata.
Hijos de pastor, espero que os sea de bendición.

 

13- EL HIJO PRÓDIGO SE QUEDA EN CASA (parte 2)

13- EL HIJO PRÓDIGO SE QUEDA EN CASA (parte 2)

En el primer artículo sobre hijos pródigos os conté el testimonio de mi padre: https://yoymicasablog.wordpress.com/2017/01/30/7-el-hijo-prodigo-se-va-de-casa/

Mi padre vivió unos cuantos años de hijo pródigo lejos de sus padres, pero el amor de su familia y el llamado de Dios lo trajeron de vuelta a los pies de Cristo.

La semana pasada os compartí el testimonio de mi primo Samuel, que durante muchos años vivió cerca de sus padres pero alejado de Dios y metido en grandes problemas. yoymicasablog.wordpress.com/…/12-el-hijo-prodigo-se-queda-en-casa-parte-1

Hoy os quiero compartir la perspectiva de mi tía, madre de Samuel. Os dejo con su testimonio primeramente.

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La historia comenzó hace 17 años aproximadamente. Mi hijo se juntó con malas compañías, cambió de imagen, llegaron los excesos y la vida desordenada. Lo peor de todo para mí fue ver cómo dejó los estudios en dos ocasiones. Yo le imaginaba debajo de un puente haciendo nada.

Dios utilizó los problemas con mi hijo para empezar a obrar en mi vida. Como hija de creyentes sabía las cosas, tenía la teoría, pero no la vivía. Hasta ese momento había sido una religiosa. Iba a la iglesia, poco más. 

Pero el Señor sabe perfectamente cómo tratar con nosotros, y le utilizó a él con una sencilla fórmula: ¿qué no haría una madre por su hijo? Me sentía impotente. Es por ello que me agarré a Dios y empecé a clamar, a orar. No había otra. Oraba y lloraba, lloraba y oraba.

En la Iglesia encontré una amiga sabia y madura. Ella me apoyaba y me aconsejaba. Dios la puso en mi camino. Qué importante es tener una amiga de verdad, con esa sabiduría especial que dan los años  caminando con Dios. Y me sigue ayudando a día de hoy.

No empleé ninguna estrategia concreta, simplemente me dediqué a amar a mi hijo. No había nada que él pudiera hacer o decir, que provocase que yo dejara de amarle.

Mi consuelo esos años de lucha fue saber que Dios está al mando. Que alguien poderoso y más grande que yo lo tenía todo bajo control. Saber que Él se iba a ocupar de que todo se arreglase. En el fondo siempre tuve el sentimiento de que mi hijo sería para Dios.

Hubo más de una respuesta a las oraciones. La más importante fue ver cómo retomó los estudios y acabó la universidad. Y así fueron pasando los años hasta que llegó esa “bendita” noche.

¡Qué puedo decir! ¡Dios es grande! poderoso… ¡Todopoderoso! Dios oye las oraciones. Doy fe de ello. No sólo eso, sino que te sorprende. Él responde cuando quiere y como quiere.

Para ser sincera debo decir que la petición primera por la que clamaba al Señor no era la salvación de mis hijos. Cuando pedía por ello, era con la esperanza de que le conociesen a Él, no una religión. No quería eso. Oraba por sus estudios, más tarde por sus trabajos; por su lugar en la vida, y sobre todo, por sus futuras mujeres. (A estas alturas entiendo la vital importancia que tiene con quién te casas). En fin, pedía por cosas terrenales, cosa de la que ahora me avergüenzo. Pero sí había un asunto personal por el que clamaba con mucha más fuerza.

Es entonces cuando de pronto, sin esperarlo, interviene Dios y en su infinita misericordia toca la vida de mi hijo de esta forma tan increíble y milagrosa. Es ahí cuando se produce la revolución en mi casa. Todo cambia, ya nada es igual. Dios ha entrado con fuerza en mi hogar.

Esa fue la respuesta a mi oración. No como yo pensaba, ni en el orden que yo esperaba con mi lógica humana. Pero Dios es PERFECTO y las cosas que Él hace simplemente son ¡perfectas! Mucho mejor de lo que nosotros siquiera podemos imaginar. Después fui consciente de la realidad oculta en la vida de mi hijo. Pero eso ya no me importaba, todo había cambiado. Ya no importaba lo que yo había hecho mal, tampoco lo que él había hecho mal. Llegó Dios y enderezó lo torcido. Obró un milagro.Impactado por el testimonio de su hermano, ahora mi segundo hijo también camina con el Señor.

Los problemas de mi hijo me acercaron a Dios y la respuesta vino con él. Curioso ¿no? Alabado sea Dios!! Yo no puedo más que alabarle y darle gracias. Infinitas gracias.

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La historia de ambos hijos pródigos ha sido muy diferente pero veo dos cosas muy claras en común.

La primera es el amor. Un hijo pródigo no tendrá deseos de volver a un hogar del que guarda un mal recuerdo. Ésto es válido tanto en el ámbito espiritual como el familiar. Si en la familia o en la Iglesia es despreciado o rechazado, va a ser más difícil que vuelva. Por supuesto debemos predicar la verdad y señalar el pecado. Sin embargo, ¿cúal es el objetivo? ¿Eliminar el pecado o restaurar a la persona? A veces en nuestro afán de eliminar el pecado eliminamos a la persona. Si tu único deseo es eliminar el pecado, dañar a la persona seconvierte en algo legítimo. Habrás sacado el pecado de la Iglesia o la familia pero habrás sacado también al pecador de forma que probablemente no quiera volver. Ahora bien, si tu objetivo es restaurar a la persona, siempre tienes que dejar una puerta abierta para que pueda volver. Señalar el problema pero también la solución. «Estás en pecado pero en Cristo hay restauración, vamos a orar juntos» en vez de «¡¡¡estás en pecado, fuera de la casa/Iglesia!!!» Conozco varios pastores con don de discernimiento. Cuando ellos ministran a personas de la Iglesia lo hacen con amor y paciencia, ahora bien, cuando disciernen algo acerca de sus hijos lo usan como un arma contra ellos, machacándoles. Que triste. Están usando su don sin sabiduría. Uno de los hijos de éstos pastores está incluso con pensamientos de suicidio porque no sabe ya cómo salir de esa lucha entre el pecado y la exigencia de su padre.

Sé que no es agradable ver a tu hijo desperdiciar su vida en el pecado. Sé que no es posible sonreír siempre cuando su alma eterna está en juego. Sin embargo el amor cubre multitud de faltas. Éste pasaje lo entiendo de varias maneras. Entiendo que el amor de Dios es suficientemente grande para perdonar cualquier pecado. Que si su amor está en nosotros podremos perdonar de la misma forma. Pero también entiendo que se puede amar a pesar de las muchas faltas. Que se puede seguir teniendo esperanza, exhortando con amor, y permaneciendo al lado de nuestros hijos (y de las personas) a pesar de lo que hagan, si es que el amor de Dios está en nosotros. Amar es como ponerse unas gafas de color, ves la realidad, pero está teñida del color de las gafas. Así el amor cambia nuestra actitud hacia las personas.

La segunda cosa que aprendo de éstos testimonios es que Dios tiene su tiempo para encontrarse con cada persona. Mi primo me dijo tras su conversión, que durante esos años de vida loca intentó acercarse a Dios en un par de ocasiones pero «no era el momento» y dijo: «ha sido ahora porque Dios lo ha querido así». Al principio rechacé ésta idea de pleno. ¿Cómo que ha tenido que ser ahora? ¡¡Dios hubiera querido que te convirtieses mucho antes!! Cuando yo leía en la palabra «escogeos hoy a quien sirvais» y «éste es el día de salvación» y «hoy ha llegado la salvación a ésta casa», interpretaba eso, que Dios te dice «¡¡¡conviertete ya!!!». Sin embargo recordé la historia de la mujer que lavaba los pies de Jesús con gran quebranto, con sus lágrimas, sus cabellos y su perfume: todo lo que ella era y tenía entregado a los pies de Jesús. Y Jesús diciéndole a los fariseos «al que mucho se le perdona, mucho ama». Y entendí. Incluso el momento de nuestra conversión entra dentro de las cosas que suceden en el tiempo kairos, el tiempo de Dios. Él orquesta las circunstancias a nuestro alrededor de forma que nos llevan al momento de decisión.  Dios sabe en qué momento se producirá en nosotros ese momento en el que veamos nuestra situación espiritual y estamos realmente dispuestos a entregarle a Él todo lo que somos, lo que sentimos y lo que tenemos. Si hubiera sido en otro momento hubiera sido una «conversión parcial», que quizá no hubiera durado en el tiempo.

Creo que ésta es la lección más importante para padres de hijos pródigos: Ama, ora y espera.

Recientemente escuché una predicación que hablaba de éste tema. Hablaba de hijos que viven en tu casa pero están lejos de Dios. Precisamente aconsejaba que el amor debe ser lo primero, pero mencionaba un tema que me pareció muy interesante y os lo quiero compartir. Hablaba de que si tus hijos viven bajo tu techo, no debes permitirles practicar el pecado bajo tu techo. No me refiero a echarlos de casa, hablo de no permitir que fumen, duerman con su novio/a, se droguen, etc. en tu casa. Si lo hacen, que sea fuera de tu casa. Es importante por dos factores. El primero que tus hijos vean la gravedad de lo que están haciendo, que no tengan esa facilidad por nuestra parte para pecar. El segundo es espiritual. Los tripulantes del barco donde Jonás viajaba a Tarsis no habían hecho nada malo. Pero la desobediencia de Jonás afectó a los del barco de forma que perdieron su carga y casi pierden la vida. Ésto no significa apartarlos de ti, todo lo contrario, significa tenerlos cerca pero marcarles un límite. Dios nos ama pero aborrece nuestro pecado, aunque pecamos, Él nos muestra su amor y misericordia. Pues nosotros debemos hacer lo mismo.

11- SOBREPROTECCIÓN

11- SOBREPROTECCIÓN

TENDENCIAS INCORRECTAS DE LA EDUCACIÓN DE HOY EN DÍA 2ª PARTE

Es evidente que la educación ha cambiado. La forma en la que vemos a nuestros hijos y la forma en que les tratamos ha cambiado. Hace siglos los hijos eran poco más que una fuerza barata de trabajo. La alta mortalidad infantil y las duras condiciones de vida provocaban que tener muchos hijos fuera casi imprescindible. Hoy en día, a medida que las condiciones socioeconómicas han ido cambiando, el tener hijos se ha convertido en algo opcional. Si tenemos hijos, queremos tenerlos con unas ciertas condiciones: poder darles una economía y una atención adecuada, factores que antes no se tenían tanto en cuenta.

(Lee más sobre éste tema en éste capítulo anteriormente publicado: https://yoymicasablog.wordpress.com/2017/01/16/5-prioridades-ii/?iframe=true&theme_preview=true ).

Sin embargo la sociedad se ha ido completamente al otro extremo que antes.  Ahora, los hijos se consideran lo más valioso y se protegen como tal. Han tomado el primer lugar en muchas vidas y familias, incluso en ocasiones han tomado el lugar de  mando, lugar que sólo corresponde a los padres. Cuando es así las cosas no funcionan, el orden que Dios estableció se alerta y hay consecuencias en la familia. Mucha gente no es consciente de que cede su lugar a sus hijos. Bueno, excepto mi vecino, que tiene una pegatina en el coche que dice «Rafa es el jefe» (Rafa es su hijo de 7 años). Cada vez son más comunes los hijos que maltratan a sus padres. Ésto no es casualidad, ni surge de repente. No es que los niños se hayan vuelto más agresivos de repente. Hay muchos factores que han influido en esto, sobre todo la sobreprotección. En palabras del coach Pedro García Aguado: «De un padre sobreprotector sale un hijo tirano, no falla.»

Entiendo que los hijos son valiosos y deben ser amados y protegidos, sin embargo, en algunos casos ya no es una protección sana y normal, sino que han llegado al extremo insano de la sobreprotección. Constantemente veo madres y padres detrás de sus hijos preguntándoles si quieren algo, arreglándoles la ropa, limpiándoles los mocos y ayudándoles en cada paso que dan, bajo una constante supervisión. No dan lugar a que los niños se ensucien, ni se caigan, ni «sufran» en alguna manera ni por un instante. Les dan de comer con constantes distracciones y ante el mínimo síntoma de malestar corren a aliviar el “sufrimiento” de sus hijos. Parece que su mayor temor es que sus hijos lloren o no sean felices un solo segundo. Estoy segura de que estos padres lo hacen con la mejor de las intenciones, pero en realidad no se dan cuenta de que están perjudicando seriamente a sus hijos.

Proteger a tus hijos no es evitarles toda incomodidad, molestia o sufrimiento. Déjame ponerte un ejemplo. Una mariposa puede tardar largas horas en salir de su capullo ¿Pero sabes qué sucede si la ayudas a salir del capullo? Sus alas se atrofian y nunca podrá volar. El dolor y la presión de apretujarse para salir del pequeño agujero son absolutamente imprescindibles para que las alas se estiren y la mariposa adquiera la capacidad de volar. A pesar de toda la buena intención de la persona que la quiere ayudar, causa un daño irreparable.  Puedes verlo más detalladamente aquí:

Igualmente hay cosas que no puedes evitarle a tus hijos, llorarán cuando estén cansados, se quejarán cuando tengan que hacer tareas, montarán rabietas cuando no entendamos lo que quieren, pero si no les dejamos experimentar la frustración, la incomodidad y las dificultades estaremos causándoles un daño irreparable, igual que a la mariposa. Si intentas evitarles todo sufrimiento, ¿qué pasará cuando tú seas la fuente de ese «sufrimiento»? ¿Qué pasará cuando tú le prohíbas hacer algo que quiere hacer causándole frustración? Pues que no tendrá las herramientas internas, mentales y emocionales, para enfrentar y saber lidiar con la frustración, y te culpará como fuente de sus problemas. Nunca ha tenido problemas con otros niños porque tu le defiendes. Nunca ha tenido problemas con los estudios porque tu le defiendes ante el profesor. Nunca ha tenido problemas con las circunstancias porque tu solucionas todas sus necesidades. Entonces llega el día en el que tú le dices «NO». No puedes volver a casa a la hora que quieras. No voy a darte tanto dinero para salir. En su mente, el problema eres tú y la solución es que tú cambies. A gritos, a golpes, con amenazas, ignorándote, rebelándose..

Aún en el improbable caso de que puedas protegerlo de todo hasta que deje el hogar, tarde o temprano tendrá que enfrentarse a un mundo que va a presentarle todo tipo de “incomodidades” y la preparación que hayan recibido en su casa para enfrentarse a ello va a determinar qué clase de ciudadanos son.

Es fácilmente observable cómo la obediencia y el respeto casi absolutos a los padres se ha perdido en cuestión de dos generaciones. Muchos lo atribuyen a que se ha levantado una generación de padres que no entendieron la disciplina de sus propios padres como algo positivo, sino que quisieron proteger a sus hijos de ello, proveyéndoles de todo lo que ellos “no tuvieron” económica y emocionalmente.

Un niño acostumbrado a tener todas las comodidades regaladas, se convierte en un adulto que espera ese trato prioritario y preferente por parte de todas las personas a su alrededor, y se convierte: o bien en alguien narcisista y agresivo, o en alguien negativo y retraído que no entiende por qué el mundo es así. El sufrimiento existe porque las personas son imperfectas. Es imposible vivir sin experimentar dolor, temor, enfermedad, incomodidad, etc., así que tus hijos tienen que aprender a enfrentar todas esas cosas.

viñeta

Además, los niños aprenden por las consecuencias de sus actos. Si yo le digo a mi hijo que no meta un dedo en el enchufe y lo castigo si desobedece, el niño va a aprender, bien sea por el castigo que yo le ponga, o bien porque se lleve un calambrazo. En ambos casos va a ser un «sufrimiento» que va a hacer que el niño aprenda que ese es un límite (escarmiente o no).

Debemos enseñar desde la infancia a nuestros hijos las capacidades que les permitan lidiar personalmente, por si mismos, con esa frustración que inevitablemente va a haber en sus vidas. Aquí tienes algunas pistas sobre cómo hacerlo.

  • No les des a tus hijos todo lo que deseen de forma inmediata y sin que les cueste ningún tipo de esfuerzo. Es mejor reforzarles con premios después de buenas conductas (p.ej.: después de hacer los deberes bajamos a jugar al parque) y hacerles ser conscientes de ello.
  • Es importante que tengan horarios y normas; (por ejemplo: si ahora es la hora de comer, no es momento de ver dibujos.
  • Enseñarles a ser pacientes y saber esperar.
  • Potencia el cariño, la confianza y el respeto.

Cuando haces por tus hijos todo lo que podrían y deberían hacer por sí mismos, les estás robando la oportunidad de aprender y crecer. Protégelos, también de ti mismo, enseñándoles a enfrentar la vida, no puedes vivir por ellos.

Muy relacionado con éste tema tenemos el tema de la disciplina, que comenzaremos más adelante, tratándolo según las diferentes edades.

Sin título

9- NO DELEGUES TU RESPONSABILIDAD

9- NO DELEGUES TU RESPONSABILIDAD

TENDENCIAS INCORRECTAS DE LA EDUCACIÓN DE HOY EN DÍA 1ª PARTE

Soy profesora de clases extraescolares, y cada día me sorprende más cuánto tiempo y dinero invierten los padres en actividades infantiles. La variedad es infinita y los precios elevados. He calculado que algunas familias que conozco  gastan entre 60-200 euros por niño al mes, además de los materiales necesarios y el tiempo que supone llevarlos de una clase a otra. En algunos casos se percibe hasta una cierta competitividad, como si pensasen: “si mis hijos no van a todas las clases posibles, va a haber alguien  mejor que ellos en el cole”. Conozco un caso de una pareja de profesores cuyos hijos van a: ajedrez, inglés, teatro, pintura, gimnasia rítmica, natación sincronizada, música, fútbol y tenis! Nueve extraescolares para un niño de segundo de primaria y su hermana de primero. En muchas familias, aunque estén juntos en casa, simplemente la tecnología reina. No hay comunicación ni tiempo de calidad juntos. Otros casos que conozco simplemente contratan cuidadoras para los niños aunque podrían ocuparse ellos mismos, y los fines de semana los mandan a casa de los abuelos. También están los que directamente dejan los hijos viviendo con la abuela o la tía, o aunque estén presentes dejan que sus padres (los abuelos) se hagan cargo de la educación, porque ellos están demasiado ocupados con sus vidas.

Lo que me hace preguntarme esto es ¿Quién está realmente educando a esos hijos? Porque los padres no son, desde luego. ¿Cuándo ven a sus hijos? ¿Cuándo pasan tiempo con ellos disfrutando de estar juntos? ¿Cuándo tienen tiempo de enseñarles valores y principios, y de darles ejemplo con sus vidas? Educar a tus hijos no es contratar el mejor personal posible para que lo haga, ni apuntarlos a las mejores clases, ni asegurarte de que alguien los cuide. Educar a tus hijos es enseñarles a vivir, a comportarse, y enseñarles acerca de Dios. Son cosas que tienen que ser enseñadas  por ti. Esto es ejercer de padre/madre. Ser un mentor para la vida, ser un ejemplo, llevarlo de la mano al descubrimiento del mundo.No está mal que tengan aficiones y hagan deporte, es sano y natural. Ahora bien, si tienen tantas actividades que no hacemos nada con ellos, no hay un equilibrio sano.

¿Porqué hay padres/madres que prefieren pagar todo el dinero del mundo antes que pasar tiempo con sus hijos?. Creo que hay varios factores que llevan a esto.

1- MIEDO A NO HACERLO BIEN. Una persona con miedo al fracaso como progenitor enseguida está dispuesta a delegar las decisiones y el tiempo con sus hijos. Piensa: mejor que lo hagan otros, contrato profesionales porque yo no me siento capaz de ello.

El miedo no es de Dios. Si Dios te ha dado un hijo, conjuntamente te capacitará para educarlo. Si tienes temor, ya sea porque te hirieron y temes herirlos o porque estás inseguro de ti mismo, debes presentarle batalla al temor en el nombre de Jesús. El verdadero amor echa fuera el temor. (1)Todo lo puedes en Cristo que te fortalece (2). Dios no te ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, amor y dominio propio(3).

Haces bien si temes equivocarte y por tanto piensas bien tus decisiones y  tratas de hacer lo mejor para tus hijos, pero cuando el miedo te paraliza no llegas a ninguna parte. Busca tu fuerza en la presencia de Dios y levántate contra el temor. No lo harás perfecto, pero si dejas que el temor te paralice no harás nada, lo cual es mucho peor. Nada hay imposible para Dios (4).

2- EGOÍSMO. Este es un gran mal en la era moderna. Las parejas tienen hijos pero quieren seguir manteniendo sus mismas aficiones, horarios, hábitos, salidas nocturnas, amistades, etc. que cuando no tenían hijos. Y los hijos no encajan en ese plan. Los hijos estorban así que contratamos a alguien que los cuide o van con alguien de la familia. En familias así los hijos parecen una “patata caliente” que nadie quiere y la pasa a otro.

Esto tampoco es bueno. Por supuesto que tienes derecho a tener tiempo libre y hacer cosas sólo o con tu pareja. No estoy diciendo que no puedas despegarte de tus hijos. Eso tampoco es sano, necesitas tener tiempo para otras cosas también, pero va a haber cosas que antes podías hacer y que ahora vas a tener que dejar atrás. Si tienes hijos has de hacerte responsable de ellos. Son personas, ven que no estás con ellos, sienten, y a la larga te echarán en cara tu ausencia.  Ahora que eres padre/madre eres una persona irreemplazable para tus hijos.

Es difícil renunciar a lo que te gusta por otra persona, pero eso se llama amor. Si sientes que pasar tiempo con tus hijos te cuesta demasiado, pidele a Dios amor por ellos. Dios puede cambiar tu corazón.  Puede que a ti no te apetezca ir al parque pero ellos necesitan salir a jugar. Puede que prefieras ir con tus amigos pero ellos necesitan que estés en casa cuando se van a la cama. Eclesiastés dice que hay un tiempo para cada cosa, así que si te organizas y mantienes el equilibrio, tendrás  tiempo de ocio independiente, y tiempo para ocuparte de tus hijos (5).

3- ESTRÉS Y ANSIEDAD. Otro mal moderno que nos persigue en esta era son las ocupaciones de la vida. Tenemos tal preocupación por el trabajo y los quehaceres que los niños estorban siempre. “¡Sal de aquí!” “ahora no” “papi está ocupado” “¡fuera!” “¡dejadme tranquila!” “¡acaba ya eso!” son frases comunes de  progenitores estresados.

Es normal que si los niños pelean mucho o están nerviosos digamos alguna de estas cosas de vez en cuando, pero si lo decimos constantemente es hora de evaluarnos. Quizá estamos viviendo en estrés y ansiedad. Si constantemente los estamos apurando para que hagan cosas o para ir a sitios y no les prestamos atención, porque siempre hay algo más importante que ellos, esto va a pasar factura a ellos y a nosotros.  Si el estrés en tu vida se vuelve crónico  puede generar muchas enfermedades físicas y psicológicas: como depresión y urticarias. También empeora el estado general de la persona, por ejemplo en estudios de laboratorio se ha comprobado que el estrés favorece el crecimiento de tumores.

Evalúa tu vida. ¿Vives estresado? Quizá sea hora de establecer prioridades y dejar de lado algunas cosas que te llevan al límite. Pide la dirección de Dios: el cambio de trabajo que necesitas para no estar tan estresado, dejar alguna actividad de la que puedes prescindir, no hacer horas extras, etc. son cosas que pueden cambiar tu vida en gran manera. El camino de Dios es camino de Paz.  Él te aconseja, “busca la paz, y síguela”(6). Es posible encontrar paz aún en medio de esta vida moderna, pero dejar todas nuestras cargas y preocupaciones ante Él requiere un esfuerzo deliberado.

Algunos síntomas del estrés crónico son:

– Estas ansioso sin haber ningún peligro o motivo de estrés inminente.

– Tienes un momento en el que podrías relajarte y descansar pero estás ansioso por lo que te tocará hacer después.

– Te preocupan cosas que aún están lejos en el futuro.

– Te angustian cosas que no dependen de ti y que no puedes cambiar.

En un punto de mi vida viví éste estrés crónico. Las situaciones nuevas que tenía que afrontar en mi trabajo y en el ámbito personal me estresaban hasta el punto de la angustia. Tenía que aprender a hacer «malabares con muchas pelotas» manejar muchas cosas simultáneamente y el estrés paso a ser parte de mi día a día. Aún cuando llegó el verano y las vacaciones no era capaz de relajarme. Sólo pensaba en preparar todo tipo de materiales y ayudas para el curso siguiente. Mi familia disfrutaba en la piscina y aunque fuese con ellos la angustia me perseguía. Entonces exploté. Acudí a una persona de confianza en la Iglesia y hablando con ella pude aliviar esa presión y ser libre. Dios me mostró que su gracia es nueva cada mañana (7) y el estrés fue sometido a la verdad de Dios.

Si estás en una situación así quizá necesites ayuda de alguien con quien hablar o que te ayude, alguien que te de un punto de vista externo y puedas aliviar esa presión acumulada. Los niños no tienen culpa de tu estrés y preocupación, pero si tu respuesta al estrés es hablarles mal siempre, ellos pueden pensar que son los culpables de la situación, lo cual les puede llevar a depresión y toda clase de problemáticas. Recuerda también que “basta para cada día su propio afán”(8). Preocuparte por el porvenir te impide hacer lo que sí podrías hacer hoy.

4- COMPETITIVIDAD.

Como describía al principio, creo que hay padres que simplemente quieren que sus hijos sean los mejores en todo, así que les presionan a pasar por todo tipo de clases para conseguir que sean los mejores y alcancen «grandes cosas». Otros pretenden que sus hijos alcancen las vocaciones de futbolista, cantante, etc. que ellos desearon pero no lograron.

No es malo querer que tus hijos aprendan y se desarrollen, pero si los estás presionando demasiado, quizás estás intentando meterlos en un molde en el que no encajan, como intentando meter una soga por el ojo de una aguja, o un bloque cuadrado por una abertura redonda. Ésta presión puede dañarlos.

Como padres, tenemos que tener sabiduría y darnos cuenta de que ellos tienen que descubrir quien son, que saben hacer y que quieren hacer. En ocasiones nos tocará presionarlos para que aprendan constancia y perseveren, porque vemos en ellos la capacidad de alcanzar una meta. En otras ocasiones, tendremos que dar un paso atrás y dejarles escoger sus puntos de interés y su camino. Más de éste tema otro día.

En conclusión, no deleguemos el tesoro más valioso que Dios nos ha dado. No enterremos la mina que se nos entregó. Dios nos capacita si dependemos de él.

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  1. 1 Juan 4:18
  2. Filipenses 4:13
  3. 2ª Timoteo 1:7
  4. Lucas 1:37
  5. Eclesiastés 3:1
  6. Salmos 34:14
  7. Lamentaciones 3:22-23
  8. Mateo 6:34

8- NO SE APRENDE CON CABEZA AJENA

La segunda consecuencia de “comenzar la casa por el tejado” como hablaba en el capítulo 6 es que los hijos de creyentes caen muy fácilmente en el legalismo.

Haré una breve introducción al legalismo para que me entiendas. Un día vino una señora por primera vez a nuestra iglesia y nos comentó que acababa llegar de un país latinoamericano y que estaba buscando Iglesia. La señora venía espantada porque había visitado otra Iglesia en Orense y habían hecho una merienda y comido algo dentro del local de la Iglesia. Por supuesto le preguntamos por qué aquello le pareció tan horrible, y nos dijo que en su Iglesia de origen le habían enseñado que aquello no estaba bien, y que era pecado. Indagando en el asunto nos contó que en su Iglesia de origen había un comedor, y que allí sí se podía comer. Mi pastora muy aguda le preguntó “¿acaso el comedor no es parte de la Iglesia?”. Para mí, éste es un ejemplo muy claro de cómo funciona el legalismo. Un día, en aquella Iglesia alguien dijo: “ya que tenemos comedor, es allí donde se va a comer. No coman en el salón de culto porque se ensucia”. Bien. Es una simple norma de orden. Pero en algún momento alguien lo espiritualizó. Hizo una ley espiritual de una norma de orden. Quizá dijo desde el púlpito algo como “la casa de Dios es santa. No la contaminen con comida” o quizá lo llamó directamente pecado. Una cuestión de orden pasó a ser una ley espiritual en aquel lugar.

A esto llamamos legalismo. Al hecho de añadir leyes que no están en la palabra de Dios. Esto es lo que hacían los fariseos: se ocupaban de que su apariencia fuese de santidad impoluta sin preocuparse por lo verdaderamente importante, lo que hay en el corazón. (1) El legalismo surge cuando alguien, en vez de entender el porqué, el corazón de una recomendación o norma, la establece como ley, como en el ejemplo que he puesto antes. El legalismo es convertir en ley espiritual aquello que bíblicamente no lo es.

  • Tener un devocional diario es necesario, imprescindible, vital para nuestra vida, pero no hacerlo no es pecado.
  • Bendecir los alimentos es una buena costumbre, pero no hacerlo no es pecado.
  • En internet hay mucho contenido pecaminoso, pero usar internet como herramienta no es pecado.
  • En el cine hay películas que un cristiano no debería ver, pero ir al cine no es pecado.
  • Emborracharse sí está mal, pero tomar bebidas con alcohol con moderación no es pecado.
  • Travestirse sí es pecado, pero que una mujer lleve pantalones de mujer no es pecado. Dios vistió al hombre y a la mujer con sendas túnicas. (2) ¿Por qué no pueden el hombre y la mujer llevar sendos pantalones?

¿Sigo?

Una pausa para especificar algo relacionado. Hay cosas que se convierten en pecado según nuestras debilidades. Ejemplo: Juan tiene debilidad en el área de la pornografía. Suele verla en internet cuando todos se han ido a dormir. Juan está luchando contra ese pecado y quiere evitarlo. Para otra persona, navegar en internet por la noche no es pecado (aunque no es muy recomendable). Pero para Juan sí es pecado, porque está caminando por el camino que le lleva a pecar, SABIENDO lo que hay al final de ese camino.

Volviendo a los hijos de cristianos, somos propensos al legalismo. Desde pequeños hemos escuchado recomendaciones, normas, reglas y leyes; y cuando aún no conocemos a Cristo eso es todo lo que tenemos, normas, así que nos aferramos a ello como forma de acercarnos a Dios y hacer lo correcto. Aún después de conocer a Cristo todas esas normas siguen teniendo un gran peso en la mente. Además, a veces cristianos legalistas discipulan a su vez nuevos creyentes legalistas.

Los legalistas pueden caer en dos extremos.

El primer extremo es en el que comienzan a exigir (a ellos mismos y a los demás) el cumplimiento de todas las normas y leyes, como hacían los fariseos. Las personas que caen en este extremo se sienten fácilmente condenados, y tienen una conciencia muy sensible. Les cuesta sentirse perdonados y aceptados. Saben que Dios perdona, pero no ha llegado a hacerse carne en su corazón. No se sienten perdonados mas que a ratos. Han escuchado normas y consejos, y creen que para agradar a Dios deben cumplir todo eso. Por ejemplo, escuchan que en la Iglesia se dice “es recomendable tener un devocional diario”, e intentan cumplirlo con todas sus fuerzas, y cuando no pueden sienten que han fallado, que son los mayores pecadores y están alejados de Dios. Cuantas más normas, ¡¡más fallamos!! (3)

Somos seres humanos y es inevitable fallar, pero a los legalistas les cuesta aceptar eso. Quieren agradar a Dios sinceramente, y no admiten el fracaso ni en si mismos ni en otros, así que constantemente se sienten culpables, enojados, fracasados, desechados por Dios e incapaces de vencer a su debilidad. Esto crea un círculo vicioso del que es difícil salir: “Me siento mal porque no cumplo “las normas” y no las cumplo porque me siento mal (porque creo que he fallado ante Dios y no me atrevo a acercarme a Él)”. Pueden estar en ese círculo por años si no descubren la gracia, la verdad de que Dios les ama aunque no sean perfectos. La ley condena a muerte, pero el Espíritu de Dios da vida (4). La ley es ciertamente el ayo (maestro-yugo-guia) que  lleva a Cristo, pero el sacrificio de Cristo trae libertad del pecado y ¡del ayo también! (5). Ya no estamos bajo el peso de la ley. Cristo nos ha hecho libres.

En el segundo extremo, las normas llevan a algunos a la rebeldía y a apartarse de la fuente de esas normas. Como hay tantas normas que no comprenden, ni aceptan, ni son capaces de cumplir, se rebelan  y pasan de todo. Ésta es la razón de que muchos hijos de cristianos no quieran saber nada de Dios ni de la Iglesia. Del primer extremo pueden pasar al segundo cuando llegan a la conclusión de que no pueden cumplir la ley y deciden no seguir intentándolo.

Cuando los apóstoles tuvieron que decidir qué normas pondrían a los gentiles que se convertían, las redujeron únicamente a cuatro (6), y Jesús puso como más importantes únicamente a dos (7). Igual que los mandamientos para el pueblo de Dios eran 10, y los fariseos añadieron sobre ellos cientos de “leyes”, en la actualidad más y más normas “evangélicas” se acumulan sobre nosotros aplastándonos bajo el peso de la nueva ley. Si nos pusiéramos a analizarlas de una en una tardaríamos una eternidad, pero el punto que quiero recalcar es, ¿Cuántas de esas normas realmente son bíblicas?. La verdad nos hace libres (8), Cristo nos llamó a libertad, desea que caminemos en libertad. No debemos hacernos otra vez esclavos de la ley (9), no es voluntad de Dios.

Como padre/madre, debes ser sabio al poner normas y enseñar qué es pecado y qué no. Demasiadas normas pueden crear rebeldía, y demasiado pocas pueden llevar a que tus hijos se descarríen. Creo que debes orar mucho, muchísimo, y pedir a Dios que te enseñe dónde trazar la línea. Cómo enseñar correctamente aquello de “todo me es lícito, pero no todo conviene” (10). No basta solo con enseñar la norma. Ellos deben entender la razón por la que la pones (sobretodo niños mayores de 8 años, cuando son mas pequeños no necesitan tanta explicación). Deben conocer que hay consecuencias por pasar los límites y entender que no se debe jugar con fuego. Poner normas no es un tema que se deba tomar a la ligera. No solo debes ponerlas, sino mantenerlas en el tiempo también. Por eso más vale que tengas bien claras que normas vas a implantar.

Mi pastora (que es mi suegra también) siempre dice “no se aprende con cabeza ajena”. Y es totalmente cierto. Por mucho que uno recomiende y aconseje o incluso imponga, algunos hijos son tan cabezotas, que hasta que no experimenten en su propia carne que “si metes el dedo en el enchufe, te electrocutarás” o cosas así, no lo creerán. Afortunadamente otros toman el consejo y aprenden de la reprensión. Sin embargo, siempre habrá aquellos que necesiten comprobarlo por sí mismos. Con algunos hijos vale aquello de “un bofetón a tiempo”, pero con otros no. Ellos necesitan “un tropezón a tiempo”. Hacer su propia voluntad, tropezar, y darse cuenta de que sus padres tenían razón. Debes conocer a tus hijos y poner normas según lo que ellos necesitan, y para ello no hay fórmulas mágicas ni atajos, necesitas muchísima sabiduría de parte de Dios.

Sólo te pido una cosa, examina las enseñanzas que has recibido a la luz de la palabra de Dios, y pídele a su Espíritu Santo que te ilumine, te lleve a toda verdad y te haga libre.

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  1. Mateo 23:27
  2. Deuteronomio 22:5 Génesis 3:21
  3. Romanos 5:20
  4. 2ª Corintios 3:6 DHH
  5. Gálatas 3:24-25
  6. Hechos 15:28-29
  7. Mateo 22:37-40
  8. Juan 8:32
  9. Gálatas 5:1
  10. 1 Corintios 10:23.

Creo que todos los cristianos que llevamos mucho años en el evangelio vivimos a veces o nos vemos tentados a vivir de formas legalistas. Si te has sentido identificado con el legalismo de alguna forma o quieres asegurarte de no serlo te recomiendo encarecidamente el libro de Scott Smith “Vivimos por fe”. Todas las formas de conseguirlo aquí:  http://scottmarisa.com/vivimos-por-fe/

7- EL HIJO PRÓDIGO SE VA DE CASA

7- EL HIJO PRÓDIGO SE VA DE CASA

Creo que cuando se habla del hijo pródigo a la mayoría de padres se les ponen los pelos de punta. Nadie quiere un hijo pródigo. Nadie quiere un hijo que se vaya de casa con sus cosas y malgaste su vida alejado de Dios y su familia. Pero la verdad es que aunque no se vayan de casa de sus padres, todos los hijos son pródigos (alejados de Dios) hasta que se vuelven personalmente a él. Unos hijos se alejan más de Dios que otros, pero todos necesitan volverse a él de todo su corazón y todas sus fuerzas.

Ahora bien, ¿qué hago si mi hijo no quiere saber nada de Dios?. ¿Cómo afrontarlo, cómo tratarlo?. ¿Qué solución, qué esperanza tengo?

Quisiera compartiros el testimonio de mi padre, Joel Viljanen, escrito por él mismo. Ese testimonio que tanto me impactó en la adolescencia.

Lee como me impactó aquí: https://yoymicasablog.wordpress.com/2017/01/02/3-el-ejemplo/

“La verdad es que viví una infancia interesante y feliz hasta donde yo recuerdo. De todos modos ser el hijo mayor de un misionero al que algunos llaman apóstol, te marca quieras o no. Desde siempre, me sentí también muy responsable de mis otros 6 hermanos porque vivíamos en un país, Uruguay, y en su capital, Montevideo, donde se nos consideraba «gringos» y por lo tanto, gente a la que muchos podían odiar y envidiar libremente aunque creo que no habían razones ni para lo uno ni para lo otro. Fuimos apedreados alguna que otra vez, e insultados muchas veces. Siempre consideré a mi padre, Altti Viljanen, como un hombre valiente, trabajador y al que movía «una sola causa»: La del Evangelio de Jesucristo. Estaba con nosotros cuando podía, pero su tiempo y sus fuerzas eran casi todas para la Obra del Señor. Dios le usó en muchas ocasiones poderosamente y – si mal no recuerdo – puedo haberme sentido incluso orgulloso por ser su primogénito. Pensándolo ahora quizás mi padre y la Iglesia esperaban de mí demasiado. No lo sé. Mi madre, Hely, siempre fue mas cercana para mí. De todos modos pude tomar mis decisiones libremente y cargué con las consecuencias también, como todo el mundo. Hoy en día aprecio y quiero mucho a mi padre ¡pero no siempre fue así!

 A los 16 años volvimos a Finlandia por unos meses y mis padres volvieron pronto a Uruguay, yo me quedé a vivir sólo por decisión propia. Creía que podía con todo pero me equivoqué. Entré en el servicio militar obligatorio con 17 años y ahí comenzaron los años en los que comencé a pensar que ya no necesitaba ni de Dios ni de mi familia. Durante el servicio militar me descarrié bastante y ya no quise aparentar más. Me alejé de Dios y de la Iglesia tanto, que pensé que jamás volvería a ser cristiano. Mi crisis llegó cuando me vi sólo en la vida y con un vacío descomunal. Esto me llevó a una depresión “de caballo” que me dejó con la autoestima y las fuerzas por los suelos. No me suicidé porque Dios no lo quiso, pues estuve a punto de hacerlo.

 Llevaba 7 años sin ver a mi familia y sin hablar con mis padres. Mi madre era la única que me escribía muy de cuando en cuando. No sé porque no me escribían más (las cartas tardaban un mes en llegar), puede que haya sido porque no sabían lo que decirme, pero esto sólo es una suposición mía. Esta situación con mi familia me había resentido mucho. Cuando oí que mi familia volvía a Finlandia, intenté mudarme a Suecia, no lo conseguí y tuve que ver a mi padre sí o sí. Después de tantos años le vi muy envejecido, y cuando me preguntó si había “huido de ellos”, algo se derritió en mis adentros. Lo supe más tarde pero mi familia tomó en esos días la decisión de NO hablarme nada de Dios ni de la Biblia sino tan solo demostrarme amor. Y eso comenzó a “amansar” a la fiera que llevaba adentro. Lo llamaron “la estrategia del amor”. ¡Sus oraciones comenzaron a surtir un efecto que – ahora lo comprendo – no lo puede hacer ninguna otra cosa en el ser humano! Sentía que me querían tal como yo era y ¡eso me “confundía” mucho! No existen armas contra la Fuerza más Grande del Universo – ¡El Amor Incondicional de Dios que obra a través de personas falibles!

 Dios me dio una inesperada oportunidad cuando me invitaron a un campamento de hijos de misioneros y quise ver a muchos amigos de infancia después de mucho tiempo. Allí vi cómo yo no era el único que estaba bastante perdido y vacío. Volví a entregarle mi vida al Señor “casi sin querer”. Dicen que “por la boca muere el pez” y exactamente eso fue lo que me pasó a mí. No entraba en mis planes, pero es que tuve que reconocer que mi orgullo me había llevado a una vida sin ningún propósito más que el de vagar sin rumbo ni sentido. Tenía un trabajo humanamente inmejorable pero me faltaba algo. Al final del campamento reconocí públicamente que había perdido “el tren de la vida abundante” y ¡estallé a llorar!, entregando mi vida de nuevo a Cristo para gran asombro de todos los asistentes.

 Conocí a mi Seija en la escuela bíblica y formamos una familia basada en el amor. Ser padre es lo más maravilloso que me ha pasado aparte de volver al Camino de la Vida Eterna. Aunque somos de trasfondos muy diferentes, y tenemos formas de ver la educación y las relaciones a veces muy opuestas, ha sido una bendición casarme con la mujer de mi vida. Las diferencias crean siempre algunas tensiones pero siempre podemos llegar a entendernos si hay voluntad y cariño. Lo más importante es tener metas en común y encontrar una solución común. No mi manera de hacer las cosas, ni la tuya, sino crear la nuestra. Creo que muchos padres pensamos que nunca haremos los mismos errores que han hecho (a nuestro juicio) con nosotros, pero si no hacemos los mismos haremos otros “errores u horrores» ¡quizás aún peores!. En mi caso por lo menos ha sido en parte así.   Sólo la Inmensa Gracia de Dios nos ayuda a mantener o recuperar el buen juicio y pedirle sabiduría en ciertos momentos de tensión y crisis.

 Pienso que no existen padres que no cometan errores, pero el reto de aprender «a la par» y crecer con ellos es algo muy valioso y enriquecedor que no cambiaría por nada. La sinceridad es algo que no es sustituible por ninguna otra cualidad espiritual o humana. Creo que no hay mayor veneno para la relación con nuestros hijos que la hipocresía. Si somos una cosa en la Iglesia y otra en casa ya podemos explicarlo como queramos que ¡no va a colar! Confesar, pedir perdón e intentar mejorar lo mejorable es indispensable para una relación amorosa con los hijos. Yo no he sido perfecto ni en esto ni en nada, pero he intentado ser lo más transparente posible! Pensaba que nunca haría los errores que me parecen “de cajón”, pero los he cometido y tenido que confesarlo e intentar de enmendarlos en lo posible.

 Ahora que ya soy abuelo, pienso que podría haber hecho las cosas mucho mejor pero seguramente también lo podría haber hecho mucho peor! Cuando se es joven se tiene muchos ideales de educación pero al llegar a viejo solo te quedan preguntas y pocas ideas fijas de cómo se deben hacer las cosas. ¡Cada niño es tan diferente! No puedes tratarles igual y al mismo tiempo no debes tener favoritos. Es difícil. El único consejo que me atrevo a dar es el de pedir mucha Sabiduría, Humildad y Gracia a Dios y de ser lo mas humildes y transparentes especialmente cuando «metemos la pata» hasta el fondo como yo lo he hecho varias veces!

 Para finalizar he de decir:

  1. a) que como padres tampoco debemos sentir culpabilidad de todas las decisiones erróneas que puedan hacer nuestros hijos porque al final «cada palo ha de aguantar su vela». ¡Si te sientes fracasado debes saber que no eres el único!. El Espíritu Santo te ha de consolar como nadie si le buscas. Y
  2. b) si Dios ha podido hacer de este “hijo pródigo” un padre dichoso como pocos y me ha dado por Gracia de tener la familia e hij@s que me ha dado, lo puede hacer en cualquier caso, por imposible que te parezca, si sólo te humillas cada día a apoyarte de todo corazón en Él y no en tu propia sabiduría, fuerza o experiencia por mucha que tengas! Dios bendiga cada padre y madre que sigue en “la bella escuela” de enseñar y aprender junto a los seres más queridos que existen sobre toda la faz de la tierra para ti! Y a los hij@s que lean esto que os voy a decir… nada que no sepáis! ¡Por lo menos eso me sigue diciendo mi hijo menor muchas veces! ¡LOL! ….

Quise incluir este testimonio al hablar de este tema, porque la estrategia que usó mi abuelo fue dada por Dios para ellos. Juntos oraron y se pusieron de acuerdo en que iban a mostrarle amor a mi papá. Aún estando en otro continente, y sin saber nada de su depresión, Dios les mostró la manera de llegar a él. Mi padre no necesitaba sermones, no necesitaba regaños o castigos. Necesitaba saber, que aunque era pródigo, aún era amado en casa. Y el amor cubrió, una vez más, multitud de faltas.

Si tienes un hijo pródigo, la estrategia para ganarlo de vuelta sólo te la puede dar el Espíritu Santo de Dios. En el caso de mi padre, Dios ya había estado obrando a través de las oraciones en su vida antes de que su familia volviera, y con el amor que le mostraron, el hijo pródigo volvió a casa. Pero cada hijo es diferente, por eso necesitas la dirección del Espíritu Santo.

Recuerdo una predicación de Yanina De Lorenzo, mi cuñada, que establecía la diferencia entre la oveja perdida y el hijo pródigo. Nos explicaba que en la parábola de la oveja perdida, la oveja simboliza las personas que nunca han conocido a Dios, y esas personas necesitan que vayamos a buscarlas y les hablemos de Cristo. Pero cuando habla del hijo pródigo, habla de alguien que ya conoce a Dios y se aparta de su camino, y esas personas necesitan arrepentirse y volver a casa, porque ya conocen el camino.

Por tanto, si tu hijo no ha escuchado el mensaje de salvación por la razón que sea, debes ir a buscarlo y hablarle sin temor. Plantar esa semilla de la fe en su corazón, y Dios, a su tiempo, traerá el crecimiento.

Asimismo, si tu hijo ya ha oído hablar toda su vida de Cristo, y aún así decide seguir otro camino, probablemente los sermones no funcionen con él. El padre del hijo pródigo lo dejó marchar, seguramente oró, y esperó. Y esperó. Y esperó. Siempre amándolo, siempre con esperanza mirando al horizonte imaginándolo venir. Siempre.

Una de las mayores pruebas que nos puede tocar en la vida es esperar por largo tiempo. Hasta los más fuertes se tambalean ante la espera prolongada. Pero debemos confiar en Dios, que es el único que puede hacer esa preciosa obra de salvación, y orar, amar y esperar. No desesperes. Dios está mucho más interesado que tú en que tu hijo le conozca porque lo ama mucho más que tú, porque su amor es perfecto. A su tiempo cosecharemos si no desmayamos. Confía en Él, y Él hará. Su paz puede acompañarte cada día en esta espera. Recuerda que tú también estuviste alejado de Dios en otro tiempo y ten esperanza.

6- LA CASA POR EL TEJADO

6- LA CASA POR EL TEJADO

Cuando entregué mi vida al Señor a los 16, descubrí que no sabía orar. Bueno, en realidad descubrí que no sabía nada de Dios. Me sentí totalmente perdida. A pesar de haber escuchado una media de dos predicaciones semanales durante toda mi vida hasta la fecha, descubrí que no tenía ni idea de cómo dirigirme a Dios. Sabía el padre nuestro, cómo orar delante de la gente haciendo que sonara bien, sabía toda la teoría y las cosas que no se deben decir… me habían enseñado mucho y muy bien, pero toda aquella información estaba hueca de significado para mí. Por primera vez en mi vida me encontré delante de un Dios vivo que se había cruzado en mi vida y no sabía qué decirle. Si me hubieran puesto delante un examen del seminario creo que lo hubiera aprobado sin problema, pero me hallaba ante algo nuevo y desconocido para mí: un Dios real fuera de toda aquella información que tenía.

Poco a poco, Dios me fue enseñando cómo caminar de su mano. Él fue abriendo mis ojos y pude decir como Job: “de oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (1). Y por la gran misericordia de Dios lo he podido decir muchas veces desde entonces, experimentando cada día más de su verdad.

A esto es lo que yo llamo tener “conceptos vacíos”. Es tener un conocimiento de algo, incluso poder definirlo o explicarlo, pero sin vivirlo ni experimentarlo, sin saber cómo se hace realidad en la vida de uno.  Es como saber toda la teoría de la conducción sin haber conducido un coche. Yo tenía toda la información del mundo, pero cada uno de esos conceptos estaba vacío. Sabía qué era la oración, pero no sabía orar. Sabía que Dios es amor, pero no lo experimentaba en mi vida. Y un larguísimo etcétera.

Éste es un mal común en los hijos de los creyentes. Es un hándicap (dificultad) con el que nacemos. Es como si hubiéramos comenzado a conocer a Dios al revés. Un creyente de primera generación conoce a Dios primeramente y después empieza a conocer la palabra, los mandamientos, las tradiciones de la Iglesia, etc.  Los hijos de cristianos comenzamos al revés. Primero conocemos la Iglesia, las leyes y las rutinas religiosas y después, en el mejor de los casos, un día conocemos a Cristo. Es como si comenzáramos la construcción de una casa por el tejado. El tejado es muy bonito y nos resguarda un poco y podemos sentirnos seguros durante un tiempo, pero si nos falta el cimiento que es Cristo, tarde o temprano todo caerá.

Para un hijo de cristianos es muy fácil creer que Dios es religión, que Dios es tradiciones, que Dios es  mandamientos: porque es lo que experimenta lo único que ve al principio. Así, hasta el día que conoce a Cristo. Eso es todo lo que Dios es para él: una estructura que nos puede satisfacer más o menos, pero sin cimientos, sin contenido, sin corazón, y sin vida.

Estos “conceptos vacíos” generan dos clases de respuestas extremas muy opuestas, pero igual de malas.

Por una parte están los que comienzan a servir a Dios súper jóvenes y se ofrecen como voluntarios a todo y hacen de ese “activismo” el centro de sus vidas. Algunos lo hacen porque les gusta la Iglesia y las cosas que se hacen en ella y por tanto se vuelven una parte muy activa de ésta. Otros lo hacen por ayudar a sus padres. Quizá te preguntas ¿Por qué esto puede ser muy malo? Porque si no  han tenido un encuentro personal con Cristo, lo hacen sin entender que debemos servir a Dios por amor y que no es por obras, sino por fe. Aman la Iglesia, la obra, pero no aman a Dios. Éste fue mi caso. Servía en la Iglesia desde los 15, y entregué mi vida al Señor con casi 17. Y aún después de eso, tardé mucho en darme cuenta que a Dios le importaba mucho más mi corazón y que le dejara a él obrar en mí, que el hecho de que yo no parara de hacer cosas “para Él”. Lo malo de este extremo es que puedes caer en un engaño. Puedes creer que estas bien delante de Dios, que lo amas y estás haciendo lo correcto porque haces todo lo que se supone que hay que hacer, pero sin conocer a Dios en realidad e incluso sin haber nacido de nuevo.

El otro extremo es el contrario. Estos hijos de creyentes están decepcionados con Dios por una de dos: o están decepcionados con sus padres y/o líderes o personas de referencia en la Iglesia, o están decepcionados con la iglesia como organización. Han mirado a las personas para encontrar a Dios porque no le conocen, pero como han salido decepcionados no quieren saber nada de Dios ni de la Iglesia. Lo malo de este extremo es que mientras no miren a Cristo, eso es todo lo que van a ver: decepción.

Me maravillo viendo que hay muchos hijos de creyentes que no caen en estos extremos, que ven más allá de la religión y las personas y encuentran a ese Dios poderoso que les ama. Dios llama a la puerta, y muchos abren. ¡¡¡Qué grande es la obra de Dios!!!. Nunca podré recalcar lo suficiente la importancia de enseñar a nuestros hijos a Cristo, a un Cristo vivo fuera de toda religiosidad.

Como progenitor debes intentar asegurarte de que tus hijos conocen al Dios que hay tras la obra, que lo experimenten, que lo amen. Para Dios lo que importa no es lo externo, lo que se ve por fuera, sino el corazón. Por tanto, tú tampoco debes dejarte engañar por el espejismo de que “si mi hijo se porta bien y asiste o participa en la iglesia, todo está bien”. Puede que así sea, pero puede que no.

Para conocer la situación espiritual de tus hijos, mira sus frutos. Busca el fundamento, el cimiento, la base: ¿hay una relación personal con Cristo? De nada sirve que la vida de nuestros hijos aparente ir bien. Un edificio bonito sin cimientos, tarde o temprano caerá.

Nota para hijos: Dios es un Dios personal. Has visto y oído muchas cosas, pero deja todo eso un poco a un lado y dirígete a Dios personalmente. A veces toda esa información que nos dan otras personas entorpece un poco a la hora de acercarse a Dios, porque esperas que tus experiencias sean como las de olos demás. Deja eso. Dios trató a Moisés con una zarza, a Elías con un huracán, a Jonás con una ballena, a David con un leones, osos y gigantes, y quién sabe cómo quiere tratar contigo. Saca a Dios de los moldes de la religión y de todo lo que otros te contaron. Dios quiere tener una relación personal contigo y va a ser única e irrepetible. Sólo acércate a Él sin expectativas y Él te mostrará quien es y  lo que quiere hacer contigo.

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  1. Job 42:5

3- EL EJEMPLO

3- EL EJEMPLO

Creo que tenía más o menos 14 años aquella vez que acompañé a mi padre un día que le tocaba predicar en Trujillo, un pueblo de Cáceres. Como somos cinco hermanos, esa era una de las raras ocasiones en la que yo estaba a solas con mi padre. En algún momento de la conversación, mi padre comenzó a hablarme sobre sus años de hijo pródigo, y me contó (algo que para mí en ese momento fue chocante) que él, mi padre (del que yo tenía la imagen como de que siempre fue un creyente perfecto), había fumado y bebido. Notaba en su voz al hablar ese temblor que tiene cuando se emociona por algo. Hace mucho tiempo de ese día pero recuerdo dos cosas claramente. Lo primero, es la sinceridad con la que me habló mi padre. Podía notar en sus palabras cuánto daría por cambiar esos años perdidos, y entendí que ese camino no valía la pena. Y lo segundo, es la decisión que tomé. Mi padre no me estaba sermoneando, sólo me estaba contestando una pregunta que le hice sobre su pasado, pero en aquel momento tomé una decisión y le dije: “papá, yo nunca voy a fumar o beber”. Tomé una determinación conmovida por el testimonio de mi padre. Después de los años, cuando se me presentaron ocasiones de fallar a mi promesa, no me costó decir que no quería un cigarro aunque me lo ofreció el chico que me gustaba. En mí estaba clarísimo como el agua: aquello no me interesaba en absoluto.

Sé que mi padre fue dirigido por Dios aquel día, porque el que hizo esa obra en mí fue el Espíritu Santo. Dios obró de esta manera en mí, a través del testimonio de mi padre.

No es necesario que tus hijos conozcan todo tu pasado o cada pecado que has cometido, desde luego que no, y hay que tener sabiduría sobre cómo y cuándo contar ciertas cosas. Por ejemplo, cuando son pequeños, estas historias pueden confundirlos más que otra cosa, porque aún no comprenden muchas cosas de este mundo. También quiero decir que si te ríes cuando hablas de los pecados que has cometido, o las locuras que hiciste, consigues exactamente el efecto contrario: que piensen que aquello es divertido, que ellos también deberían probarlo y que no está tan mal si lo hacen. Con esta historia de mi vida te quiero mostrar cómo el ejemplo que nos dan nuestros padres vale más que mil sermones.

El ejemplo de un padre o madre que ora, busca a Dios y camina en el camino del arrepentimiento humildemente ante el Señor, nunca se borrará de la memoria de un hijo, y siempre será un testimonio vivo irrefutable del poder de Dios para ese hijo. Por muchos dilemas teológicos que tenga, problemas que vea en la Iglesia o tentaciones del mundo, siempre sabrá en el fondo de su corazón, aunque lo niegue, que hay un Dios vivo porque lo vio en sus padres. Si en la Iglesia aparentas una cosa y en casa eres otra completamente diferente, no creas que tus hijos no se van a dar cuenta. Cuando un padre habla sobre el perdón en la Iglesia, y llega a casa y despotrica sobre alguna persona a la que odia, está minando la fe de sus hijos. Les está mostrando que lo que predica no es real, que no es necesario cambiar, sino solamente aparentar. En un hijo esto crea una profunda sensación de hipocresía, de decepción, y de rechazo hacia Dios y la Iglesia. Yo diría que ésta es una de las principales causas por las que los hijos de creyentes se apartan de Dios. Si no ven en sus padres un ejemplo del poder del Dios que cambia, les va a costar mucho creer que este cambio es posible para ellos mismos. Según el  pastor Carl K. Spackman (1) un 19,3% de los jóvenes por él encuestados manifestaron que la hipocresía en la iglesia era la razón decisiva para su abandono de la fe, aunque yo creo que en realidad es más alto.

Esto no significa que tengas que ser un padre perfecto, no lo eres, ni lo serás. Fallas y fallarás; eres humano. Pero un hijo siente el corazón de un padre. Si buscas a Dios con un corazón sincero: intentando cambiar, reconociendo tus errores, buscando a Dios, enseñando con amor, etc., por más errores que tengas, esto no va a pasar desapercibido a tus hijos, (aunque hacérselo saber tampoco está de más). Creo firmemente que a la edad adecuada (preadolescencia- adolescencia..) deberías considerar hablar a tus hijos de algunas de esas cosas de tu pasado que deseas que ellos no repitan, con sinceridad, expresando tu arrepentimiento por ello, para  que ellos vean el cambio que Dios está haciendo en ti.

En mi país (Finlandia) hay un dicho que dice “todos servimos para algo, y si no servimos para otra cosa, por lo menos servimos para ejemplo de lo que no hay que hacer”. Quizá tu pasado puede ser ese ejemplo de lo que hay que evitar, pero haz que tu presente y tu futuro sean un ejemplo de sinceridad delante de Dios y de los hombres.

Nuestro ejemplo es imprescindible para que nuestros hijos conozcan a Dios y vean que es posible tener una relación personal con él. Muchos creyentes creen que es suficiente con que sus hijos vayan a la Iglesia y a la Escuela Bíblica Infantil para que se conviertan y vayan por el buen camino. Pero no es así. Piénsalo bien. ¿Cómo conociste tú a Dios? ¿Le conociste porque te impusieron una serie de conductas, costumbres y normas? ¿Porque te contaron unas cuantas historias de la biblia? ¿Verdad que esas cosas no fueron suficientes? Hubo seguramente un momento en el que, fuera de todo eso, te encontraste con la verdad de tu pecado y la verdad de un Dios cercano con poder para perdonarte y salvarte.

Normalmente para aprender a leer es suficiente con ir a la colegio, para aprender historia es suficiente con ir al instituto, pero para conocer a Dios no hay escuela que valga. Dios no es una asignatura que se pueda estudiar, es una persona que hay que conocer. Doy gracias a Dios por las escuelas bíblicas infantiles, pero no podemos delegar en ellas la tarea que nos corresponde como padres. Ellos son un apoyo a nuestra labor, y desarrollan ministerios increíbles, pero la tarea de instruir al niño en su juventud es de los padres (2). No vale mirar para otro lado, te toca a ti.

¿Cómo conocemos a otras personas? Cuando somos pequeños primero conocemos a nuestra familia. Nos enseñan quien manda y que nos quieren, nos dicen qué se espera de nosotros. Después nos presentan a otros adultos y nos enseñan cómo debemos comportarnos con ellos y que debemos hablarles con respeto. También nos presentan a otros niños en el parque y en el cole y nos enseñan a no pegar, a compartir los juguetes, etc. Nuestra labor no es enseñar a los niños cómo es Dios en un libro, en la teoría. Nuestra labor es presentarle a una persona: nuestro amigo, salvador y Señor Jesús; y cómo comportarse con Él. Preséntale a tus hijos a Jesús, tu amigo, que está siempre contigo. Enséñales cómo hablas con Él, enséñales como Él te responde, enséñales el libro precioso que te ha dejado con sus maravillosos consejos, su palabra eterna, la biblia.

Los niños aprenden por imitación: ven lo que hacemos y lo repiten. Cómo hablamos, cómo caminamos, cómo agarramos las cosas, cómo nos relacionamos con las personas, cómo reaccionamos ante el peligro, etc. Mi madre es la que tiene fobia a que los niños se acerquen a las ventanas, pero yo a veces me sorprendo con la reacción visceral e instantánea que tengo ante la misma situación. Me quedó grabado su temor. Así es con todo, con lo bueno, y con lo malo. Siempre se dice que “vale más un hecho que mil palabras”, y todos hemos oído aquel mal dicho de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Y la verdad es que el testimonio, el ejemplo que damos en casa, es lo que queda grabado en nuestros hijos, no tanto nuestras palabras.

Asegúrate de que ellos ven que Dios es real para ti, léeles historias de la biblia, compárteles lo que aprendes de su palabra, muéstrales como él ha respondido a tus oraciones, que ellos vean la naturalidad con la que hablas con Dios y cómo te relacionas con él en tu diario vivir. No hacen falta muchos conocimientos teológicos para eso. Sólo ser transparente y natural.  Mostrar lo que Dios hace en ti. Dios es un Dios natural. Él no tiene nada que ver con el misticismo y la superstición. Él es Padre, Amigo y Señor, y debemos enseñar a nuestros hijos a relacionarse con Dios de esas 3 maneras:

Padre: Te ama incondicionalmente, te provee de todas tus necesidades, puedes confiar en Él.

Amigo: Sabe compadecerse de tus problemas, (3) ha pasado por las mismas dificultades que tú, siempre está ahí para escucharte y aconsejarte.

Señor: Merece reverencia y respeto, es el que manda, es poderoso y soberano para hacer cualquier cosa.

Asegúrate primero de que Dios es todas estas cosas para ti también.

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  1. Carl K. Spackman “Transmitiendo la fe a nuestros hijos” (Ediciones Las Américas: Méjico 1992)
  2. Proverbios 22:6
  3. Hebreos 4:15-16

2- DECISIONES

2- DECISIONES

Cuando pienso en mi infancia, recuerdo una etapa completamente feliz: despreocupada y llena de luz. Recuerdo los juegos de mi infancia, la tranquilidad en mi casa, los viajes y las vacaciones familiares: recuerdo felicidad. Si tú vieras mi vida desde fuera, dirías que tengo mucha suerte por la familia y la vida que tengo, y ciertamente es así. Sin embargo no siempre lo vi de esa manera. Tuve una infancia feliz, crecí en la Iglesia, no tuve mayores dificultades en mi vida, pero llegada la adolescencia, la autocompasión y el rencor fueron mis compañeros habituales. Me encerré en mí misma, me sentía en un hoyo profundo y culpé a todos los demás de mi situación. Me sentía sola, así que culpaba a mis amigos por no preocuparse por mí y darme de lado. Me sentía mal con mi físico, así que culpaba a mis profes y el sistema educativo por no motivarme a hacer deporte desde pequeña. Era inconstante, así que culpaba a mis padres por no haberme obligado a acabar lo que empezaba… (¿Empiezas a ver un patrón de pensamiento?) Pero fui yo la que no me acerqué a los demás, fui yo la que dejé las clases de baloncesto y de piano… etc., fui yo.

Mientras iba creciendo seguí con el mismo patrón, tomé lo que aprendí en el seminario con 18 años, y lo que aprendí de psicología en la universidad; y lo utilicé contra todos, especialmente contra mis padres. Lo usé para analizar detalladamente cada uno de los errores que (según yo) habían cometido y para señalar que lo que me pasaba era culpa de ellos por lo que hicieron. Les culpaba por mis sentimientos negativos y por mis problemas. Ahora sé que no fue por su culpa. Por dentro, había dejado que mis pensamientos rondaran sobre cosas incorrectas, y al final me fue imposible negar que no había más responsable de ello que yo (sólo faltaba que les echara la culpa de mis pensamientos tambiénJ).

Cuando Dios comenzó a tratar con mi vida, vi claramente que, a pesar de sus errores, mis padres hicieron todo lo que supieron y pudieron. Me amaron y me enseñaron. Me dieron responsabilidades y confiaron en mí. Me enseñaron a hacer cantidad de cosas y siempre respetaron mis decisiones. Ahora agradezco a Dios por mis padres y puedo contar con orgullo las cosas que me enseñaron. Son un grandísimo ejemplo de amor a Dios y entrega a su obra. Cuando alguien me pregunta dónde aprendí a hacer algo, la respuesta casi siempre es: “lo aprendí de mis padres”.

Tengo que decir que una de las cosas que más influencia tuvo en mi vida fue el hecho de que mis padres respetaran mis decisiones en cuanto a mis gustos, preferencias y elecciones. Por ejemplo cuando sentí de parte de Dios que debía quedarme un año a estudiar en el seminario en Finlandia, simplemente me preguntaron si estaba segura y al verme decidida arreglaron todo para que pudiera quedarme. Ese año fue una grandísima bendición para mi vida. Su confianza en mi me hizo madurar, me hizo darme cuenta de que tenía que pensar bien mis decisiones porque las consecuencias de ellas iban a caer sobre mí. Me arrepentí de algunas de ellas, pero aprendí.

El pensamiento moderno nos dice que somos consecuencia de la educación que recibimos de nuestros padres, de la cultura, de la época, y de los sucesos que marcan nuestra vida; como abusos, divorcios en la familia, guerras, etc. Y no voy a negar la influencia de todas estas cosas y de muchas más, ya que marcan nuestros pensamientos y nuestras emociones, pero en mi opinión hay un gran riesgo en esta manera de pensar. Y es que se puede usar como excusa para eludir nuestra responsabilidad sobre nuestros actos.

Puedo decir: “sí, soy alcohólico, pero es culpa de mi padre que también lo era” o puedo decir “sí, odio, pero es culpa de los que me hicieron daño” o puedo decir “es verdad que no pago impuestos, pero es que es culpa de la crisis”. El ser humano tiende a proyectar la responsabilidad de sus actos, como se dice comúnmente, “echarle la culpa a otro”.

La palabra de Dios nos enseña que cada uno es responsable de sus propios actos, y al final cada uno dará cuentas de su propio comportamiento. Cuando te presentes delante de Dios no podremos decirle “Dios, es verdad que yo hice tal cosa pero es que aquel me hizo tal otra”. Dios dirá “tranquilo que de aquel ya me encargo yo, pero tú eres responsable sobre lo que TU hiciste, así que eres culpable.” Sean cuales sean las circunstancias, siempre tienes la opción de escoger qué vas a hacer. Con la ayuda de Dios todo patrón de conducta o de pecado «generacional» puede romperse. No hay excusas.

Respecto al tema que nos atañe, la relación entre padres e hijos, cada uno tiene su propia responsabilidad. Los padres tienen la responsabilidad de orar, enseñar, guiar, de dar ejemplo y de los demás temas que trataremos en este blog. Pero la responsabilidad de elección es de cada persona, siempre. Igual que tú como padre has sido y eres libre de elegir, tu hijo también lo es. Si es pequeño aún, no podrá escoger con qué habitación se queda o cuánto recibe de paga, pero respecto a su corazón, siempre escogerá él mismo. Escogerá si odia o perdona, escogerá si se abre al mundo o si se cierra, escogerá si miente o si dice la verdad, y ahí no hay ningún otro responsable que él. A veces como padres quisiéramos protegerlos de todo y  tomar decisiones por ellos, pero la verdad es que al final cada uno escoge su propio camino.

Supongo que algunos padres y madres estarán ahora mismo echándose las manos a la cabeza y pensando “¿Cómo puedo siquiera pensar en dejar escoger al cabeza loca que es mi hijo/a?”.

Entrenar a tus hijos para tomar decisiones responsables es bastante sencillo en realidad y se puede comenzar cuando son aún pequeños. Simplemente debemos ir poniéndolos ante elecciones sencillas con consecuencias claras. Por ejemplo: “Hijo, puedes ir a casa de la abuela (opción 1) que te llevará al parque (consecuencia 1) O puedes venir conmigo a comprar (opción 2) y escoger tu nueva mochila del cole (consecuencia 2)”. Las primeras veces querrá hacer las dos cosas, pero debemos recordarle las consecuencias de su decisión y mantenernos firmes en la consecuencia prometida. La complejidad de las elecciones irá creciendo con la edad y también irá creciendo su capacidad de tomar decisiones meditadas y responsables.

Cuando los niños aprenden a tomar decisiones y a cargar con las consecuencias de las mismas se desarrolla la autoconfianza, y ellos maduran. Ser adulto es ser responsable para tomar buenas decisiones y afrontar las consecuencias.

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Hay muchas decisiones que tus hijos tomarán en la vida: decidirán respecto a sus estudios, trabajo, pareja, etc. Y debes prepararlos para tomar esas decisiones de manera meditada y responsable. Pero sobre todas las demás decisiones está la más importante: “¿Qué pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”(1).

Aunque cada uno tenemos que tomar nuestra propia decisión, Dios nos llama y nos lleva a sus pies. Uno es el que siembra y otro es el que siega(2), pero el crecimiento lo da Dios (3). Cristo es el que hará la obra redentora en tus hijos, así como la hizo en nosotros. Ésta es la mayor decisión para la que debes prepararlos.

En Semana Santa de 2013, mi esposo y yo recibimos una enorme bendición. Nuestro Samuel, de 6 años en ese momento, entregó su vida a Cristo. Con motivo de la Semana Santa emitían por televisión la miniserie “la Biblia”, la cual vimos con los niños. En el momento de la crucifixión Samuel comenzó a llorar y me dijo: “mamá, esto pasó de verdad ¿a que sí?”. “Sí hijo, Jesús murió por nosotros” respondí. Unos minutos después Samuel me dijo: “mamá, yo quiero ser amigo de Jesús”. Seguro que yo lloré más que él mientras hacíamos la oración de fe. Aún me emociono recordando ese momento. Salió de mi hijo tomar esta decisión. Sin nadie predicándole en ese momento, él comprendió que se hallaba en el momento de tomar una decisión. Nosotros le habíamos contado con anterioridad las historias de la Biblia, por supuesto, pero nunca lo empujamos hacia ésta decisión. Y al saber esto espero que comprendas, igual que yo comprendí aquel día, que la palabra de Dios había dado su fruto, que en ninguna manera aquello era mérito nuestro como padres, sino que era obra de Dios.

Ahora intento enseñar a mi hijo a vivir con responsabilidad, conforme a las consecuencias de la elección que ha tomado. Cuando hace algo malo no le hablo de un Dios lejano y castigador al que no conoce y ante el cual tiene que arrepentirse; sino que le digo que Jesús, su amigo, está triste por lo que él ha hecho y debe pedirle perdón. Antes de ir a dormir le digo: “Dale gracias a tu amigo Jesús por este día” Y él habla con Dios personalmente. Los padres no somos mediadores en la relación de nuestros hijos con Dios, porque hay un solo mediador (4). Ellos deben aprender a dirigirse a Dios personalmente.

En mi caso, como ya te he contado, pensaba que la culpa de mi dolor era de los demás. Por tanto pensaba que la solución al problema era cambiar a los demás, o que los demás se disculparan conmigo. Cuando me entregué al Señor y Él comenzó ese precioso proceso de restauración que sólo Él puede hacer, comprendí que ni la psicología, ni cambiar el pasado, ni cambiar a las personas, ni ningún razonamiento o argumento podían transformarme. Lo que me sanó, rescató y me hizo libre de todo mi pasado, fue el poder de Dios. Él perdonó lo que yo hice mal y Él suplió lo que los demás hicieron mal, tan pronto como YO personalmente tomé la decisión de poner mi vida en SUS manos. Al final lo que hizo la diferencia fue entregarme en las manos de Dios. Nadie más que Dios puede hacer esta obra en tus hijos.

Querido padre o madre que lees esto. Haz tu parte.

Pero confía y ora: Dios es más que poderoso para suplir donde tú no alcanzas.

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  1. Mateo 27:22 RV60
  2. Juan 4:37
  3. 1 Corintios 3:6
  4. 1ª Timoteo 2:5

1- LA ORACIÓN

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Aún recuerdo la sensación que me inundó después de haber nacido mi primer hijo, Samuel. Me sentí abrumada, sobrepasada por la responsabilidad y por el cambio que supuso en mi vida. Me rondaban la cabeza pensamientos como: “¿lo haré bien?” o “¿me odiará algún día si fallo?”. Pensaba en cómo fueron mis padres y las áreas débiles en mi vida, y decía para mí: “¿Cómo podré evitar cometer errores? ¿Cómo podré enseñarle bien sin “contagiarle” mis debilidades, errores y fracasos? ¿Cómo evitar que mi historia se repita en él?”.

Entonces recordé una cosa que me contó mi madre. Cuando llegamos a España vivíamos en Vitoria, en el País Vasco, y en aquella época había aún mucha violencia terrorista. Ella me contó que en un momento empezó a sentir temor y pensaba “¿cómo podré criar cuatro hijas en medio de esta violencia?” Entonces Dios le habló por medio de su palabra y le dio paz.

“Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles. Si el Señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes. En vano madrugáis, y os acostáis muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados. Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa.” Salmos 127:1-3

Y así fue. Dios siempre nos guardó y no nos pasó nada. En medio de mi mar de dudas comencé a entender estos versículos y Dios me dio paz. Vi que Dios había cuidado de mí, vi que Dios había sanado mi corazón y que, sí, mi pasado no había sido perfecto e indoloro, pero vi que la sanadora mano de Dios había cubierto todo aquello y que Él era más poderoso que todo.

Mis padres lo podían haber hecho mejor o peor, pero el que siempre estuvo en control fue Dios. Estuvo en control porque sé que ellos oraron, oraron, oraron y volvieron a orar.

Si has llegado hasta este blog, es porque te interesa aprender sobre la familia cristiana, seguramente quieres mejorar como padre/madre y te felicito por ello. Eso es lo primero que hace falta. Pero lo más importante que debes comprender es que vas a necesitar a Dios en esta tarea. Uno puede esforzarse todo lo que puede como padre, pero al final cada hijo tomará su propia decisión: seguir a Jesús o no, y eso es lo que determinará el futuro de tu hijo. Por eso lo mejor que puedes hacer es comenzar a orar por tu hijo YA.

Esto no quiere decir que no debas animarlo, exhortarlo, corregirlo y hacer todo lo que está en tu mano por tu hijo, estas cosas son tu responsabilidad también. Lo que quiero recalcar es la importancia de regar en oración toda área en la vida de tu hijo, así como tu labor como padre. Ora por su futuro cónyuge, ora por sus estudios, ora por su carácter, ora por sus amistades, ora por sus decisiones de futuro. Lee libros como “El poder de los padres que oran” (1) y lee allí todas las áreas de la vida de tus hijos por las que puedes orar; pero sobre todo ora por su situación espiritual. Ora porque Dios haga la obra de salvación en su corazón, por que si conocen a Dios, Él suplirá todo lo que les falta conforme a sus riquezas en gloria (2). Suplirá en perdón, en amor, en conocimiento, en paz, en salvación, en todo lo que no alcanzaste a suplir para tu hijo… en TODO.

En mi vida he tardado mucho tiempo en comprender la importancia de la oración. Siempre he sido una persona más de acción, por eso a mis ojos pasar el día orando era como no hacer nada y sentarse a esperar. No cometas el mismo error que yo. Como dice Romanos 9:16, uno quiere hacer las cosas bien y uno corre de un lado para otro intentando hacerlas, pero el resultado está en manos de Dios quien tiene misericordia de nosotros y nuestra imperfección. Así que no depende de cuánto hagas, sino de cuánto dejes que Dios haga en ti y a través de ti. Es su obra al fin y al cabo. Intentamos apropiarnos de ella de muchas maneras, pero ya lo dice la frase: “la obra de Dios”. ¿De quién es la obra? ¡¡DE DIOS!! Es su obra en ti, es su obra en tus hijos. Tú no puedes hacer la obra ni siquiera en ti mismo, no puedes cambiarte un ápice. Todo lo que obtengas por ti mismo es paja, es corruptible. Lo que Dios produce en ti es más valioso que el oro. Ten pues tu propio esfuerzo por basura, para ganar lo que merece la pena (3). La carga que Dios da es ligera, si pesa mucho es porque estás tratando de cargar más de lo que te toca.

Haz lo que te toca: orar, amar, enseñar a tus hijos; y déjale a Dios lo que a Él le toca: dar el crecimiento a la buena semilla plantada en sus corazones que a su tiempo dará fruto. Orando, tus hijos estarán en manos de Dios. Nunca te canses de orar, tengan la edad que tengan. La oración funciona, y tiene un doble efecto: hacia dentro y hacia afuera.

Hacia dentro, la oración te cambia y hace que crezcan los frutos del espíritu en ti: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio (4). La oración te hace estar en paz en medio de cualquier tormenta, tus pies están firmes sobre la roca. El efecto hacia afuera es que Dios cumple su perfecta voluntad, Él toma el control de todo y suple lo que necesitamos en su tiempo.

Una querida amiga mía preocupada por el bienestar de sus hijos en el colegio recibió de Dios una preciosa palabra: “Yo cuido de tus hijos, aún cuando eres tú la que está con ellos”. Dios es quien te enseña a cuidar de tus hijos, el que te enseña amor y misericordia, el que te dirige en cómo hablarles y enseñarles. Tu principal tarea como padre es presentarte conjuntamente con tus hijos en oración delante de Dios cada día encomendándolos a ellos y a ti mismo como padre delante de Dios como hacía Job (5).

En la pared de mi casa pinté un mural que dice: Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará.” (6) y es que he descubierto que en la vida cristiana todo se trata de confiar en Dios. ¿Tienes dificultad económica? Confía en Dios. ¿Tienes dudas respecto a tu futuro? Confía en Dios. ¿No sabes cómo educar a tus hijos? Confía en Dios. Cada prueba que enfrentas te lleva a un mismo punto, a confiar en Dios y aceptar su voluntad.

La lección más importante que he aprendido sobre la oración es que cuando pones toda tu confianza en Dios, Él siempre contesta. Poner tu confianza en Él significa no sólo orar, sino también poner tus emociones y planes en sus manos. Si pones tus emociones en sus manos, te niegas a preocuparte, porque sabes que Él tiene el control y todo va a estar bien. Si pones tus planes en sus manos, no vas a correr a solucionar los problemas de la forma ilegal o inmoral, sino que confías en que Él hará y esperas a ver cuál puerta Él abrirá. ¿Verdad que ahora «confiar en Dios» no parece tan sencillo? ¿Estás dispuesto a esperar su respuesta? ¿Estás dispuesto a esperar su tiempo?

¿Sabéis que para Dios no existe el tiempo? Delante de él están el pasado, el presente y el futuro simultáneamente. Nosotros vivimos con las prisas, mirando el reloj constantemente, frustrados porque Dios no se ciñe a un horario, ni atiende a las demandas “urgentes” que le presentamos constantemente. Él no tiene prisa, porque delante de él todas las cosas ya fueron hechas, ya nos fueron dadas (7). Él sabe cuando tienen que suceder las cosas para que sea perfecto. La oración te enseña a olvidar el reloj (tiempo chronos) y vivir en su tiempo (el tiempo kairos), el tiempo perfecto del cumplimiento de su palabra, en el que aquello en lo que Él ha estado trabajando sale a la luz, y es manifestado; el cumplimiento de su palabra y de su poder. Cuando vives en el tiempo de Dios, vives en su paz. Padre, madre, no desesperes, si le entregas tu vida y tus hijos, Él siempre va a estar en control.

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  1. “El poder de los padres que oran” Stormie Omartian. Unilit. 2001
  2. Filipenses 4:19
  3. Filipenses 3:7-9
  4. Gal 5:22-23 NTV
  5. Job 1:5
  6. Salmos 37:5
  7. Efesios 2:5-6