7- EL HIJO PRÓDIGO SE VA DE CASA

7- EL HIJO PRÓDIGO SE VA DE CASA

Creo que cuando se habla del hijo pródigo a la mayoría de padres se les ponen los pelos de punta. Nadie quiere un hijo pródigo. Nadie quiere un hijo que se vaya de casa con sus cosas y malgaste su vida alejado de Dios y su familia. Pero la verdad es que aunque no se vayan de casa de sus padres, todos los hijos son pródigos (alejados de Dios) hasta que se vuelven personalmente a él. Unos hijos se alejan más de Dios que otros, pero todos necesitan volverse a él de todo su corazón y todas sus fuerzas.

Ahora bien, ¿qué hago si mi hijo no quiere saber nada de Dios?. ¿Cómo afrontarlo, cómo tratarlo?. ¿Qué solución, qué esperanza tengo?

Quisiera compartiros el testimonio de mi padre, Joel Viljanen, escrito por él mismo. Ese testimonio que tanto me impactó en la adolescencia.

Lee como me impactó aquí: https://yoymicasablog.wordpress.com/2017/01/02/3-el-ejemplo/

“La verdad es que viví una infancia interesante y feliz hasta donde yo recuerdo. De todos modos ser el hijo mayor de un misionero al que algunos llaman apóstol, te marca quieras o no. Desde siempre, me sentí también muy responsable de mis otros 6 hermanos porque vivíamos en un país, Uruguay, y en su capital, Montevideo, donde se nos consideraba «gringos» y por lo tanto, gente a la que muchos podían odiar y envidiar libremente aunque creo que no habían razones ni para lo uno ni para lo otro. Fuimos apedreados alguna que otra vez, e insultados muchas veces. Siempre consideré a mi padre, Altti Viljanen, como un hombre valiente, trabajador y al que movía «una sola causa»: La del Evangelio de Jesucristo. Estaba con nosotros cuando podía, pero su tiempo y sus fuerzas eran casi todas para la Obra del Señor. Dios le usó en muchas ocasiones poderosamente y – si mal no recuerdo – puedo haberme sentido incluso orgulloso por ser su primogénito. Pensándolo ahora quizás mi padre y la Iglesia esperaban de mí demasiado. No lo sé. Mi madre, Hely, siempre fue mas cercana para mí. De todos modos pude tomar mis decisiones libremente y cargué con las consecuencias también, como todo el mundo. Hoy en día aprecio y quiero mucho a mi padre ¡pero no siempre fue así!

 A los 16 años volvimos a Finlandia por unos meses y mis padres volvieron pronto a Uruguay, yo me quedé a vivir sólo por decisión propia. Creía que podía con todo pero me equivoqué. Entré en el servicio militar obligatorio con 17 años y ahí comenzaron los años en los que comencé a pensar que ya no necesitaba ni de Dios ni de mi familia. Durante el servicio militar me descarrié bastante y ya no quise aparentar más. Me alejé de Dios y de la Iglesia tanto, que pensé que jamás volvería a ser cristiano. Mi crisis llegó cuando me vi sólo en la vida y con un vacío descomunal. Esto me llevó a una depresión “de caballo” que me dejó con la autoestima y las fuerzas por los suelos. No me suicidé porque Dios no lo quiso, pues estuve a punto de hacerlo.

 Llevaba 7 años sin ver a mi familia y sin hablar con mis padres. Mi madre era la única que me escribía muy de cuando en cuando. No sé porque no me escribían más (las cartas tardaban un mes en llegar), puede que haya sido porque no sabían lo que decirme, pero esto sólo es una suposición mía. Esta situación con mi familia me había resentido mucho. Cuando oí que mi familia volvía a Finlandia, intenté mudarme a Suecia, no lo conseguí y tuve que ver a mi padre sí o sí. Después de tantos años le vi muy envejecido, y cuando me preguntó si había “huido de ellos”, algo se derritió en mis adentros. Lo supe más tarde pero mi familia tomó en esos días la decisión de NO hablarme nada de Dios ni de la Biblia sino tan solo demostrarme amor. Y eso comenzó a “amansar” a la fiera que llevaba adentro. Lo llamaron “la estrategia del amor”. ¡Sus oraciones comenzaron a surtir un efecto que – ahora lo comprendo – no lo puede hacer ninguna otra cosa en el ser humano! Sentía que me querían tal como yo era y ¡eso me “confundía” mucho! No existen armas contra la Fuerza más Grande del Universo – ¡El Amor Incondicional de Dios que obra a través de personas falibles!

 Dios me dio una inesperada oportunidad cuando me invitaron a un campamento de hijos de misioneros y quise ver a muchos amigos de infancia después de mucho tiempo. Allí vi cómo yo no era el único que estaba bastante perdido y vacío. Volví a entregarle mi vida al Señor “casi sin querer”. Dicen que “por la boca muere el pez” y exactamente eso fue lo que me pasó a mí. No entraba en mis planes, pero es que tuve que reconocer que mi orgullo me había llevado a una vida sin ningún propósito más que el de vagar sin rumbo ni sentido. Tenía un trabajo humanamente inmejorable pero me faltaba algo. Al final del campamento reconocí públicamente que había perdido “el tren de la vida abundante” y ¡estallé a llorar!, entregando mi vida de nuevo a Cristo para gran asombro de todos los asistentes.

 Conocí a mi Seija en la escuela bíblica y formamos una familia basada en el amor. Ser padre es lo más maravilloso que me ha pasado aparte de volver al Camino de la Vida Eterna. Aunque somos de trasfondos muy diferentes, y tenemos formas de ver la educación y las relaciones a veces muy opuestas, ha sido una bendición casarme con la mujer de mi vida. Las diferencias crean siempre algunas tensiones pero siempre podemos llegar a entendernos si hay voluntad y cariño. Lo más importante es tener metas en común y encontrar una solución común. No mi manera de hacer las cosas, ni la tuya, sino crear la nuestra. Creo que muchos padres pensamos que nunca haremos los mismos errores que han hecho (a nuestro juicio) con nosotros, pero si no hacemos los mismos haremos otros “errores u horrores» ¡quizás aún peores!. En mi caso por lo menos ha sido en parte así.   Sólo la Inmensa Gracia de Dios nos ayuda a mantener o recuperar el buen juicio y pedirle sabiduría en ciertos momentos de tensión y crisis.

 Pienso que no existen padres que no cometan errores, pero el reto de aprender «a la par» y crecer con ellos es algo muy valioso y enriquecedor que no cambiaría por nada. La sinceridad es algo que no es sustituible por ninguna otra cualidad espiritual o humana. Creo que no hay mayor veneno para la relación con nuestros hijos que la hipocresía. Si somos una cosa en la Iglesia y otra en casa ya podemos explicarlo como queramos que ¡no va a colar! Confesar, pedir perdón e intentar mejorar lo mejorable es indispensable para una relación amorosa con los hijos. Yo no he sido perfecto ni en esto ni en nada, pero he intentado ser lo más transparente posible! Pensaba que nunca haría los errores que me parecen “de cajón”, pero los he cometido y tenido que confesarlo e intentar de enmendarlos en lo posible.

 Ahora que ya soy abuelo, pienso que podría haber hecho las cosas mucho mejor pero seguramente también lo podría haber hecho mucho peor! Cuando se es joven se tiene muchos ideales de educación pero al llegar a viejo solo te quedan preguntas y pocas ideas fijas de cómo se deben hacer las cosas. ¡Cada niño es tan diferente! No puedes tratarles igual y al mismo tiempo no debes tener favoritos. Es difícil. El único consejo que me atrevo a dar es el de pedir mucha Sabiduría, Humildad y Gracia a Dios y de ser lo mas humildes y transparentes especialmente cuando «metemos la pata» hasta el fondo como yo lo he hecho varias veces!

 Para finalizar he de decir:

  1. a) que como padres tampoco debemos sentir culpabilidad de todas las decisiones erróneas que puedan hacer nuestros hijos porque al final «cada palo ha de aguantar su vela». ¡Si te sientes fracasado debes saber que no eres el único!. El Espíritu Santo te ha de consolar como nadie si le buscas. Y
  2. b) si Dios ha podido hacer de este “hijo pródigo” un padre dichoso como pocos y me ha dado por Gracia de tener la familia e hij@s que me ha dado, lo puede hacer en cualquier caso, por imposible que te parezca, si sólo te humillas cada día a apoyarte de todo corazón en Él y no en tu propia sabiduría, fuerza o experiencia por mucha que tengas! Dios bendiga cada padre y madre que sigue en “la bella escuela” de enseñar y aprender junto a los seres más queridos que existen sobre toda la faz de la tierra para ti! Y a los hij@s que lean esto que os voy a decir… nada que no sepáis! ¡Por lo menos eso me sigue diciendo mi hijo menor muchas veces! ¡LOL! ….

Quise incluir este testimonio al hablar de este tema, porque la estrategia que usó mi abuelo fue dada por Dios para ellos. Juntos oraron y se pusieron de acuerdo en que iban a mostrarle amor a mi papá. Aún estando en otro continente, y sin saber nada de su depresión, Dios les mostró la manera de llegar a él. Mi padre no necesitaba sermones, no necesitaba regaños o castigos. Necesitaba saber, que aunque era pródigo, aún era amado en casa. Y el amor cubrió, una vez más, multitud de faltas.

Si tienes un hijo pródigo, la estrategia para ganarlo de vuelta sólo te la puede dar el Espíritu Santo de Dios. En el caso de mi padre, Dios ya había estado obrando a través de las oraciones en su vida antes de que su familia volviera, y con el amor que le mostraron, el hijo pródigo volvió a casa. Pero cada hijo es diferente, por eso necesitas la dirección del Espíritu Santo.

Recuerdo una predicación de Yanina De Lorenzo, mi cuñada, que establecía la diferencia entre la oveja perdida y el hijo pródigo. Nos explicaba que en la parábola de la oveja perdida, la oveja simboliza las personas que nunca han conocido a Dios, y esas personas necesitan que vayamos a buscarlas y les hablemos de Cristo. Pero cuando habla del hijo pródigo, habla de alguien que ya conoce a Dios y se aparta de su camino, y esas personas necesitan arrepentirse y volver a casa, porque ya conocen el camino.

Por tanto, si tu hijo no ha escuchado el mensaje de salvación por la razón que sea, debes ir a buscarlo y hablarle sin temor. Plantar esa semilla de la fe en su corazón, y Dios, a su tiempo, traerá el crecimiento.

Asimismo, si tu hijo ya ha oído hablar toda su vida de Cristo, y aún así decide seguir otro camino, probablemente los sermones no funcionen con él. El padre del hijo pródigo lo dejó marchar, seguramente oró, y esperó. Y esperó. Y esperó. Siempre amándolo, siempre con esperanza mirando al horizonte imaginándolo venir. Siempre.

Una de las mayores pruebas que nos puede tocar en la vida es esperar por largo tiempo. Hasta los más fuertes se tambalean ante la espera prolongada. Pero debemos confiar en Dios, que es el único que puede hacer esa preciosa obra de salvación, y orar, amar y esperar. No desesperes. Dios está mucho más interesado que tú en que tu hijo le conozca porque lo ama mucho más que tú, porque su amor es perfecto. A su tiempo cosecharemos si no desmayamos. Confía en Él, y Él hará. Su paz puede acompañarte cada día en esta espera. Recuerda que tú también estuviste alejado de Dios en otro tiempo y ten esperanza.

3- EL EJEMPLO

3- EL EJEMPLO

Creo que tenía más o menos 14 años aquella vez que acompañé a mi padre un día que le tocaba predicar en Trujillo, un pueblo de Cáceres. Como somos cinco hermanos, esa era una de las raras ocasiones en la que yo estaba a solas con mi padre. En algún momento de la conversación, mi padre comenzó a hablarme sobre sus años de hijo pródigo, y me contó (algo que para mí en ese momento fue chocante) que él, mi padre (del que yo tenía la imagen como de que siempre fue un creyente perfecto), había fumado y bebido. Notaba en su voz al hablar ese temblor que tiene cuando se emociona por algo. Hace mucho tiempo de ese día pero recuerdo dos cosas claramente. Lo primero, es la sinceridad con la que me habló mi padre. Podía notar en sus palabras cuánto daría por cambiar esos años perdidos, y entendí que ese camino no valía la pena. Y lo segundo, es la decisión que tomé. Mi padre no me estaba sermoneando, sólo me estaba contestando una pregunta que le hice sobre su pasado, pero en aquel momento tomé una decisión y le dije: “papá, yo nunca voy a fumar o beber”. Tomé una determinación conmovida por el testimonio de mi padre. Después de los años, cuando se me presentaron ocasiones de fallar a mi promesa, no me costó decir que no quería un cigarro aunque me lo ofreció el chico que me gustaba. En mí estaba clarísimo como el agua: aquello no me interesaba en absoluto.

Sé que mi padre fue dirigido por Dios aquel día, porque el que hizo esa obra en mí fue el Espíritu Santo. Dios obró de esta manera en mí, a través del testimonio de mi padre.

No es necesario que tus hijos conozcan todo tu pasado o cada pecado que has cometido, desde luego que no, y hay que tener sabiduría sobre cómo y cuándo contar ciertas cosas. Por ejemplo, cuando son pequeños, estas historias pueden confundirlos más que otra cosa, porque aún no comprenden muchas cosas de este mundo. También quiero decir que si te ríes cuando hablas de los pecados que has cometido, o las locuras que hiciste, consigues exactamente el efecto contrario: que piensen que aquello es divertido, que ellos también deberían probarlo y que no está tan mal si lo hacen. Con esta historia de mi vida te quiero mostrar cómo el ejemplo que nos dan nuestros padres vale más que mil sermones.

El ejemplo de un padre o madre que ora, busca a Dios y camina en el camino del arrepentimiento humildemente ante el Señor, nunca se borrará de la memoria de un hijo, y siempre será un testimonio vivo irrefutable del poder de Dios para ese hijo. Por muchos dilemas teológicos que tenga, problemas que vea en la Iglesia o tentaciones del mundo, siempre sabrá en el fondo de su corazón, aunque lo niegue, que hay un Dios vivo porque lo vio en sus padres. Si en la Iglesia aparentas una cosa y en casa eres otra completamente diferente, no creas que tus hijos no se van a dar cuenta. Cuando un padre habla sobre el perdón en la Iglesia, y llega a casa y despotrica sobre alguna persona a la que odia, está minando la fe de sus hijos. Les está mostrando que lo que predica no es real, que no es necesario cambiar, sino solamente aparentar. En un hijo esto crea una profunda sensación de hipocresía, de decepción, y de rechazo hacia Dios y la Iglesia. Yo diría que ésta es una de las principales causas por las que los hijos de creyentes se apartan de Dios. Si no ven en sus padres un ejemplo del poder del Dios que cambia, les va a costar mucho creer que este cambio es posible para ellos mismos. Según el  pastor Carl K. Spackman (1) un 19,3% de los jóvenes por él encuestados manifestaron que la hipocresía en la iglesia era la razón decisiva para su abandono de la fe, aunque yo creo que en realidad es más alto.

Esto no significa que tengas que ser un padre perfecto, no lo eres, ni lo serás. Fallas y fallarás; eres humano. Pero un hijo siente el corazón de un padre. Si buscas a Dios con un corazón sincero: intentando cambiar, reconociendo tus errores, buscando a Dios, enseñando con amor, etc., por más errores que tengas, esto no va a pasar desapercibido a tus hijos, (aunque hacérselo saber tampoco está de más). Creo firmemente que a la edad adecuada (preadolescencia- adolescencia..) deberías considerar hablar a tus hijos de algunas de esas cosas de tu pasado que deseas que ellos no repitan, con sinceridad, expresando tu arrepentimiento por ello, para  que ellos vean el cambio que Dios está haciendo en ti.

En mi país (Finlandia) hay un dicho que dice “todos servimos para algo, y si no servimos para otra cosa, por lo menos servimos para ejemplo de lo que no hay que hacer”. Quizá tu pasado puede ser ese ejemplo de lo que hay que evitar, pero haz que tu presente y tu futuro sean un ejemplo de sinceridad delante de Dios y de los hombres.

Nuestro ejemplo es imprescindible para que nuestros hijos conozcan a Dios y vean que es posible tener una relación personal con él. Muchos creyentes creen que es suficiente con que sus hijos vayan a la Iglesia y a la Escuela Bíblica Infantil para que se conviertan y vayan por el buen camino. Pero no es así. Piénsalo bien. ¿Cómo conociste tú a Dios? ¿Le conociste porque te impusieron una serie de conductas, costumbres y normas? ¿Porque te contaron unas cuantas historias de la biblia? ¿Verdad que esas cosas no fueron suficientes? Hubo seguramente un momento en el que, fuera de todo eso, te encontraste con la verdad de tu pecado y la verdad de un Dios cercano con poder para perdonarte y salvarte.

Normalmente para aprender a leer es suficiente con ir a la colegio, para aprender historia es suficiente con ir al instituto, pero para conocer a Dios no hay escuela que valga. Dios no es una asignatura que se pueda estudiar, es una persona que hay que conocer. Doy gracias a Dios por las escuelas bíblicas infantiles, pero no podemos delegar en ellas la tarea que nos corresponde como padres. Ellos son un apoyo a nuestra labor, y desarrollan ministerios increíbles, pero la tarea de instruir al niño en su juventud es de los padres (2). No vale mirar para otro lado, te toca a ti.

¿Cómo conocemos a otras personas? Cuando somos pequeños primero conocemos a nuestra familia. Nos enseñan quien manda y que nos quieren, nos dicen qué se espera de nosotros. Después nos presentan a otros adultos y nos enseñan cómo debemos comportarnos con ellos y que debemos hablarles con respeto. También nos presentan a otros niños en el parque y en el cole y nos enseñan a no pegar, a compartir los juguetes, etc. Nuestra labor no es enseñar a los niños cómo es Dios en un libro, en la teoría. Nuestra labor es presentarle a una persona: nuestro amigo, salvador y Señor Jesús; y cómo comportarse con Él. Preséntale a tus hijos a Jesús, tu amigo, que está siempre contigo. Enséñales cómo hablas con Él, enséñales como Él te responde, enséñales el libro precioso que te ha dejado con sus maravillosos consejos, su palabra eterna, la biblia.

Los niños aprenden por imitación: ven lo que hacemos y lo repiten. Cómo hablamos, cómo caminamos, cómo agarramos las cosas, cómo nos relacionamos con las personas, cómo reaccionamos ante el peligro, etc. Mi madre es la que tiene fobia a que los niños se acerquen a las ventanas, pero yo a veces me sorprendo con la reacción visceral e instantánea que tengo ante la misma situación. Me quedó grabado su temor. Así es con todo, con lo bueno, y con lo malo. Siempre se dice que “vale más un hecho que mil palabras”, y todos hemos oído aquel mal dicho de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Y la verdad es que el testimonio, el ejemplo que damos en casa, es lo que queda grabado en nuestros hijos, no tanto nuestras palabras.

Asegúrate de que ellos ven que Dios es real para ti, léeles historias de la biblia, compárteles lo que aprendes de su palabra, muéstrales como él ha respondido a tus oraciones, que ellos vean la naturalidad con la que hablas con Dios y cómo te relacionas con él en tu diario vivir. No hacen falta muchos conocimientos teológicos para eso. Sólo ser transparente y natural.  Mostrar lo que Dios hace en ti. Dios es un Dios natural. Él no tiene nada que ver con el misticismo y la superstición. Él es Padre, Amigo y Señor, y debemos enseñar a nuestros hijos a relacionarse con Dios de esas 3 maneras:

Padre: Te ama incondicionalmente, te provee de todas tus necesidades, puedes confiar en Él.

Amigo: Sabe compadecerse de tus problemas, (3) ha pasado por las mismas dificultades que tú, siempre está ahí para escucharte y aconsejarte.

Señor: Merece reverencia y respeto, es el que manda, es poderoso y soberano para hacer cualquier cosa.

Asegúrate primero de que Dios es todas estas cosas para ti también.

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  1. Carl K. Spackman “Transmitiendo la fe a nuestros hijos” (Ediciones Las Américas: Méjico 1992)
  2. Proverbios 22:6
  3. Hebreos 4:15-16