6- LA CASA POR EL TEJADO

6- LA CASA POR EL TEJADO

Cuando entregué mi vida al Señor a los 16, descubrí que no sabía orar. Bueno, en realidad descubrí que no sabía nada de Dios. Me sentí totalmente perdida. A pesar de haber escuchado una media de dos predicaciones semanales durante toda mi vida hasta la fecha, descubrí que no tenía ni idea de cómo dirigirme a Dios. Sabía el padre nuestro, cómo orar delante de la gente haciendo que sonara bien, sabía toda la teoría y las cosas que no se deben decir… me habían enseñado mucho y muy bien, pero toda aquella información estaba hueca de significado para mí. Por primera vez en mi vida me encontré delante de un Dios vivo que se había cruzado en mi vida y no sabía qué decirle. Si me hubieran puesto delante un examen del seminario creo que lo hubiera aprobado sin problema, pero me hallaba ante algo nuevo y desconocido para mí: un Dios real fuera de toda aquella información que tenía.

Poco a poco, Dios me fue enseñando cómo caminar de su mano. Él fue abriendo mis ojos y pude decir como Job: “de oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (1). Y por la gran misericordia de Dios lo he podido decir muchas veces desde entonces, experimentando cada día más de su verdad.

A esto es lo que yo llamo tener “conceptos vacíos”. Es tener un conocimiento de algo, incluso poder definirlo o explicarlo, pero sin vivirlo ni experimentarlo, sin saber cómo se hace realidad en la vida de uno.  Es como saber toda la teoría de la conducción sin haber conducido un coche. Yo tenía toda la información del mundo, pero cada uno de esos conceptos estaba vacío. Sabía qué era la oración, pero no sabía orar. Sabía que Dios es amor, pero no lo experimentaba en mi vida. Y un larguísimo etcétera.

Éste es un mal común en los hijos de los creyentes. Es un hándicap (dificultad) con el que nacemos. Es como si hubiéramos comenzado a conocer a Dios al revés. Un creyente de primera generación conoce a Dios primeramente y después empieza a conocer la palabra, los mandamientos, las tradiciones de la Iglesia, etc.  Los hijos de cristianos comenzamos al revés. Primero conocemos la Iglesia, las leyes y las rutinas religiosas y después, en el mejor de los casos, un día conocemos a Cristo. Es como si comenzáramos la construcción de una casa por el tejado. El tejado es muy bonito y nos resguarda un poco y podemos sentirnos seguros durante un tiempo, pero si nos falta el cimiento que es Cristo, tarde o temprano todo caerá.

Para un hijo de cristianos es muy fácil creer que Dios es religión, que Dios es tradiciones, que Dios es  mandamientos: porque es lo que experimenta lo único que ve al principio. Así, hasta el día que conoce a Cristo. Eso es todo lo que Dios es para él: una estructura que nos puede satisfacer más o menos, pero sin cimientos, sin contenido, sin corazón, y sin vida.

Estos “conceptos vacíos” generan dos clases de respuestas extremas muy opuestas, pero igual de malas.

Por una parte están los que comienzan a servir a Dios súper jóvenes y se ofrecen como voluntarios a todo y hacen de ese “activismo” el centro de sus vidas. Algunos lo hacen porque les gusta la Iglesia y las cosas que se hacen en ella y por tanto se vuelven una parte muy activa de ésta. Otros lo hacen por ayudar a sus padres. Quizá te preguntas ¿Por qué esto puede ser muy malo? Porque si no  han tenido un encuentro personal con Cristo, lo hacen sin entender que debemos servir a Dios por amor y que no es por obras, sino por fe. Aman la Iglesia, la obra, pero no aman a Dios. Éste fue mi caso. Servía en la Iglesia desde los 15, y entregué mi vida al Señor con casi 17. Y aún después de eso, tardé mucho en darme cuenta que a Dios le importaba mucho más mi corazón y que le dejara a él obrar en mí, que el hecho de que yo no parara de hacer cosas “para Él”. Lo malo de este extremo es que puedes caer en un engaño. Puedes creer que estas bien delante de Dios, que lo amas y estás haciendo lo correcto porque haces todo lo que se supone que hay que hacer, pero sin conocer a Dios en realidad e incluso sin haber nacido de nuevo.

El otro extremo es el contrario. Estos hijos de creyentes están decepcionados con Dios por una de dos: o están decepcionados con sus padres y/o líderes o personas de referencia en la Iglesia, o están decepcionados con la iglesia como organización. Han mirado a las personas para encontrar a Dios porque no le conocen, pero como han salido decepcionados no quieren saber nada de Dios ni de la Iglesia. Lo malo de este extremo es que mientras no miren a Cristo, eso es todo lo que van a ver: decepción.

Me maravillo viendo que hay muchos hijos de creyentes que no caen en estos extremos, que ven más allá de la religión y las personas y encuentran a ese Dios poderoso que les ama. Dios llama a la puerta, y muchos abren. ¡¡¡Qué grande es la obra de Dios!!!. Nunca podré recalcar lo suficiente la importancia de enseñar a nuestros hijos a Cristo, a un Cristo vivo fuera de toda religiosidad.

Como progenitor debes intentar asegurarte de que tus hijos conocen al Dios que hay tras la obra, que lo experimenten, que lo amen. Para Dios lo que importa no es lo externo, lo que se ve por fuera, sino el corazón. Por tanto, tú tampoco debes dejarte engañar por el espejismo de que “si mi hijo se porta bien y asiste o participa en la iglesia, todo está bien”. Puede que así sea, pero puede que no.

Para conocer la situación espiritual de tus hijos, mira sus frutos. Busca el fundamento, el cimiento, la base: ¿hay una relación personal con Cristo? De nada sirve que la vida de nuestros hijos aparente ir bien. Un edificio bonito sin cimientos, tarde o temprano caerá.

Nota para hijos: Dios es un Dios personal. Has visto y oído muchas cosas, pero deja todo eso un poco a un lado y dirígete a Dios personalmente. A veces toda esa información que nos dan otras personas entorpece un poco a la hora de acercarse a Dios, porque esperas que tus experiencias sean como las de olos demás. Deja eso. Dios trató a Moisés con una zarza, a Elías con un huracán, a Jonás con una ballena, a David con un leones, osos y gigantes, y quién sabe cómo quiere tratar contigo. Saca a Dios de los moldes de la religión y de todo lo que otros te contaron. Dios quiere tener una relación personal contigo y va a ser única e irrepetible. Sólo acércate a Él sin expectativas y Él te mostrará quien es y  lo que quiere hacer contigo.

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  1. Job 42:5

5- PRIORIDADES II

Cónyuge vs hijos

En 2005 una escritora de Estados Unidos (Ayelet Waldman) escribió un  artículo en el New York Times que declaraba: “amo más a mi esposo que a mis hijos”. Este artículo levantó una gran polémica y debate, y se convirtió en un tema que comenzó a discutirse en toda clase de foros y blogs a nivel mundial, hasta hoy: a quién debe amarse más ¿al cónyuge o a los hijos? Muchas personas se escandalizaron con la sencilla idea de que esta mujer declarase que sus hijos no eran el centro de su vida, y otras muchas por fin sintieron que alguien expresaba lo que ellos no se atrevían a decir.

En éste artículo ella defiende tres puntos principales.

1- Que aunque sea madre sigue siendo una mujer, con sus necesidades.

2- Que ama a sus hijos muchísimo y les dedica todo el tiempo que puede, pero no está enamorada de ellos. También dice que en el peor de los casos podría imaginar su vida sin ellos.

3- Que está enamorada de su esposo aún más que cuando se conocieron, y que no puede imaginar su vida sin él.

Esta claro que para Ayelet, el centro de su vida es su esposo, y para sus críticos el centro de su vida son sus hijos.

Para nosotros, como creyentes, sabemos que el único centro de nuestra vida debe ser Dios. Si basamos nuestra vida en personas, es lo mismo que haberla fundado sobre la arena. Sí, aunque sean personas tan importantes como el cónyuge y los hijos. Las personas fallan, y desgraciadamente a veces las perdemos por diferentes motivos. Por eso el único fundamento sólido es Dios. Si te apoyas en una persona, sea quien sea, cuando ella cae, te derrumbas. Si amas a tu familia más que a Dios, estas cayendo en idolatría, porque estas poniendo a esas personas en el lugar dque debería ocupar Dios en tu corazón. Aunque sean tus hijos y cónyuge. Tu amor por Dios debe ser tan grande que todo otro amor palidezca en comparación. (1) El centro de todo, es y debe ser Jesús.

Ahora bien, después de Dios, ¿quién va primero? ¿el cónyuge o los hijos?

Cuando te casas te conviertes en uno con tu cónyuge (2). Ésta es una relación que se convierte en parte de ti, pasa a formar parte de lo que serás para siempre.  La unión en matrimonio te conecta física, emocional y espiritualmente a tu cónyuge. Es un lazo que, aunque se rompa, habrá cambiado quien eres definitivamente.

Esto no sucede con los hijos. Tus hijos un día dejarán a su padre y a su madre, se unirán a otra persona y serán uno. El matrimonio comienza antes de los hijos y durará hasta después de que se hayan ido de casa. Es una relación que necesita ser cuidada con amor durante toda la vida, con hijos o sin ellos. No puedes poner en pausa el matrimonio mientras que los hijos crecen y retomarla el día que dejan el hogar. No funciona así. Eso sería como dejar de regar una planta de interior durante 20 años esperando que cuando te acuerdes de ella tras ese tiempo esté como cuando la dejaste. Imposible, absurdo.

Dead_plant_in_pots.jpgLa unión con tu cónyuge es tal, que si eres infiel a tu conyuge, si pecas con pecado sexual pecas contra ti mismo.  No puedes dañar al otro sin dañarte a ti mismo, y no encontramos en la Biblia nada que nos hable de una unidad comparable entre padres e hijos.

Hay muchos progenitores (especialmente madres) que vuelcan todo el amor que sentían por su cónyuge en sus hijos. Esto hace que el cónyuge se sienta automáticamente dejado de lado y se deteriora la relación de pareja. Es especialmente probable que suceda cuando uno queda en casa cuidándolos y el otro trabaja fuera de casa. El que está en casa puede  hacer de los hijos el centro de su vida y fácilmente se generan esta clase de situaciones. Debes mantener el equilibrio. La llegada de los hijos no debe separar la pareja, sino unirla. Propón trabajar juntos para criar y educar este hijo que un día emprenderá su vida independiente, sin abandonar la relación de pareja.

 Te propongo algunas ideas para trabajar juntos en la educación de los hijos:

– Definir como pareja los puntos más importantes de la educación en los que vais a hacer énfasis a vuestros hijos (perseverancia, paciencia, amor, respeto etc.)

– Decidir como matrimonio las normas.

– Decidir como matrimonio la disciplina en caso de incumplimiento de las normas.

– Decidir las tareas que corresponden a cada niño.

– Mantened siempre un frente unido.

– Hacer actividades en familia. (deportes, excursiones, juegos de mesa, etc.)

– Marcar días especiales para hacer una actividad con cada hijo a solas. (Días de chic@s, días papá-hija, días para papá y mamá)

– Dividir las responsabilidades del hogar pero marcando algunas tareas que se hagan entre los dos padres e incluso entre toda la familia. (Por ejemplo un día de limpieza en el que todos limpian su parte).

– Marcar un momento del día en el que toda la familia se reúna para hacer algo que no sea comer. 🙂 Orar, hablar del día, jugar, etc.

Es cierto que criar  hijos al principio tiende a absorber completamente, pero no debes dejar que eso se convierta en un estado permanente. Debes deliberadamente buscar y apartar tiempo para estar como pareja. Sé que es una maravilla contemplar como ese bultito en la barriga se va convirtiendo en una personita que anda, habla y piensa por sí misma. y esa es la cuestión, cada día hará más cosas por sí misma hasta el día en que aprenda a volar y deje el nido. No es a ese hijo a quien has prometido “Hasta que la muerte nos separe”, lo prometiste a tu cónyuge.  Te toca trabajar para mantener esa promesa.

Más que preguntar quien va primero entre hijos y cónyuge, voy a preguntar, ¿cuál es el lugar de cada uno? El lugar de tu cónyuge es el de tu ayuda idónea, tu compañero de vida, quien va a estar siempre contigo, quien te va a levantar si caes y a quien levantarás cuando caiga. A quien tienes que amar y respetar. Tu cónyuge es tuyo y tú eres de él/ella.

El lugar de tus hijos es el de personas que Dios ha puesto a tu cargo, un préstamo que Dios te da para que los ames, enseñes y cuides. Ahora están, pero un día se irán. Tú te ocupas de ellos, pero ellos no son tu apoyo, son tu responsabilidad. Son la herencia que dejas a éste mundo, tu aportación. Los hijos son reflejo de los padres, si tu vida es una bendición, esa bendición se multiplicará por medio de tus hijos donde quiera que vayan. Si no tienes estas dos relaciones en equilibrio habrá consecuencias. Pide a Dios que te ayude a encontrar equilibrio en tu casa, y a esforzarte en las cosas correctas.

Nota para pastores y líderes: tus hijos tendrán su propio llamado, el tuyo no es hereditario. No pretendas apropiarte de ellos como parte de tu ministerio, Dios tiene su propio plan para ellos. Muchos pastores al encontrarse cansados en su ministerio ponen sus esperanzas en sus hijos y comienzan a delegarles su propia tarea. A veces sienten que no pueden confiar en los miembros de la Iglesia pero sí en sus hijos, así que comienzan a meterlos en todas las actividades. Si tu hijo tiene ese llamado está bien. Si en éste tiempo puede ayudarte, adelante. Pero si recibe su propio llamado no cortes sus alas, ayúdale a volar donde el Espíritu Santo le lleve porque es donde dará más fruto y la bendición de tu vida se multiplicará.

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Escribir

  1. Lucas 14:26
  2. Génesis 2:24

4- PRIORIDADES

4- PRIORIDADES

En el curso de discipulado de nuestra Iglesia, hay un ejercicio, muy cortito pero muy profundo, que trata sobre las prioridades. Te animo a que lo hagas, dice así:

Ordena éstas cinco áreas en el orden de importancia que deben tener en nuestra vida con un número del 1 al 5, siendo el 1 el más importante y 5 el menos importante. (No hablamos de lo que nos lleva más tiempo sino de lo que debe ser la pasión de nuestro corazón).

–         Vocación (Trabajo, estudios).

–         Necesidades espirituales y emocionales de la familia (devocionales, tiempo en familia). Se refiere a la familia nuclear: cónyuge e hijos.

–         Vida espiritual, relación con Dios.

–         Ministerio cristiano, servicio a Dios. El ministerio no son sólo las actividades que se realizan en la Iglesia. Es una actitud de ser luz y bendición de Dios en el lugar que estemos y sea lo que sea que estemos haciendo.

–         Otras actividades (aficiones, deportes, compras, recados, la casa, etc.)

No sigas leyendo hasta que lo hayas hecho, aunque sea mentalmente, así podrás reflexionar con mayor profundidad en éste capítulo.

Bien, creo que estarás de acuerdo en que la relación con Dios debe ser el número 1. Si Dios no está en el trono, en el centro de tu vida, ninguna de las otras áreas va a funcionar como debe. Cuando Él reina en nuestras vidas, todo lo demás se va colocando en su lugar por si sólo. (1)

Seguramente también estarás de acuerdo con que el último lugar (número 5) lo ocupan las “otras actividades” por ser lo más superfluo y postergable. La limpieza, las aficiones, trámites etc. son importantes y necesitan su tiempo de dedicación, pero no pueden en ningún caso ser más importantes que las otras cosas de la lista. No puedes faltar al trabajo por quedarte  limpiando tu casa o desatender a la familia por atender tus aficiones. Si esto sucede tienes que examinarte y cambiar tus prioridades porque ahí hay algo que realmente se ha torcido.

Vayamos a lo polémico. El número 2. La cuestión está entre el trabajo, la familia y el ministerio. Tengo un punto de vista muy claro respecto a este asunto así que te lo voy a decir claro, sin rodeos ni anestesia: alguien puede sustituirte en cualquier labor que estés desarrollando en la Iglesia o en tu trabajo. Duele, pero es cierto, no eres imprescindible. Eres necesario sí, pero no eres  imprescindible en estos lugares. Alguien puede sustituirte en tu trabajo, como amigo y en muchas facetas, pero hay una cosa en la que eres irreemplazable. Nadie puede sustituirte como padre/madre. Los hijos abandonados por sus padres sienten añoranza toda su vida del hueco dejado por el progenitor ausente. Si tu madre vuelve a casarse tras la muerte de tu padre, tu padrastro puede ser muy bueno, fantástico y maravilloso, pero nunca sustituirá a tu padre completamente. Hay niños adoptados que añoran y buscan a sus padres biológicos aún después de décadas aunque amen muchísimo a su familia adoptiva. Cuando falta un progenitor hay un gran hueco vacío en la vida de un hijo.

Quizá piensas que éste no es tu caso, pero déjame decirte que hay varias maneras de estar ausente. Quizá lo primero que venga a tu mente es el abandono del hogar o la muerte, pero hay otras formas de ausencia. ¿Nunca has oído eso de “estar solo en una multitud”? Pues también sucede en el hogar. A los padres absortos en su trabajo, su ministerio o sus amistades fácilmente se les escapa la soledad y el abandono que pueden sentir sus hijos. Ausencia es no estar en los momentos importantes para el niño. Ausencia es no presenciar o no interesarse por los logros o aprendizajes obtenidos por el niño. Ausencia es mirar para otro lado (tv, móvil, ordenador…) cuando tu hijo intenta enseñarte o contarte algo importante para él (que puede ser algo insignificante para ti, como que encontró un bicho, pero que para él es un mundo). Ausencia es dar por hecho que nuestros hijos serán creyentes porque van a la iglesia, que saben que los amamos porque traemos dinero a casa o que crecerán sanos porque comen espinacas. Ausencia es no invertir tiempo, fuerzas y amor en nuestros hijos dando por hecho que «saldrán bien». Si hacemos esto un día llegarán a la adolescencia y estallarán en rebeldía y diremos: “¿de dónde viene esto de repente?” Cuando resulta que el dolor de nuestra ausencia en nuestros hijos ha ido creciendo en ellos durante años.

En algunas culturas es comúnmente aceptado pensar que la mayor muestra de amor hacia tus hijos, es trabajar de sol a sol para que a ellos no les falte nada económica y materialmente. Sin embargo estoy segura de que si das a escoger a tus hijos entre pasar tiempo contigo o tener un juguete nuevo para jugar ellos solos, escogerán el tiempo en familia. Ausencia es rodear a un niño de juguetes y dejarlo solo. Los lujos, las posesiones o el estatus social no pueden suplir la necesidad que tienen los hijos de estar con sus padres.

En la cultura evangélica, es comúnmente aceptado pensar (sobre todo en el caso de los pastores y líderes) que es correcto y necesario  que cuando alguien de la iglesia tiene una necesidad, las necesidades de nuestros hijos pueden esperar. Obviamente debes servir en la iglesia y a los hermanos en la fe en la medida que puedas. También debes discernir que no todos los reclamos que tus hijos hacen son realmente necesidades. El problema viene cuando sistemáticamente eliges satisfacer las necesidades de otros antes que las de tus hijos.

Quizá no estés de acuerdo conmigo, pero leamos qué dice la palabra de Dios en 1Timoteo 3:1-5 Si alguien aspira al cargo de obispo, no hay duda de que ambiciona algo muy eminente. Es necesario, pues, que el obispo sea irreprochable, casado una sola vez, casto, dueño de sí, de buenos modales, que acoja fácilmente en su casa y con capacidad para enseñar. No debe ser bebedor ni peleador, sino indulgente, amigo de la paz y desprendido del dinero. Que sepa gobernar su propia casa y mantener a sus hijos obedientes y bien criados. Pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá guiar a la asamblea de Dios?

No quiero entrar en polémica, simplemente quiero que veas que Dios da mucha importancia al cuidado del hogar. De hecho, está poniendo la familia antes que la Iglesia. La palabra dice que antes de guiar la casa de Dios, debe uno saber gobernar su propia casa. Por tanto va primero. La Biblia según Johanna, diría “¿de qué le vale al hombre si ganare el mundo y perdiere los de su casa?”(2) y perdonadme el cambio que he hecho para explicar la idea.

Igual que los hijos aprenden en el hogar, los padres también aprendemos en el hogar. Cuando éramos hijos aprendimos a RECIBIR misericordia,  amor, paciencia,  enseñanza. Ahora que somos padres, debemos aprender a DAR misericordia, amor, paciencia, enseñanza… No menosprecies el ministerio de enseñar a tus hijos. A veces ambicionamos el ministerio, el “obispado” como dice la palabra, y pensamos que ESE es el punto principal de nuestras vidas. Eso es lo que nos da sentido a la vida y despreciamos el sacerdocio del hogar. Debemos recordar que el primer ministerio que tiene el creyente casado es para con su familia. Pablo decía: “ojalá todos pudieran ser como yo (que soy soltero y estoy feliz así), pero la casada se debe a su esposo y el casado a su esposa (e hijos)”(3).

Si te ayuda, tómalo como un campo de entrenamiento. Si eres capaz de mostrar amor a tus hijos, serás capaz de mostrar amor a otros creyentes. Si eres capaz de enseñar a tus hijos la palabra y a conocer a Dios; serás capaz de enseñar a otros creyentes.

Ministrar a tu familia es TU ministerio. Y en esa tarea nadie te puede sustituir, no lo puedes delegar o ignorar sin graves consecuencias.

Si te acabas de dar cuenta que has estado ausente para tus hijos en ciertos ámbitos, no temas. Aún hay solución. Puede que cueste, pero los hijos, por rebeldes o dolidos que estén, anhelan volver a la intimidad con los padres por mucho tiempo de ausencia que haya habido. Pídele a Dios que te ayude a mostrar amor a tus hijos, sé sincero con ellos y háblales desde el corazón. Pídeles perdón por lo que haga falta. Eso no te va a hacer ser menos a sus ojos, sino todo lo contrario. Acércate a ellos, escúchales y muéstrales de esa forma tu amor por ellos. Así ellos tendrán un buen ejemplo para seguir. Nunca es tarde para Dios. Él siempre está trabajando en nosotros y nuestra familia.

Antes de seguir quiero puntualizar algo. La familia que es tu responsabilidad es tu familia nuclear: cónyuge e hijos. También incluye otras personas dependientes que puedan estar a tu cargo como padres ancianos, etc. Remarco esto porque si bien ocasionalmente el resto de la familia va a requerir de tu atención y ayuda, creo que es necesario una cierta separación o distinción. No tienes las mismas obligaciones para con tus hijos que para con tus sobrinos, ni la misma obligación para con tu cónyuge que para con tus hermanos. Está bien que los ayudes si puedes, pero tu primera responsabilidad económica y de tiempo es la familia nuclear. La palabra enseña que cuando contraes matrimonio tu núcleo familiar cambia.  Antes tu familia más cercana eran tus padres y hermanos, pero ahora ya no. Tu cónyuge es parte de ti mismo, igual que tus hijos, aunque en otro sentido, el resto de tu familia no va incluida en este lugar de tus prioridades.(4)

Esto nos deja debatiendo el número tres entre trabajo y ministerio.

El ministerio es mucho más que tener un puesto en la Iglesia. Ministrar significa “repartir o administrar lo que Dios te ha dado”. ¿Dios te ha dado entendimiento?, pues debes repartirlo a quien lo necesite. ¿Dios te ha dado amor? ¿Te ha dado frutos de su espíritu? De gracia recibiste, da de gracia (5). Ministrar es ser luz del mundo, ser un instrumento de restauración, en la Iglesia y en este mundo herido. Demasiadas veces se limita el ejercicio del ministerio al local de culto. Cristo no vino a encerrarse en cuatro paredes sino que fue allá donde había necesidad. Por esa razón, deberíamos entender ministerio como una forma de vida más que como un puesto o título. (Ad)ministrar lo que Dios nos ha dado es responsabilidad de cada creyente.

Ahora bien, tener un puesto en la Iglesia conlleva una responsabilidad. Lleva tiempo, planificación y esfuerzo, por eso a veces choca con nuestro trabajo secular.

Obviamente debes trabajar con esfuerzo, haciendo todo como para el Señor, siguiendo el ejemplo de José, que allá donde estaba trabajaba con excelencia y el Señor lo prosperaba ya fuera esclavo, prisionero o gobernante. Con excelencia, como si sirvieras al Señor, disfrutando de tu trabajo. Es necesario que trabajes y que te esfuerces en mantener tu familia. En tu trabajo también puedes encontrar muchísimas maneras de bendecir esta sociedad y ser sal y luz.

Sin embargo creo que el ministerio debe ir antes que el trabajo en tu corazón. No quiero decir con esto que debas dejar de trabajar por actividades de la Iglesia, o faltar al trabajo cada vez que hay un evento familiar. Esa no es la cuestión. Lo que quiero decir es que como Pablo, debes “hacer tiendas”(6) para mantenerte; sin embargo, no es tu empleo el que te provee, es Diosa través de tu empleo. Dios provee para tu casa, con o sin trabajo. Con cuervos, harina o aceite que no acaban, una moneda en la boca de un pez, maná en el desierto, agua de la roca y en mil maravillosas formas.

Hoy trabajas en una empresa y el año que viene puede que trabajes en otra. Tu empresa puede irse a la ruina y tu situación laboral puede cambiar en cualquier momento. No podrás llevarte a la eternidad ningún mérito laboral que hayas obtenido. Allí ninguna posición empresarial importará lo más mínimo. El trabajo es un medio, no un fin. Necesitamos un trabajo para mantenernos mientras servimos y seguimos a Cristo. Si tu empleo no te permite asistir nunca la iglesia ni pasar tiempo con tu familia, ponlo en las manos del Señor, él proveerá lo que necesitas si tu anhelo es hacer la voluntad de Dios (7). Debes actuar con cordura, administrando todos tus bienes y tu tiempo con sabiduría, como en la parábola de los talentos (8), para obtener la mejor cosecha eterna.

Resumiendo, el orden, en mi opinión, debería ser el siguiente:

1-      Vida espiritual, relación con Dios.

2-     Necesidades espirituales y emocionales de la familia.

3-     Ministerio en la Iglesia.

4-     Vocación.

5-     Otras actividades.

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1                    Parafraseando Mateo 6:33

2                    Traspolando Marcos 8:36

3                    Parafraseando 1ª Corintios 7

4                   Génesis 2:24

5                   Mateo 10:8

6                  Hechos 18:1-3

7                    Mateo 6:33

8                    Mateo 25:14-30

3- EL EJEMPLO

3- EL EJEMPLO

Creo que tenía más o menos 14 años aquella vez que acompañé a mi padre un día que le tocaba predicar en Trujillo, un pueblo de Cáceres. Como somos cinco hermanos, esa era una de las raras ocasiones en la que yo estaba a solas con mi padre. En algún momento de la conversación, mi padre comenzó a hablarme sobre sus años de hijo pródigo, y me contó (algo que para mí en ese momento fue chocante) que él, mi padre (del que yo tenía la imagen como de que siempre fue un creyente perfecto), había fumado y bebido. Notaba en su voz al hablar ese temblor que tiene cuando se emociona por algo. Hace mucho tiempo de ese día pero recuerdo dos cosas claramente. Lo primero, es la sinceridad con la que me habló mi padre. Podía notar en sus palabras cuánto daría por cambiar esos años perdidos, y entendí que ese camino no valía la pena. Y lo segundo, es la decisión que tomé. Mi padre no me estaba sermoneando, sólo me estaba contestando una pregunta que le hice sobre su pasado, pero en aquel momento tomé una decisión y le dije: “papá, yo nunca voy a fumar o beber”. Tomé una determinación conmovida por el testimonio de mi padre. Después de los años, cuando se me presentaron ocasiones de fallar a mi promesa, no me costó decir que no quería un cigarro aunque me lo ofreció el chico que me gustaba. En mí estaba clarísimo como el agua: aquello no me interesaba en absoluto.

Sé que mi padre fue dirigido por Dios aquel día, porque el que hizo esa obra en mí fue el Espíritu Santo. Dios obró de esta manera en mí, a través del testimonio de mi padre.

No es necesario que tus hijos conozcan todo tu pasado o cada pecado que has cometido, desde luego que no, y hay que tener sabiduría sobre cómo y cuándo contar ciertas cosas. Por ejemplo, cuando son pequeños, estas historias pueden confundirlos más que otra cosa, porque aún no comprenden muchas cosas de este mundo. También quiero decir que si te ríes cuando hablas de los pecados que has cometido, o las locuras que hiciste, consigues exactamente el efecto contrario: que piensen que aquello es divertido, que ellos también deberían probarlo y que no está tan mal si lo hacen. Con esta historia de mi vida te quiero mostrar cómo el ejemplo que nos dan nuestros padres vale más que mil sermones.

El ejemplo de un padre o madre que ora, busca a Dios y camina en el camino del arrepentimiento humildemente ante el Señor, nunca se borrará de la memoria de un hijo, y siempre será un testimonio vivo irrefutable del poder de Dios para ese hijo. Por muchos dilemas teológicos que tenga, problemas que vea en la Iglesia o tentaciones del mundo, siempre sabrá en el fondo de su corazón, aunque lo niegue, que hay un Dios vivo porque lo vio en sus padres. Si en la Iglesia aparentas una cosa y en casa eres otra completamente diferente, no creas que tus hijos no se van a dar cuenta. Cuando un padre habla sobre el perdón en la Iglesia, y llega a casa y despotrica sobre alguna persona a la que odia, está minando la fe de sus hijos. Les está mostrando que lo que predica no es real, que no es necesario cambiar, sino solamente aparentar. En un hijo esto crea una profunda sensación de hipocresía, de decepción, y de rechazo hacia Dios y la Iglesia. Yo diría que ésta es una de las principales causas por las que los hijos de creyentes se apartan de Dios. Si no ven en sus padres un ejemplo del poder del Dios que cambia, les va a costar mucho creer que este cambio es posible para ellos mismos. Según el  pastor Carl K. Spackman (1) un 19,3% de los jóvenes por él encuestados manifestaron que la hipocresía en la iglesia era la razón decisiva para su abandono de la fe, aunque yo creo que en realidad es más alto.

Esto no significa que tengas que ser un padre perfecto, no lo eres, ni lo serás. Fallas y fallarás; eres humano. Pero un hijo siente el corazón de un padre. Si buscas a Dios con un corazón sincero: intentando cambiar, reconociendo tus errores, buscando a Dios, enseñando con amor, etc., por más errores que tengas, esto no va a pasar desapercibido a tus hijos, (aunque hacérselo saber tampoco está de más). Creo firmemente que a la edad adecuada (preadolescencia- adolescencia..) deberías considerar hablar a tus hijos de algunas de esas cosas de tu pasado que deseas que ellos no repitan, con sinceridad, expresando tu arrepentimiento por ello, para  que ellos vean el cambio que Dios está haciendo en ti.

En mi país (Finlandia) hay un dicho que dice “todos servimos para algo, y si no servimos para otra cosa, por lo menos servimos para ejemplo de lo que no hay que hacer”. Quizá tu pasado puede ser ese ejemplo de lo que hay que evitar, pero haz que tu presente y tu futuro sean un ejemplo de sinceridad delante de Dios y de los hombres.

Nuestro ejemplo es imprescindible para que nuestros hijos conozcan a Dios y vean que es posible tener una relación personal con él. Muchos creyentes creen que es suficiente con que sus hijos vayan a la Iglesia y a la Escuela Bíblica Infantil para que se conviertan y vayan por el buen camino. Pero no es así. Piénsalo bien. ¿Cómo conociste tú a Dios? ¿Le conociste porque te impusieron una serie de conductas, costumbres y normas? ¿Porque te contaron unas cuantas historias de la biblia? ¿Verdad que esas cosas no fueron suficientes? Hubo seguramente un momento en el que, fuera de todo eso, te encontraste con la verdad de tu pecado y la verdad de un Dios cercano con poder para perdonarte y salvarte.

Normalmente para aprender a leer es suficiente con ir a la colegio, para aprender historia es suficiente con ir al instituto, pero para conocer a Dios no hay escuela que valga. Dios no es una asignatura que se pueda estudiar, es una persona que hay que conocer. Doy gracias a Dios por las escuelas bíblicas infantiles, pero no podemos delegar en ellas la tarea que nos corresponde como padres. Ellos son un apoyo a nuestra labor, y desarrollan ministerios increíbles, pero la tarea de instruir al niño en su juventud es de los padres (2). No vale mirar para otro lado, te toca a ti.

¿Cómo conocemos a otras personas? Cuando somos pequeños primero conocemos a nuestra familia. Nos enseñan quien manda y que nos quieren, nos dicen qué se espera de nosotros. Después nos presentan a otros adultos y nos enseñan cómo debemos comportarnos con ellos y que debemos hablarles con respeto. También nos presentan a otros niños en el parque y en el cole y nos enseñan a no pegar, a compartir los juguetes, etc. Nuestra labor no es enseñar a los niños cómo es Dios en un libro, en la teoría. Nuestra labor es presentarle a una persona: nuestro amigo, salvador y Señor Jesús; y cómo comportarse con Él. Preséntale a tus hijos a Jesús, tu amigo, que está siempre contigo. Enséñales cómo hablas con Él, enséñales como Él te responde, enséñales el libro precioso que te ha dejado con sus maravillosos consejos, su palabra eterna, la biblia.

Los niños aprenden por imitación: ven lo que hacemos y lo repiten. Cómo hablamos, cómo caminamos, cómo agarramos las cosas, cómo nos relacionamos con las personas, cómo reaccionamos ante el peligro, etc. Mi madre es la que tiene fobia a que los niños se acerquen a las ventanas, pero yo a veces me sorprendo con la reacción visceral e instantánea que tengo ante la misma situación. Me quedó grabado su temor. Así es con todo, con lo bueno, y con lo malo. Siempre se dice que “vale más un hecho que mil palabras”, y todos hemos oído aquel mal dicho de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Y la verdad es que el testimonio, el ejemplo que damos en casa, es lo que queda grabado en nuestros hijos, no tanto nuestras palabras.

Asegúrate de que ellos ven que Dios es real para ti, léeles historias de la biblia, compárteles lo que aprendes de su palabra, muéstrales como él ha respondido a tus oraciones, que ellos vean la naturalidad con la que hablas con Dios y cómo te relacionas con él en tu diario vivir. No hacen falta muchos conocimientos teológicos para eso. Sólo ser transparente y natural.  Mostrar lo que Dios hace en ti. Dios es un Dios natural. Él no tiene nada que ver con el misticismo y la superstición. Él es Padre, Amigo y Señor, y debemos enseñar a nuestros hijos a relacionarse con Dios de esas 3 maneras:

Padre: Te ama incondicionalmente, te provee de todas tus necesidades, puedes confiar en Él.

Amigo: Sabe compadecerse de tus problemas, (3) ha pasado por las mismas dificultades que tú, siempre está ahí para escucharte y aconsejarte.

Señor: Merece reverencia y respeto, es el que manda, es poderoso y soberano para hacer cualquier cosa.

Asegúrate primero de que Dios es todas estas cosas para ti también.

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  1. Carl K. Spackman “Transmitiendo la fe a nuestros hijos” (Ediciones Las Américas: Méjico 1992)
  2. Proverbios 22:6
  3. Hebreos 4:15-16

2- DECISIONES

2- DECISIONES

Cuando pienso en mi infancia, recuerdo una etapa completamente feliz: despreocupada y llena de luz. Recuerdo los juegos de mi infancia, la tranquilidad en mi casa, los viajes y las vacaciones familiares: recuerdo felicidad. Si tú vieras mi vida desde fuera, dirías que tengo mucha suerte por la familia y la vida que tengo, y ciertamente es así. Sin embargo no siempre lo vi de esa manera. Tuve una infancia feliz, crecí en la Iglesia, no tuve mayores dificultades en mi vida, pero llegada la adolescencia, la autocompasión y el rencor fueron mis compañeros habituales. Me encerré en mí misma, me sentía en un hoyo profundo y culpé a todos los demás de mi situación. Me sentía sola, así que culpaba a mis amigos por no preocuparse por mí y darme de lado. Me sentía mal con mi físico, así que culpaba a mis profes y el sistema educativo por no motivarme a hacer deporte desde pequeña. Era inconstante, así que culpaba a mis padres por no haberme obligado a acabar lo que empezaba… (¿Empiezas a ver un patrón de pensamiento?) Pero fui yo la que no me acerqué a los demás, fui yo la que dejé las clases de baloncesto y de piano… etc., fui yo.

Mientras iba creciendo seguí con el mismo patrón, tomé lo que aprendí en el seminario con 18 años, y lo que aprendí de psicología en la universidad; y lo utilicé contra todos, especialmente contra mis padres. Lo usé para analizar detalladamente cada uno de los errores que (según yo) habían cometido y para señalar que lo que me pasaba era culpa de ellos por lo que hicieron. Les culpaba por mis sentimientos negativos y por mis problemas. Ahora sé que no fue por su culpa. Por dentro, había dejado que mis pensamientos rondaran sobre cosas incorrectas, y al final me fue imposible negar que no había más responsable de ello que yo (sólo faltaba que les echara la culpa de mis pensamientos tambiénJ).

Cuando Dios comenzó a tratar con mi vida, vi claramente que, a pesar de sus errores, mis padres hicieron todo lo que supieron y pudieron. Me amaron y me enseñaron. Me dieron responsabilidades y confiaron en mí. Me enseñaron a hacer cantidad de cosas y siempre respetaron mis decisiones. Ahora agradezco a Dios por mis padres y puedo contar con orgullo las cosas que me enseñaron. Son un grandísimo ejemplo de amor a Dios y entrega a su obra. Cuando alguien me pregunta dónde aprendí a hacer algo, la respuesta casi siempre es: “lo aprendí de mis padres”.

Tengo que decir que una de las cosas que más influencia tuvo en mi vida fue el hecho de que mis padres respetaran mis decisiones en cuanto a mis gustos, preferencias y elecciones. Por ejemplo cuando sentí de parte de Dios que debía quedarme un año a estudiar en el seminario en Finlandia, simplemente me preguntaron si estaba segura y al verme decidida arreglaron todo para que pudiera quedarme. Ese año fue una grandísima bendición para mi vida. Su confianza en mi me hizo madurar, me hizo darme cuenta de que tenía que pensar bien mis decisiones porque las consecuencias de ellas iban a caer sobre mí. Me arrepentí de algunas de ellas, pero aprendí.

El pensamiento moderno nos dice que somos consecuencia de la educación que recibimos de nuestros padres, de la cultura, de la época, y de los sucesos que marcan nuestra vida; como abusos, divorcios en la familia, guerras, etc. Y no voy a negar la influencia de todas estas cosas y de muchas más, ya que marcan nuestros pensamientos y nuestras emociones, pero en mi opinión hay un gran riesgo en esta manera de pensar. Y es que se puede usar como excusa para eludir nuestra responsabilidad sobre nuestros actos.

Puedo decir: “sí, soy alcohólico, pero es culpa de mi padre que también lo era” o puedo decir “sí, odio, pero es culpa de los que me hicieron daño” o puedo decir “es verdad que no pago impuestos, pero es que es culpa de la crisis”. El ser humano tiende a proyectar la responsabilidad de sus actos, como se dice comúnmente, “echarle la culpa a otro”.

La palabra de Dios nos enseña que cada uno es responsable de sus propios actos, y al final cada uno dará cuentas de su propio comportamiento. Cuando te presentes delante de Dios no podremos decirle “Dios, es verdad que yo hice tal cosa pero es que aquel me hizo tal otra”. Dios dirá “tranquilo que de aquel ya me encargo yo, pero tú eres responsable sobre lo que TU hiciste, así que eres culpable.” Sean cuales sean las circunstancias, siempre tienes la opción de escoger qué vas a hacer. Con la ayuda de Dios todo patrón de conducta o de pecado «generacional» puede romperse. No hay excusas.

Respecto al tema que nos atañe, la relación entre padres e hijos, cada uno tiene su propia responsabilidad. Los padres tienen la responsabilidad de orar, enseñar, guiar, de dar ejemplo y de los demás temas que trataremos en este blog. Pero la responsabilidad de elección es de cada persona, siempre. Igual que tú como padre has sido y eres libre de elegir, tu hijo también lo es. Si es pequeño aún, no podrá escoger con qué habitación se queda o cuánto recibe de paga, pero respecto a su corazón, siempre escogerá él mismo. Escogerá si odia o perdona, escogerá si se abre al mundo o si se cierra, escogerá si miente o si dice la verdad, y ahí no hay ningún otro responsable que él. A veces como padres quisiéramos protegerlos de todo y  tomar decisiones por ellos, pero la verdad es que al final cada uno escoge su propio camino.

Supongo que algunos padres y madres estarán ahora mismo echándose las manos a la cabeza y pensando “¿Cómo puedo siquiera pensar en dejar escoger al cabeza loca que es mi hijo/a?”.

Entrenar a tus hijos para tomar decisiones responsables es bastante sencillo en realidad y se puede comenzar cuando son aún pequeños. Simplemente debemos ir poniéndolos ante elecciones sencillas con consecuencias claras. Por ejemplo: “Hijo, puedes ir a casa de la abuela (opción 1) que te llevará al parque (consecuencia 1) O puedes venir conmigo a comprar (opción 2) y escoger tu nueva mochila del cole (consecuencia 2)”. Las primeras veces querrá hacer las dos cosas, pero debemos recordarle las consecuencias de su decisión y mantenernos firmes en la consecuencia prometida. La complejidad de las elecciones irá creciendo con la edad y también irá creciendo su capacidad de tomar decisiones meditadas y responsables.

Cuando los niños aprenden a tomar decisiones y a cargar con las consecuencias de las mismas se desarrolla la autoconfianza, y ellos maduran. Ser adulto es ser responsable para tomar buenas decisiones y afrontar las consecuencias.

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Hay muchas decisiones que tus hijos tomarán en la vida: decidirán respecto a sus estudios, trabajo, pareja, etc. Y debes prepararlos para tomar esas decisiones de manera meditada y responsable. Pero sobre todas las demás decisiones está la más importante: “¿Qué pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”(1).

Aunque cada uno tenemos que tomar nuestra propia decisión, Dios nos llama y nos lleva a sus pies. Uno es el que siembra y otro es el que siega(2), pero el crecimiento lo da Dios (3). Cristo es el que hará la obra redentora en tus hijos, así como la hizo en nosotros. Ésta es la mayor decisión para la que debes prepararlos.

En Semana Santa de 2013, mi esposo y yo recibimos una enorme bendición. Nuestro Samuel, de 6 años en ese momento, entregó su vida a Cristo. Con motivo de la Semana Santa emitían por televisión la miniserie “la Biblia”, la cual vimos con los niños. En el momento de la crucifixión Samuel comenzó a llorar y me dijo: “mamá, esto pasó de verdad ¿a que sí?”. “Sí hijo, Jesús murió por nosotros” respondí. Unos minutos después Samuel me dijo: “mamá, yo quiero ser amigo de Jesús”. Seguro que yo lloré más que él mientras hacíamos la oración de fe. Aún me emociono recordando ese momento. Salió de mi hijo tomar esta decisión. Sin nadie predicándole en ese momento, él comprendió que se hallaba en el momento de tomar una decisión. Nosotros le habíamos contado con anterioridad las historias de la Biblia, por supuesto, pero nunca lo empujamos hacia ésta decisión. Y al saber esto espero que comprendas, igual que yo comprendí aquel día, que la palabra de Dios había dado su fruto, que en ninguna manera aquello era mérito nuestro como padres, sino que era obra de Dios.

Ahora intento enseñar a mi hijo a vivir con responsabilidad, conforme a las consecuencias de la elección que ha tomado. Cuando hace algo malo no le hablo de un Dios lejano y castigador al que no conoce y ante el cual tiene que arrepentirse; sino que le digo que Jesús, su amigo, está triste por lo que él ha hecho y debe pedirle perdón. Antes de ir a dormir le digo: “Dale gracias a tu amigo Jesús por este día” Y él habla con Dios personalmente. Los padres no somos mediadores en la relación de nuestros hijos con Dios, porque hay un solo mediador (4). Ellos deben aprender a dirigirse a Dios personalmente.

En mi caso, como ya te he contado, pensaba que la culpa de mi dolor era de los demás. Por tanto pensaba que la solución al problema era cambiar a los demás, o que los demás se disculparan conmigo. Cuando me entregué al Señor y Él comenzó ese precioso proceso de restauración que sólo Él puede hacer, comprendí que ni la psicología, ni cambiar el pasado, ni cambiar a las personas, ni ningún razonamiento o argumento podían transformarme. Lo que me sanó, rescató y me hizo libre de todo mi pasado, fue el poder de Dios. Él perdonó lo que yo hice mal y Él suplió lo que los demás hicieron mal, tan pronto como YO personalmente tomé la decisión de poner mi vida en SUS manos. Al final lo que hizo la diferencia fue entregarme en las manos de Dios. Nadie más que Dios puede hacer esta obra en tus hijos.

Querido padre o madre que lees esto. Haz tu parte.

Pero confía y ora: Dios es más que poderoso para suplir donde tú no alcanzas.

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  1. Mateo 27:22 RV60
  2. Juan 4:37
  3. 1 Corintios 3:6
  4. 1ª Timoteo 2:5

Navidad

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La Navidad en mi infancia era igual a muchas tradiciones y una montaña de regalos. Mi madre solía empaquetar no solo juguetes, sino todo tipo de cosas que pudiéramos necesitar; calcetines, gomas para el pelo, ropa, colonia, bufandas, y todo tipo de pequeños objetos; que sumados a algunos juguetes formaban un buen montón para cada una.

Si había muchos regalos, había más tradiciones aún. Limpieza pre-navideña, decorar la casa, hacer galletas, ponerse guapos, cenar temprano, leer todas las postales de navidad que habíamos recibido, leer el nacimiento de Jesús según Lucas, cantar villancicos, bailar con papa noel.. Y muchas más tradiciones que nos encantaban a todos, culminando cuando veíamos la película que habíamos recibido como regalo ese año, yéndonos a dormir super tarde, super felices y super cargados de regalos. Como niña no podía haber tenido mejores navidades.

Pero ahora estoy del otro lado. Me toca limpiar, cocinar, decorar y comprar. Además, por muchas razones, en los últimos años he tenido que replantearme mi concepto de navidad radicalmente.

Primero vivo lejos de mi familia y celebro la navidad con personas que celebran la navidad de forma muy diferente. Obviamente las cosas han cambiado, y está bien, puedo celebrar la navidad sin esas tradiciones. Pero entonces empecé a plantearme.. ¿Cómo quiero celebrar mi navidad? ¿Qué es lo importante para mi?

Segundo, hace algunos años me encontré con una realidad que no me afectaba en mi infancia. Durante y después de la navidad, empecé a encontrarme espiritualmente decaída. Los quehaceres de la época me absorbían tanto que dejaban hecha polvo. Intentaba que todo fuese perfecto y eso absorbía toda mi energía. Así que me planteé ¿Como es posible que una celebración cristiana me aleje de Dios?

Tercero, me he topado con una pequeña minoría de cristianos que opinan que no deberíamos celebrar la navidad en absoluto porque es una fiesta de origen pagano (que lo es) y que es del diablo y participar en ella es pecado (que no lo es). Pero sí me ha hecho replantearme ciertos símbolos y decoraciones que he decidido evitar (simplemente porque no edifican y desvían del punto principal de la navidad)

Ahora bien, si la navidad no es las tradiciones de mis padres, tampoco es el estrés de la planificación perfecta y tampoco es la decoración y la simbología que le da la sociedad. ¿Que es?

Sonará simple pero es un tiempo de recordar que Dios se hizo carne, y se acercó a nosotros para buscarnos porque nos habíamos perdido. Es un tiempo para buscarle a Él en adoración y agradecimiento por amarnos. Y también es un tiempo para demostrar a los demás el amor que sentimos y hemos recibido de Cristo.

He comprado detallitos a prácticamente toda la familia y probablemente escuche villancicos una tarde mientras hago galletas. Sin embargo no dejaré que nada se interponga entre mi papá y yo. Él es la razón de celebrar.

1- LA ORACIÓN

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Aún recuerdo la sensación que me inundó después de haber nacido mi primer hijo, Samuel. Me sentí abrumada, sobrepasada por la responsabilidad y por el cambio que supuso en mi vida. Me rondaban la cabeza pensamientos como: “¿lo haré bien?” o “¿me odiará algún día si fallo?”. Pensaba en cómo fueron mis padres y las áreas débiles en mi vida, y decía para mí: “¿Cómo podré evitar cometer errores? ¿Cómo podré enseñarle bien sin “contagiarle” mis debilidades, errores y fracasos? ¿Cómo evitar que mi historia se repita en él?”.

Entonces recordé una cosa que me contó mi madre. Cuando llegamos a España vivíamos en Vitoria, en el País Vasco, y en aquella época había aún mucha violencia terrorista. Ella me contó que en un momento empezó a sentir temor y pensaba “¿cómo podré criar cuatro hijas en medio de esta violencia?” Entonces Dios le habló por medio de su palabra y le dio paz.

“Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles. Si el Señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes. En vano madrugáis, y os acostáis muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados. Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa.” Salmos 127:1-3

Y así fue. Dios siempre nos guardó y no nos pasó nada. En medio de mi mar de dudas comencé a entender estos versículos y Dios me dio paz. Vi que Dios había cuidado de mí, vi que Dios había sanado mi corazón y que, sí, mi pasado no había sido perfecto e indoloro, pero vi que la sanadora mano de Dios había cubierto todo aquello y que Él era más poderoso que todo.

Mis padres lo podían haber hecho mejor o peor, pero el que siempre estuvo en control fue Dios. Estuvo en control porque sé que ellos oraron, oraron, oraron y volvieron a orar.

Si has llegado hasta este blog, es porque te interesa aprender sobre la familia cristiana, seguramente quieres mejorar como padre/madre y te felicito por ello. Eso es lo primero que hace falta. Pero lo más importante que debes comprender es que vas a necesitar a Dios en esta tarea. Uno puede esforzarse todo lo que puede como padre, pero al final cada hijo tomará su propia decisión: seguir a Jesús o no, y eso es lo que determinará el futuro de tu hijo. Por eso lo mejor que puedes hacer es comenzar a orar por tu hijo YA.

Esto no quiere decir que no debas animarlo, exhortarlo, corregirlo y hacer todo lo que está en tu mano por tu hijo, estas cosas son tu responsabilidad también. Lo que quiero recalcar es la importancia de regar en oración toda área en la vida de tu hijo, así como tu labor como padre. Ora por su futuro cónyuge, ora por sus estudios, ora por su carácter, ora por sus amistades, ora por sus decisiones de futuro. Lee libros como “El poder de los padres que oran” (1) y lee allí todas las áreas de la vida de tus hijos por las que puedes orar; pero sobre todo ora por su situación espiritual. Ora porque Dios haga la obra de salvación en su corazón, por que si conocen a Dios, Él suplirá todo lo que les falta conforme a sus riquezas en gloria (2). Suplirá en perdón, en amor, en conocimiento, en paz, en salvación, en todo lo que no alcanzaste a suplir para tu hijo… en TODO.

En mi vida he tardado mucho tiempo en comprender la importancia de la oración. Siempre he sido una persona más de acción, por eso a mis ojos pasar el día orando era como no hacer nada y sentarse a esperar. No cometas el mismo error que yo. Como dice Romanos 9:16, uno quiere hacer las cosas bien y uno corre de un lado para otro intentando hacerlas, pero el resultado está en manos de Dios quien tiene misericordia de nosotros y nuestra imperfección. Así que no depende de cuánto hagas, sino de cuánto dejes que Dios haga en ti y a través de ti. Es su obra al fin y al cabo. Intentamos apropiarnos de ella de muchas maneras, pero ya lo dice la frase: “la obra de Dios”. ¿De quién es la obra? ¡¡DE DIOS!! Es su obra en ti, es su obra en tus hijos. Tú no puedes hacer la obra ni siquiera en ti mismo, no puedes cambiarte un ápice. Todo lo que obtengas por ti mismo es paja, es corruptible. Lo que Dios produce en ti es más valioso que el oro. Ten pues tu propio esfuerzo por basura, para ganar lo que merece la pena (3). La carga que Dios da es ligera, si pesa mucho es porque estás tratando de cargar más de lo que te toca.

Haz lo que te toca: orar, amar, enseñar a tus hijos; y déjale a Dios lo que a Él le toca: dar el crecimiento a la buena semilla plantada en sus corazones que a su tiempo dará fruto. Orando, tus hijos estarán en manos de Dios. Nunca te canses de orar, tengan la edad que tengan. La oración funciona, y tiene un doble efecto: hacia dentro y hacia afuera.

Hacia dentro, la oración te cambia y hace que crezcan los frutos del espíritu en ti: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio (4). La oración te hace estar en paz en medio de cualquier tormenta, tus pies están firmes sobre la roca. El efecto hacia afuera es que Dios cumple su perfecta voluntad, Él toma el control de todo y suple lo que necesitamos en su tiempo.

Una querida amiga mía preocupada por el bienestar de sus hijos en el colegio recibió de Dios una preciosa palabra: “Yo cuido de tus hijos, aún cuando eres tú la que está con ellos”. Dios es quien te enseña a cuidar de tus hijos, el que te enseña amor y misericordia, el que te dirige en cómo hablarles y enseñarles. Tu principal tarea como padre es presentarte conjuntamente con tus hijos en oración delante de Dios cada día encomendándolos a ellos y a ti mismo como padre delante de Dios como hacía Job (5).

En la pared de mi casa pinté un mural que dice: Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará.” (6) y es que he descubierto que en la vida cristiana todo se trata de confiar en Dios. ¿Tienes dificultad económica? Confía en Dios. ¿Tienes dudas respecto a tu futuro? Confía en Dios. ¿No sabes cómo educar a tus hijos? Confía en Dios. Cada prueba que enfrentas te lleva a un mismo punto, a confiar en Dios y aceptar su voluntad.

La lección más importante que he aprendido sobre la oración es que cuando pones toda tu confianza en Dios, Él siempre contesta. Poner tu confianza en Él significa no sólo orar, sino también poner tus emociones y planes en sus manos. Si pones tus emociones en sus manos, te niegas a preocuparte, porque sabes que Él tiene el control y todo va a estar bien. Si pones tus planes en sus manos, no vas a correr a solucionar los problemas de la forma ilegal o inmoral, sino que confías en que Él hará y esperas a ver cuál puerta Él abrirá. ¿Verdad que ahora «confiar en Dios» no parece tan sencillo? ¿Estás dispuesto a esperar su respuesta? ¿Estás dispuesto a esperar su tiempo?

¿Sabéis que para Dios no existe el tiempo? Delante de él están el pasado, el presente y el futuro simultáneamente. Nosotros vivimos con las prisas, mirando el reloj constantemente, frustrados porque Dios no se ciñe a un horario, ni atiende a las demandas “urgentes” que le presentamos constantemente. Él no tiene prisa, porque delante de él todas las cosas ya fueron hechas, ya nos fueron dadas (7). Él sabe cuando tienen que suceder las cosas para que sea perfecto. La oración te enseña a olvidar el reloj (tiempo chronos) y vivir en su tiempo (el tiempo kairos), el tiempo perfecto del cumplimiento de su palabra, en el que aquello en lo que Él ha estado trabajando sale a la luz, y es manifestado; el cumplimiento de su palabra y de su poder. Cuando vives en el tiempo de Dios, vives en su paz. Padre, madre, no desesperes, si le entregas tu vida y tus hijos, Él siempre va a estar en control.

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  1. “El poder de los padres que oran” Stormie Omartian. Unilit. 2001
  2. Filipenses 4:19
  3. Filipenses 3:7-9
  4. Gal 5:22-23 NTV
  5. Job 1:5
  6. Salmos 37:5
  7. Efesios 2:5-6